La dama de la noche y el hijo del amanecer

15

Rhiannon pisó con firmeza para evitar resbalar sobre el suelo embarrado y cubierto de nieve sucia. No era de noche todavía, pero de una manera muy similar a como ocurría en la Sombra y la Niebla, en Tierra de Nadie el dosel de árboles era tan espeso que apenas dejaba traspasar la luz de sol, y la penumbra se instalaba de manera casi permanente debajo. Gawain, que avanza varios pasos por delante de ella, no le había dicho todavía por qué se encontraban allí, aparte de que tenía una sorpresa para ella. Rhiannon había decidido vestirse con ropa cómoda para caminar y pelear si fuera necesario. Llevaba su arco y su carcaj colgados del hombro, además de una daga sujeta en el muslo.

Se habían desplazado hasta el límite de su Casa a caballo, pero habían decidido dejarlos atrás, sueltos. Los animales sabían que en cuanto comenzase a oscurecer debían regresar a los establos de la capital, estuviera Rhiannon o no con ellos.

─ ¿Qué estamos haciendo aquí? ─preguntó de nuevo.

─Ya te dije que era una sorpresa ─respondió Gawain por delante de ella.

Rhiannon hizo una mueca con la boca, aunque él no pudo verla. Estaba bastante segura de que el fae que llevaba delante tenía algún tipo de fetiche con las sorpresas que requería largas caminatas para llegar hasta ellas. Algunas de las cuales, innecesarias y, además, un tanto arriesgadas.

─Normalmente suelen gustarme las sorpresas, pero las que tienen lugar en un sitio como este me ponen un poco nerviosa, Gawain.

Su primo, y dentro de apenas una semana, marido, se detuvo y aguardó a que se pusiera a su altura.

─ ¿Tienes miedo a los feéricos salvajes? ─le preguntó con una sonrisa tironeando de sus labios.

─No más que a cualquier otro ─respondió reajustándose el cinturón del carcaj─. Al fin y al cabo, todos somos un poco salvajes, aunque algunos quieran negarlo y creerse mejores.

Gawain la miró un momento, como sopesando sus palabras, pero no dijo nada y continuó caminando. Rhiannon reanudó el paso tras él. Sus pasos no emitían el más mínimo ruido a pesar de que se movía por encima de charcos embarrados que dejaban manchas marrones en sus botas duras y de que la hojarasca no estaba lo suficientemente húmeda como para no emitir un crujido cuando se la pisaba, pero a Rhiannon la habían educado desde que era muy pequeña para desplazarse con ese sigilo. A Gawain también le habían enseñado esas habilidades, pero no era tan eficiente como su prometida a la hora de ponerlas en práctica. El sonido de sus zancadas largas y elegantes resonaba en la quietud viva del bosque, de una manera que hacía que Rhiannon apretase los dientes con contrariedad, pero trataba de no hacerle demasiado caso. Iba atenta a las sombras, tanto para detectar posibles peligros como para que le comunicasen la presencia de miradas indiscretas. Y las había, por supuesto. No todos los días se dejaban caer por allí dos fae, y menos de la realeza. Pero nadie se acercó lo suficientemente a ellos como para que suponer un peligro; se contentaron con mirarlos desde la espesura de las sombras y las ramas de los árboles cuyas hojas no habían perecido con el invierno.

Después de lo que a Rhiannon le pareció una larga caminata aun estando en  forma, Gawain se detuvo delante de un tocón viejo y medio podrido. Apartó las hojas secas y la suciedad entorno a la madera con la bota, bajo la atenta mirada de Rhiannon, que creó un discreto escudo de sombras a su alrededor, al mismo tiempo que echaba un vistazo a las copas de los árboles de vez en cuando. La daga estaba lista en su mano.

Cuando escuchó que su primo dejaba de separar hojarasca, Rhiannon contempló con el ceño fruncido el hueco que había quedado a la vista al lado del tocón cuando dejó de oír hojas removiéndose. Era pequeño, no mucho mayor que el agujero de la madriguera de un zorro. Dio un paso hacia delante para poder ver mejor su interior y las aletas de su nariz se abrieron y cerraron con discreción. Miró a su primo con una ceja enarcada después de oler esa especie de guarida animal. Gawain hizo un gesto elegante con la mano señalando el agujero.

─Las damas primero.

Rhiannon lo miró un momento con el ceño fruncido, inquisitiva, pero su primo solo tenía una sonrisa traviesa en los labios y una ceja levemente enarcada. Un gesto muy Maira, pero que ella todavía no sabía leer en él.

Una vez más, deseó tener el poder que su hermano compartía con su padre y ser capaz de meterse en su mente o, por lo menos, ser lo suficientemente observadora e intuitiva para saber leer lo que había en el atractivo rostro que tenía delante. Pero su especialidad era la Sombra, no la Niebla.

Soltando un suspiro teatral, se agachó y se metió dentro del agujero. Por un momento pensó que se quedaría atrapada a la altura de las caderas, pero finalmente consiguió entrar. Sus botas tocaron un suelo de tierra, que chapoteó y desprendió un fuerte olor a humedad y hojarasca. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la oscuridad que reinaba en el túnel, más alto de lo que parecía desde arriba, pero que aun así la obligaba a estar encorvada. Gawain se deslizó a su lado con elegancia un instante después.

─ ¿Se puede saber que es este lugar? ─preguntó Rhiannon mientras le hacía espacio para que pasase delante de ella y volviera a guiarla.

─Una antigua galería de boggles.

Rhiannon no pudo contener una mueca de disgusto. Los boggles eran unas criaturas desagradables y molestas que vivían en pandillas que podían llegar a estar compuestas por decenas de ellos. Atacaban a todo lo que se encontrasen por el camino, ya fuera de su tamaño (apenas llegaban a las rodillas de Rhiannon) o diez veces mayores. Si era comestible, los boggles no dudaban, intentarían cazarlo. Los fae eran comestibles, pero no deberían de sentirse intimidados ante la idea de encontrarse con aquellas criaturas. Siempre y cuando el grupo no fuera demasiado grande, claro.




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