La dama de la noche y el hijo del amanecer

11

Gawain y Rhiannon pasaron los tres días siguientes en mutua compañía. Él escribió un mensaje a su tía Aileana comunicándole que querían pasar algo de tiempo a solas para conocerse mejor antes de contraer matrimonio, y a la madre de Rhiannon le pareció buena idea.

Lo que Gawain le contó no era del todo mentira. Además de ayudar a Rhiannon a recuperarse y a hacer más llevaderos los días en la ciudad, donde por una vez no le apetecía salir a socializar y a corretear, sino descansar y estar tranquila, también quería saber más de su misteriosa prima pequeña que podía controlar las sombras y la oscuridad. O eso pensaba ella. Tampoco le importaba demasiado.

A Rhiannon le gustaba tener sus momentos en soledad consigo misma, pero después del aborto lo que sentía que precisaba era calma, pero no necesariamente a solas. La presencia de Gawain a su lado era tranquila, silenciosa. Su voz grave y sosegada cuando le hablaba no hacía que los recuerdos de la noche en la que había abortado desaparecieran, pero aplacaban los estremecimientos y el frío que le hacían sentir.

Rhiannon no quería olvidar. No quería evitar el dolor. Solo quería que fuera soportable, poder mirar la herida que le había dejado aquella experiencia, toda la experiencia, y no sentir que un viento invernal y una tormenta furiosa se la comían por dentro. Probablemente tres días no serían suficientes para conseguirlo por completo, pero sabía que no podía volver al día siguiente a la villa palaciega como si nada hubiera pasado. Ya lo había hecho una vez, y casi la había desquiciado.

El hecho de tener a alguien con quien hablar del tema también la ayudaba. Alguien que no la juzgase y que no le dijese si las decisiones que había tomado estaban bien o mal. Rhiannon solo necesitaba que la escuchase y no sentirse vulnerable cuando las sombras protectoras se replegaban y dejaban a la vista la joven que había debajo. Alguien que no quisiera hacer estallar una guerra por lo que le había pasado.

La tarde del tercer día, Rhiannon y Gawain salieron a dar una vuelta a caballo. El establo donde la joven alquilaba las cuadras para sus yeguas no se encontraba lejos del apartamento, pero a ella se le hizo eterno y tremendamente transitado de repente. Nunca había rehuido la compañía de nadie, ni siquiera la de los cortesanos de la villa (aunque en el caso de estos, tampoco la buscaba), pero durante esos días, en los que se sentía incómodamente frágil, tenía la sensación de que cualquiera que se quedase mirándola el tiempo necesario sabría lo que le había ocurrido. Y si sentía eso con los ciudadanos de la capital, con su magia sencilla y mundana, cuando estuviera delante de su padre y de Keiran…

Negó con la cabeza sin dejar de caminar. Eso era algo que tenía que controlar. Ninguno de los dos se metería en su cabeza a rebuscar en ella a propósito, pero si la veían agitada le harían las preguntas adecuadas para que su mente se llenase con aquellos pensamientos y entonces a Keiran y a Kendrick no les haría falta colarse en forma de niebla dentro de Rhiannon para saber lo que había ocurrido. La hija mayor del gobernante de la Sombra y la Niebla se parecía a su padre en muchos sentidos, pero si había algo en ella que gritaba Lea a los cuatro vientos, eran sus pensamientos ruidosos. Nunca había sentido la necesidad de pararse a controlarlos demasiado porque las únicas dos personas que literalmente podrían leerlos nunca los usarían en su contra. Pero en esa ocasión era diferente.

Los Hijos Predilectos necesitaban pocas excusas para armar una guerra en apenas un parpadeo. Si su familia descubría lo que le había ocurrido a ella, Rhiannon estaba segura de que harían lo imposible por borrar la Casa del Viento y la Tormenta del mapa de Elter. Incluso aunque eso significase reducir la Sombra y la Niebla a un montón de cenizas.

─ ¿Puedo hacerte una pregunta?

Rhiannon parpadeó, cogida por sorpresa. Ella y Gawain llevaban un rato en silencio, sentados en el borde de uno de los acantilados que guardaban la capital. Bueno, ella estaba sentada en el borde, con las piernas colgado. Él se encontraba apenas un paso más atrás, pero con todas las partes de su cuerpo seguras en tierra firme.

El atardecer estaba comenzando a salpicar de estrellas el cielo y Rhiannon sentía cómo la criatura nocturna que había dentro de ella se desperezaba con cada nuevo tono violeta o azulado que aparecía en el firmamento. Gawain, en cambio, estaba comenzando a bostezar, aunque con la discreción que lo caracterizaba, por supuesto.

─Claro ─contestó ella girándose para mirarlo.

Su prometido pareció dudar un último instante antes de hablar de nuevo.

─ ¿Te cortaste el pelo por lo que ocurrió en el Viento y la Tormenta? ─preguntó en voz baja, como si la brisa que los rodeaba o el mar a sus pies pudieran contarle a alguien lo que escuchaban─ No tienes que contestar… ─añadió cuando ella no respondió al instante.

─Sí ─cortó ella con suavidad, pero al mismo tiempo con firmeza─. No solo por lo que ocurrió cuando me estaba... violando, sino porque… ─frunció el ceño, sopesando sus palabras y tratando de ordenar sus pensamientos─ Creo que es una tontería, y no sé si es la palabra adecuada, pero es como una especie de simbolismo de cambio. No sé si me explico ─dijo mirando la bruma de color blanquecino que se extendía sobre el mar, separando el mundo conocido del desconocido. Se encogió de hombros antes de continuar─. Es complicado. No quiero que Darren tenga ese poder sobre mí. Obviamente lo que ocurrió me ha afectado y siempre va a estar ahí ─dijo despacio─, tanto por el acto en sí como por todo lo que lo ha rodeado, pero no quiero que esté presente en mi vida y que influya en todo lo que hago y decido.




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