Rhiannon les había comprado el apartamento de la capital a sus abuelos poco después de superar la Turas Mara. Llevaba mucho tiempo queriendo tener una casa propia, pero ninguna de las que había ojeado la convencían del todo. La idea de comprar una propiedad en la villa palaciega ni siquiera se le había pasado por la cabeza.
Ninguno de los apartamentos que se encontraban en venta en la capital en aquel momento terminaba de gustarle. Aquel, sin embargo, era perfecto. Estaba lo suficientemente cerca del mar como para que el olor a salitre se colase por las ventanas abiertas, igual que la arena en los días más ventosos. El centro de la ciudad se encontraba a apenas un par de calles de distancia, pero se situaba sobre una elevación de terreno, en la base de una de las colinas que rodeaban la ciudad, lo que le permitía contemplarla desde lo alto. Podía ver todo lo que sucedía en su interior, a sus ciudadanos recorriendo las callejuelas como pequeñas hormigas, lo suficientemente cercana para unirse a ellos en cualquier momento, pero lo bastante alejada como para poder observarlos como una madre protectora, siempre pendiente de sus retoños.
Rhiannon estaba segura de que Gawain nunca había estado allí. Por lo menos, ella nunca lo había invitado. Lo sintió caminar despacio detrás de ella, observándolo todo con sus atentos ojos de color cielo, mientras Rhiannon se dirigía a la cocina.
El brebaje que Caillic le había dado palpitada en el bolsillo interior de su manto, provocándole una sensación pulsante en su costado derecho, cerca de las caderas. Por la pinta que tenía, sospechaba que su sabor sería muchas cosas menos agradable, y había pocas cosas que desquiciasen más a Rhiannon que un regusto molesto en su boca.
Gawain entró en la cocina justo cuando ella se encontraba destapando la botellita de cristal. Un penetrante olor a hierbas llenó la estancia; demasiado intenso y con una cantidad de ingredientes tan grande que apenas consiguió distinguir el aroma de ninguna de las plantas que la sanadora había usado. Tampoco lo importaba. Lo único que le interesaba era que fuese eficiente.
No vaciló antes de llevarse la botellita a los labios y beber hasta la última gota de su contenido, aguardando hasta que sintió que dejaba de palpitar en su mano. El hechizo que acompañaba al brebaje bajó por su garganta, dejando en el camino una sensación de agradable calidez junto con el sabor amargo y terroso de la combinación de hierbas.
Cerró los ojos mientras bebía y tragaba, y se quedó así durante apenas una fracción de segundo después de estar segura de que ya no quedaba nada dentro de la botellita.
Ya estaba hecho. No había vuelta atrás. Y aunque sintió inquietud por la situación desconocida que vendría a continuación, una que sabía que sería desagradable e incómoda como mínimo, no sintió ni pizca de remordimiento. Era lo que tenía que hacer. Y ella quería hacerlo.
Cuando separó la botellita de sus labios, no pudo contener que un gruñido de disgusto escapara de sus labios y que una mueca de asco torciera sus facciones.
─Sabe a barro embotellado ─protestó antes de llevarse el vaso un agua a la boca y beber.
─ ¿Cómo sabes…? ─comenzó a decir Gawain desde la entrada de la cocina.
─Aunque no lo parezca ─interrumpió Rhiannon llenándose de nuevo el vaso─, he mordido el polvo muchas veces en los campos de entrenamiento. Sabe igual, pero con un toque más… primaveral ─sentenció con una ceja enarcada mirando a su primo.
Gawain se encontraba asomado a la cocina, con solo medio cuerpo visible para Rhiannon. No se había quitado el abrigo oscuro que llevaba y la miraba con gesto dubitativo, como si no supiera si acercase más a ella o marcharse, o ni siquiera si debía decirle algo. La brisa había despeinado sus cabellos de color oro y el frío parecía haberse comido el tono dorado de su rostro, salpicándolo de manchas rosadas. Parecía tremendamente fuera de lugar, allí plantado en su apartamento, desarreglado y con una expresión poco habitual en él.
Rhiannon abrió la boca para cortar el silencio, pero no llegó a decir nada. Volvió a cerrarla con fuerza cuando un pulso de poder cálido palpitó en sus entrañas. Dentro de ellas, un pequeño punto de calor que irradiaba hacia fuera. Se llevó las manos con gesto sorprendido hacia su vientre.
Aguardó, pero no volvió a notar nada más durante unos largos instantes. No había sido doloroso. Por el momento, no.
Rhiannon volvió a enfocar la mirada y se topó con el rostro de Gawain más cerca de ella. Había dado un par de pasos en su dirección, adentrándose en la cocina. La luz del techo hacía que la arruga de preocupación que había aparecido entre sus cejas y las que ahora se encontraban alrededor de sus labios apretados se vieran más profundas y marcadas. Tenía una de sus manos extendida en su dirección, con la palma hacia arriba y los dedos abiertos, como si fuera a tocarla. Como si fuera a tratar de agarrarla por si caía. O como si le estuviera haciendo un ofrecimiento.
─ ¿Vas a quedarte aquí? ─dijo Rhiannon con un hilo de voz.
No fue consciente de que estaba temblando hasta que esas palabras salieron de su boca. Cerró los dedos con fuerza alrededor del vaso de cristal, que protestó tenuemente bajo su agarre.
─ ¿Quieres que te deje sola? ─preguntó Gawain, sus ojos azules clavados en los negros de Rhiannon.