La Dama de La Rosa de los pétalos negros

La dama de la rosa de los pétalos negros.

Fer —dijo la rubia secretaria del teniente Fernández asomándose en la puerta de mi pequeña oficina — el jefe te quiere en su despacho en cinco minutos. 
Me levanté como un rayo y me dirigí al despacho del jefe de inmediato, el cual como todo militar detestaba que no se llegará puntual. 
El teniente Fernández, un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto y robusto, con una piel mestiza que combinaba graciosamente a la perfección con sus ojos café claro y su cabello de antaño castaño que ahora relucía por su color blanquecino que llevaba perfectamente peinado hacia atrás. Me esperaba sentado detrás de su escritorio. 
La oficina estaba perfectamente ordenada, lo cual representaba la personalidad del teniente, ordenado y tosco. Era pequeña, a la izquierda, la puerta de entrada se encontraba un gran ventanal en donde Fernández o como le llamábamos (a escondidas) en el departamento “nuestro Papi protector”  nos observaba mientras trabajamos. Al lado derecho de la puerta se encontraba un archivero que cubría toda la pared, cuyos archivos estaban ordenados simétricamente y por orden alfabético. Al medio de la habitación se hallaba un gran escritorio negro. 
— Tome asiento agente— ordenó— la razón por la que le mande a llamar es para informarle personalmente su nueva misión. 
Le miré interrogante, hace más de dos años que no realizo ninguna misión, para que me informe personalmente y no su secretaria debía ser un asunto serio. 
— Sé que usted se retiró del campo hace un par de años,  pero ya es tiempo de volver a ser lo que era—  me miró a los ojos y prosiguió— fue uno de los mejores detectives que tuvimos en este departamento y si aún no se ha oxidado podrá con este caso sin problemas. 
Luego de un breve silencio, me arrojo un informe de treinta años atrás. Lo miré incrédulo pero no dije nada, aún estaba debatiendo si tomar o no el caso. 
— ¿Porque ahora?—alcance a preguntar un poco confundido. 
— Porque el estado necesita una prueba de que estamos haciendo bien el trabajo. 
— Cree que con resolver el famosos caso de la piedra de los pétalos negros va a salvar a todo el departamento? —cuestione mientras miraba el informe. 
— Fernández— dijo con tono se superioridad— si no lo supiera no sería el jefe. 
El silencio se instalo entre nosotros, solo se oía el murmullo de la gente trabajando afuera y el tic tac de viejo reloj  que colgaba detrás del teniente. 
Tome aliento como buscando valor dije: 
— Exponga los hechos entonces. 
Fernández sonrió, se llevó el pelo había atrás con una mano. 
—la piedra fue robada del museo arqueológico nacional en Buenos Aires, cuando atrapamos a la banda de ladrones ninguno supo decir de donde estaba la piedra. 
— Debieron saber al menos a quien se la entregaron— dije curioso. 
— Todas las declaraciones coinciden dijeron que se la robaron — Fernández soltó una gran carcajada— ¿qué clase de ladrones se deja robar lo robado?. 
— ¿Algo más que deba saber? — dije levantándome de la silla para irme. 
— Si, los ladrones creían que el arqueólogo que la descubrió les robo la piedra, la cuestión es que nunca fue probado, pero ellos lo mataron igual. 
— Muy curioso — dije tomando la manija de la puerta. 
Cuando ya me iba la voz susurrante de Fernández me dijo: 
— Siento que tú última misión te halla costado la vida de tu único pariente vivo, pero esto es así, a veces se gana y otras se pierde, por eso te pedí que vuelvas a intentarlo, para que vuelvas a ser tú mismo. 
No dije nada, solo asentí con la cabeza y me fui.  

