Era un día frío, muy frío la verdad. El año y el lugar no era relevante para Rose, una niña feliz que pasaba los días jugando en los alrededores de su casa feliz. Su padre y su madre trabajaban mucho y muchas veces lejos de casa, así que ella tenía que ingeniárselas para no caer en las garras mortales del aburrimiento. Sus padres le habían enseñado muchas reglas las cuales ella había seguido al pie de la letra y se había ganado la confianza de sus padres a pesar de su corta edad.
Aquella era una mañana muy fría y a Rose le hacía mucha ilusión que la noche de brujas fuera esa noche y sus padres estarían con ella.
Su madre había pasado el día anterior comprando dulces de muchas clase y sabores, mientras que su padre era el encargado de tallar las calabazas y decorar el jardín. Ella tenía su disfraz puesto desde muy temprano; era una araña y no pensaba quitarselo hasta el otro día.
Ellos vivían en una gran casa con un gran terreno que daba con el bosque, bueno, a decir verdad, todo en su pueblo daba con el bosque. Era un bosque de árboles grandes y con mucho follaje y era casi imposible que los rayos del sol penetraran la espesura. Muy pocas veces había entrado al bosque y siempre había sido con su padre. Él la llevaba siempre de la mano y le contaba historias de miedo. Rose aún a su corta edad sabía que eran cuentos para evitar que ella diera vueltas por allí sin supervisión.
El sonido del timbre le alertó a Rose que alguien estaba allí en su casa, era muy temprano para que buscarán dulces. Ella bajó muy rápidamente para ver de quién se trataba, solo se encontró con una señora mayor, muy mayor que había llegado a su casa con una tarta para su madre. Ella se había sentado en la sala con sus padres y hablaba con ellos con cordialidad. Se llamaba la señora Kitty y era una señora que siempre estaba vestida con grandes ropajes negros. Cuando sus padres se levantaron para ir a la tienda le propusieron a la señora Kitty llevarla a su casa cosa que ella aceptó con gusto. Antes de salir ella miró al bosque con el señor fruncido y suspiró con melancolía. Ella la miró y le dijo:
—Niña, este día no es un día para andar por el bosque —Rose no entendió aquello y solo pensó que sería alguna forma de asustarla en el día de brujas.
—Ella no va al bosque sin supervisión señora Kitty —dijo mi padre muy orgulloso de si mismo.
—Eso está muy bien —repuso ella—. Este es un día en que la dama de los pies negros deambula por el bosque.
Sus padres al escuchar eso se incomodaron y decidieron apurar la despedida, antes de cerrar la puerta su padre metió la cabeza por el espacio que había entre la puerta y la pared y le dijo con seriedad.
—Hija ten cuidado con la casa… Y no camines sola por el bosque.
Entonces se fueron.
Rose se molestó un poco con aquella extraña advertencia, ella era una niña grande y no necesitaba que le estuvieran recordando las cosas. Ella tomo unas gatellas y se dirigió directamente al bosque, que no se creyera la vieja señora Kitty que la asustaría con cuentos para niños pequeños, ella era una niña grande.
Rose caminó y caminó hacia el bosque, y cuando estuvo frente al linde del bosque con su casa sintió un mal escalofrío en su cuerpo, pero ella era una niña grande y no le daban miedo las historias de la señora Kitty, pero el bosque era grande y no quería perderse así que solo iría en línea recta unos poco metros. Rose lo hizo justo como lo había planeado, encontró un tronco en el suelo y se sentó en el a comer sus galletas, lo lejos escuchó pasos, giró y no vió nada, solo su camino a casa; volvió a escucharlos a su izquierda, volteó, pero nuevamente no vió nada, solo su camino de regreso a casa. Aquello debían ser sus nervios, el día estaba frío y en el bosque no había luz, eso explicaba sus nervios. Ella miró el follaje, escrutó cada sombra y cada movimiento de los árboles y no vió nada fuera de lo común. Rose terminó con sus galletas y pensó en regresar, se estaba haciendo tarde y tenía que prepararse para pedir dulces o travesuras en las casas de sus vecinos así que bajó del tronco. Ella volteó con intención de ver el camino, pero para su sorpresa ya no estaba. La pobre niña buscó y buscó con la vista pero no pudo dar ni con el camino, ni con su casa, se sentía en lo profundo del bosque entonces comenzó a gritar y a gritar pidiendo ayuda socorro, pidiendo un salvador… A alguien que la escuchara, entonces, allí en lo profundo de aquel enorme bosque alguien la escuchó.
Rose guardó silencio cuando escucho aquel canto en las profundidades de la espesura, parecía venir de todas partes. Era una melodía aguda y de fantasía atareada por la voz hermosísima de una mujer.
—¡Hola! —gritó Rose aprensiva. Sus padres ya le habían hablado mucho sobre hablar con extraños, pero ya no quería estar allí—. ¿Hay alguien aquí?
No hubo respuesta alguna, solo la misma melodía por algunos minutos más… Entonces la vió.
Ella pareció emerger del mismísimo bosque, una visión de perfección inmaculada. Era una mujer de edad media, no era joven, ni era vieja; era alta, muy alta y delgada. Esta mujer tenía un ligero y casi etéreo vestido blanco azulado que caía por su cuerpo y ondeaba con la brisa como si este tuviera vida propia. Esta mujer de razgos agudos y angelicales con su cabellera plateada se acercó a Rose sin timidez, pisando el mullido suelo del bosque con sus esbeltos pies negros. La melodía no paraba de sonar alrededor.
—¿Quién eres? —preguntó la niña.
A lo que la mujer contestó:
—Mi nombre siempre ha sido un secreto para muchos —y luego sonrió mostrando así unos dientes perfectamente blancos.
Rose la miró, maravillada ante la belleza de aquella señora. Era como ver un ángel, aunque sus pies negros y sucios le devolvían toda su humanidad.
—Estoy pérdida —dijo la niña.
—¿Dónde vives? —preguntó la dama. La melodía del bosque no dejaba de sonar por doquier.
—Yo vivo hacia allá —entonces señaló hacia atrás, justo por donde ella había llegado—, pero ahora el camino no está.