Daba igual cuantos días, semanas o incluso años pasase con Gawain, Rhiannon estaba segura de que jamás podría acostumbrarse a su ritmo de vida. Levantarse justo para acompañar los primeros rayos del sol en su paseo por la tierra dormida no podía ser sano. Pero no iba quejarse. Él no había protestado ni una sola vez en los últimos días, a pesar de irse a dormir a altas horas de la noche, cuando la luna y las estrellas ya llevaban largo rato iluminando la negrura nocturna.
Rhiannon adoraba montar a caballo, pero esa mañana era una excepción. La cabeza le dolía al no haber dormido lo suficiente y los rayos del sol le aguijoneaban las retinas sensibles. Estaba siendo un comienzo de invierno inusualmente soleado en la Casa de la Sombra y la Niebla. Sin embargo, la nieve había conseguido cuajar en los últimos días, y su blancura, junto con la claridad del día, no estaba ayudando a Rhiannon a permanecer con los ojos abiertos. Su cuerpo protestaba con cada zancada que daba la yegua negra que montaba. Estaba casi segura de que el rechinar que escuchaba a su alrededor de vez en cuando no eran las ramas de los árboles protestando con la brisa fría, sino sus propios músculos pidiendo clemencia.
Y como el paseo durase mucho más, el que acabaría suplicando compasión sería su prometido.
Gawain cabalgaba por delante de ella por primera vez, guiándola, montado sobre una yegua de color castaño claro y crines pálidas. Todavía le faltaba perfeccionar un poco su postura sobre la montura, pero Rhiannon tenía que reconocer que había aprendido rápido a defenderse sobre uno de aquellos animales traídos del mundo de arriba.
Rhiannon se había contenido de preguntar cuánto faltaba para llegar a donde quiera que se dirigieran en varias ocasiones. Gawain no se lo había dicho por la mañana, en el palacio, cuando se había girado para mirarla en la cama, con el rostro demasiado despierto y ceñudo para la hora que era, para pedirle que se vistiera, que tenía que enseñarle algo. Cuando Rhiannon le preguntó con un gruñido contrariado qué era eso que tenía que mostrarle, su respuesta la había dejado mudo y completamente espabilada.
Mis sombras.
Apenas habían vuelto a cruzar palabra desde entonces, pero cuando salieron del bosquecillo de árboles medio pelados por el invierno, Rhiannon no pudo evitar lanzar una mirada acusadora y lacerante a la nuca de su primo.
─ ¿Por qué hemos dados tanta vuelta? ─preguntó frunciendo el ceño.
─Porque no quiero que nadie nos siga ─contestó él cuando Rhiannon se puso a su altura.
El gesto de ella se intensificó más.
Habían dado la vuelta a la capital, bordeándola por el bosque que poblaba las colinas que la rodeaban. Desde donde se encontraba el apartamento de Rhiannon podrían haber llegado con relativa rapidez al otro extremo de la ciudad si se movían con agilidad por las callejuelas apropiadas. No era necesario andar serpenteando con las yeguas entre los árboles, algunos de hojas moribundas y otros con el mismo aspecto que en los meses más benignos, para llegar hasta allí.
Rhiannon echó vistazo a Gawain. Él le devolvió una mirada de color azul intenso llena de… ¿emoción? Rhiannon no estaba segura. No estaba acostumbrada a ver a su primo expresando demasiados sentimientos, ni de una manera especialmente abierta. Ni siquiera en las últimas semanas, desde que ella le había dicho que estaba embarazada y él la había llevado a ver a Caillic.
Descendieron por las colinas embarradas con cuidado de que los animales no resbalasen. En ese lado de la ciudad, las casas estaban ligeramente más desperdigadas que en el extremo en el que se encontraba el apartamento de Rhiannon, y también eran más pequeñas. Blancas, de una planta, con las contras de madera oscura y los tejados de pizarra negra, individuales, nada de apartamentos de varios pisos en los que vivían varias familias, una en cada piso.
Rhiannon desmontó cuando Gawain lo hizo y lo siguió en silencio. Los cascos herrados de las yeguas rompían el silencio casi sepulcral de aquel lado de la ciudad, expectante, o esa fue la sensación que tuvo Rhiannon.
Gawain se detuvo delante de una casa que apenas se diferenciaba de las otras. Lo único que llamó la atención de su prima fue que el marco de la puerta parecía tener dibujos intrincados decorándola. Rhiannon estuvo segura de ello cuando estuvieron lo suficientemente cerca, pero su atención estaba más centrada en Gawain. Sobre todo, cuando llamó con el puño a la puerta. Tres toques firmes, una pausa breve, y luego otros dos.
La joven no pudo evitar enarcar una ceja, en parte sorprendida y en parte divertida. Nunca se habría imaginado que su primo era de los que usaban ese tipo de consignas secretas.
Gawain no le devolvió la mirada. Su vista estaba clavada en la madera oscura, su cuerpo tenso de una manera que resultaba dolorosa para Rhiannon solo con mirarlo. Pero cuando la puerta se abrió y tras ella apareció una mujer fae con la melena de color anaranjado separada de la cara por una diadema blanca, dejando su atractivo rostro de grandes ojos castaños a la vista, la que se tensó fue ella.
La sonrisa que comenzaba a iluminar su rostro cuando sus ojos se toparon con Gawain se congeló en el momento en el que reparó en quién lo acompañaba. Rhiannon trató de esbozar una sonrisa dulce y agradable, pero sentía que ella también se había quedado petrificada, traspuesta, sin saber cómo reaccionar y sin terminar de comprender que estaban haciendo allí.