Recogí todas mis cosas para tomar el primer bus hacia el origen de todo este misterio. 
Había conseguido una pieza en una posada  en el centro de la pequeña ciudad de La Cumbre, dónde pasaría al menos tres meses. 
Deje al pobre miau  al cuidado de mi vecina, el pobre gato me miró extrañado cuando hice el bolso pero se hizo unas cuantas caricias de despedida cuando lo dejé con Amelia, mi vecina.
La terminal de colectivos estaba como siempre repleta de gente que iba y venia, —cada loco con su tema– pensé– aunque algunos de esos temas me tocan encargarme a mi. 
En la estación me encontré con mi colega y mejor amigo Luciano Zifolo, el cual al verme corrió hacia mí y se me colgó como si fuera un koala. 
— ¡Fernando López, el detective más brillante de su generación!— dijo entre risas — que lo trae a esta humilde estación de buses que es tan pequeña para un hombre como usted — y dicho eso soltó una alegre risita. 
— ¡Luciano!, ¿Qué haces por acá?, ¿No tenías un caso en Rosario? 
Luciano Zifolo era un joven agente del departamento que, con su corta edad, había resuelto casos muy especiales y atrapado a más de un delincuente peligroso. 
El rubio era todo un galán, sus ojos azules, su cara de ángel ,su  cuerpo musculoso pero elegante y sus rizos rubios hacían que cualquiera que se inclinaría por el sexo masculino cayera rendido a sus pies. Pero lo que más enamoraba de Luciano era sin ir más lejos su extrovertida y excéntrica personalidad. 
Cuando Zifolo se bajó de mi pude observar como iba vestido esa mañana, unos pantalones rosas que parecían ser una segunda piel le cubrían las piernas y una remera  roja con la frase “ bor this way” junto a una mujer gótica semidesnuda. En los pies llevaba unas Nike  negras. 
Sin duda era el que más resaltaba en toda la estación. 
— Nada — dijo encogiéndose de hombros — puede que ya halla pedido vacaciones. 
Estuvimos un rato hablando sobre todo lo que había pasado en este tiempo que no nos veíamos. 
No es que yo fuera un jovencito como Luciano que apenas tenía veinticinco años, pero a su lado sentía que no tenía cuarenta y seis, sentía que volvía a tener la primavera de la vida. 
Nos despedimos cuando mi colectivo llegó. 
Tenía que aprovechar las dos horas de viaje para trazar un plan y ver cómo podía llegar al fondo de todo este enigma. 
Tome mi libreta y comencé a escribir mi plan de acción, primero anotaría todo lo que sé del tema para tener todo ordenado y ser metódico. 
Sabía que la piedra se encontró en el centro arqueológico de ascochinga por el famoso arqueólogo Vicente Strauss, el cual fue asesinado por los ladrones que la robaron. 
La piedra fue robada del museo arqueológico nacional de Buenos Aires, por una banda de 12 ladrones de antigüedades famosos en el país llamada “los argentos” hace treinta años atrás. 
La piedra es de un material único en el mundo, vale más de quince millones de dólares y tiene más de  mil años de antigüedad. 
Es muy codiciada en el mundo por ser hermosamente bella, es una piedra pequeña de unos cinco centímetros, ovalada y se caracteriza por ser tan negra como la noche, pero tan bella como la muerte, ya que está tallada completamente con flores que parecen rosas. 
Anotando esto y concluyendo que  visitaré a todos los ex ayudantes del viejo arqueólogo me dormí en pleno viaje. 
Una vez llegué al pueblo, me dirigí inmediatamente a el centro arqueológico de ascochinga, dónde me recibió la directora del ahora parque nacional ascochinga. 
— Fernando López, agente de la DIES.— dije presentándome— un gusto señorita. 
— El placer es mío, Sr López, me presento soy Liliana staker  la directora del parque nacional y jefa de todas las excavaciones de la región, según tengo entendido usted continuará con el caso de la piedra. 
La señora staker era una mujer bajita y menuda, de grandes ojos marrones ocultos en lentes demasiados grandes. El pelo castaño oscuro que dejaban ver algunas canas le caía desordenado sobre la remera azul que llevaba. 
— Así es, si es tan amable de responder algunas preguntas le estaría agradecido. 
La señora staker me dirigió hacia una pequeña estancia ubicada al lado del centro arqueológico, la cual era una pequeña cabaña. 
El interior de la estancia estaba dividido en tres habitaciones, la primera era un pequeño living escritorio, la segunda, ubicada al final del pasillo  parecía ser una habitación y la tercera continua al living la cocina. 
— ¿Sé queda usted en el pueblo?— preguntó mientras tomaba asiento en una silla. 
— No, me estoy hospedando en la cumbre. 
— Es un lugar pintoresco la cumbre pero aquí hay historia y sobre todo está esa esencia de lo serrano. 
— No estoy de vacaciones señora, esto es puramente por trabajo— dije educadamente mientras tomaba asiento— y dígame ¿conocía usted a Vicente strauss? 
— Le conocí, yo era la que en cierta parte logro conseguir el financiamiento de la expedición. 
— ¿Que sabía sobre el robo de la piedra y su muerte? 
— Lo que leí en los diarios— dijo acomodando los lentes— como usted sabe la piedra dio la fama a este pueblo olvidado, y el doctor era muy querido por todos. 
— ¿Tenía familiares o sabe de algún familiar cercano? 
— Una hija, creo que fue la única que sobrevivió al atentado, la pobre fue llevada al extranjero por unos tíos abuelos de su madre y según me dijeron se casó son un importante traficante de drogas, ella murió junto a su marido y sus gemelos en un accidente. 
— Sabe si por ejemplo alguien,¿ intento comprar la piedra? 
— Hubo muchos compradores, pero el estado la declaró patrimonio nacional. 
— Hay algo más que quiera agregar 
— No por momento. 
La señora staker me acompaño a la puerta donde me esperaba el coche que había alquilado. 
— Sí recuerdo algo más le llamaré, y le pasaré por mail todos los archivos referidos al tema — y con una voz un poco más fina y triste agrego— por favor recupere esa piedra, el pueblo la necesita, nosotros la necesitamos.




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