La Dama de las Blancas Rosas.

《DÍAS GRISES》

Esos días, Nereyda amanecía enrarecida por un extraño pensamiento; una abominable libertad  que amenazaba su tranquilidad en el día y que rumiaba de angustia por las noches, esas ideas locas de darle libertad a esos deseos de eliminar por completo, exterminar esa mirada y apagar esa voz, que le causaba desprecio.

Narsiso Aquileo López, había salido en libertad condicional después de haberse hayado enveto en una serie de querellas con la ley; había sido acusado de asesinato y de contrabando de armas. Las personas que hicieron tal acusación terminaron desaparecidas. Sin embargo después de un largo período de tiempo para él; dos años, se las ingenió para salir de aquella prisión, donde al parecer sería el tiempo necesario para que Glady, la madre de Nereyda reflexionara sobre su decisión de vivir con aquel hombre que en lugar de brindarle seguridad y bienestar social, causo silenciosamente un abandono total en el cuidado de su imagen.

Glady  siempre se encontraba en una situación nostálgica por la pérdida irreparable de su esposo.  Cuando Aquileo López llego a Mandasta, a la primera casa que llego fue a la casa de Glady esta al mirar que era bien parecido y que gozaba de una inexplicable gracia de hacer reir a la gente. No obstante Nereyda no podía percibir las mismas sensaciones; en su imperfecto conocimiento notaria que en su temperamento angelical se ocultaba una terrible vestía despiadada. 

Fue hasta que tomara la peor decisión de su vida que Glady, descubriría los destellos de maldad de su marido. Pues días después de convivir con ella, demostró una parte de su verdadera identidad.

Los presentimientos de su pequeña hija que le recriminaba a su madre a diario por esa desaforada decisión,  no dejaba de hacerla sentir culpable. 

Cuando miró venir a Aquileo por la lejanía, un terrible presagio se apoderó de Nerayda y de su madre. Saludó con mayor solemnidad que nunca.

 —Buenos días  —saludo cortésmente, como haciendo énfasis, que llegaba a interrumpir su momentánea quietud.

 —Bu…buena — Glady no podía responder adecuadamente, en lugar de eso, emiti un susurro.

 —He tratado de inquirir el por qué no Hera visitado por mi mujer. Entiendo que soy una visita inesperada, pero quiero recordarte que esta es mi casa.

 

Desde ese día Glady ha andado como ausente y se ha vuelto más condescendiente con su hija. 

Aquileo no dejaba de ver y acosar con la mirada a Blanca Nereyda; esta no dejaba de sentir por él un impaciente rechazo. 

 —has crecido mucho Blanquita, estas hecha toda una mujer  —le dijo, después de haberle traído el almuerzo el día que regreso.

 —No tanto, me falta crecer —contestó de súbito Nereyda, como si esas palabras las haya estado ensayando. Sin embargo esas palabras iban acompañadas de fieras miradas de soslayo, como si fueran espadas bien afiladas.

 —Pues tienes la apariencia de ser una hembra bien desarrollada —contesto Aquileo mirando detenidamente las caderas de Nereyda, como si fuera un depredador salvaje.

—Te ruego que no molestes a la niña —rogó lacrimosamente Glady.

Nereyda llegó a la cocina sollozando y temblando de rabia. Sus manos estaban sudando y no podía pensar con claridad. Después de media hora, Nereyda estaba absorta en ese pensamiento que no escuchó los pasos de alguien que se aproximaba. Una mano se posó sobre su hombro; al voltear su rostro, repentinamente miró a su madre, con los ojos llenos de lágrimas. Herméticamente retrocedió, como si su propia madre por sus decisiones la llenara de espanto. No obstante al escuchar esa vos suplicante y ruego de su madre; lo malos temores y su terrible rechazo desaparecieron repentinamente.

 —Perdóname hija mía, he sido una mala madre, se supone que te tenía que proteger y ahora soy la mujer de un animal. No dejaré que nadie te haga daño, si es posible te defenderé con mi vida.

De súbito Nereyda se echó a llorar en los hombros de su madre. Sin embargo esas lágrimas estaban vedadas, pues en la sala se encontraba Aquileo. Ambas lloraron. 

Nerayda supo entonces que su madre no era su enemiga, era su aliada desde ahora en adelante. Lloró tanto, como si esas lagrimas hayan estado retenidas por una especie de dique de desconfianza y objeciones, en todo lo que Glady hacia desde que se enamoró de Aquileo “traicionando según ella a su padre”

 — ¡mamá, extraño tanto a papi! —

Aquellos días transcurrieron igual; Nereyda siempre esquiva, tratando con disimulo y tomando la respectiva distancia acordada por su madre, no daba oportunidad a Aquileo de dirigirle la palabra. Este siempre que tenía lugar lanzaba misteriosas insinuaciones y enigmáticas confesiones como si fuera un león en celo, aprovechando cada momento de desatención de Glady.

Todo hubiese sido una terrible pesadia para Nereyda, al no ser por Camilo que pasaba todo los dias vendiendo flores silvestres por la calle.

Aquileo solia salir todos los dias por la mañana a hacer no se que diligencias misteriosas y llega por las tardes acompañad casi siempre por rostros raros, no no saben hace otra cosa que comer. Nereyda bisca excusa para retirarse de la sala; sale de compras, va a vicitar a sus compañeras de clases y la mayoria de veces se encuerra en su cuerto donde pasa la mayoría del tiempo. Solo sale cuando su madre esta sola en casa. 

Casi todos los días pasa Camilo pregonando su venta de  flore y se teniende justo en el cuarto de Nereyda. A veces Nereyda lo observa desde su ventana, deteniendo con sus manos su boca para que esas risas no se escapen y Aquileo no venga a interrumpir esa fugaz alegría. 

Siempre Aquileo llega con bastantes viveres y provisiones con el fin de causar un impacto positivo a sus camigos. Pide a Glady que prepare unos especies de aperitivos mientras esperan el almuerzo.

Un día mientras Nereyda regresaba de realizar unas tareas con sus amigas, se encontró la casa llena. Tuvo que pasar por en medio ante tantas miradas acosadoras de los que alli estaban, incluyendo a Aquileo.




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