Lorraine y Raymond llegaron a Acre después de un largo y peligroso viaje por mar. Acre era la principal ciudad cristiana en Oriente Medio, y el puerto de entrada para los peregrinos y los cruzados que venían de Europa. Era una ciudad fortificada, rodeada por una muralla y un foso, y defendida por una guarnición de soldados y caballeros. Era una ciudad cosmopolita, donde convivían personas de diferentes culturas y religiones. Era una ciudad rica, donde se comerciaba con todo tipo de productos y especias.
Lorraine y Raymond se quedaron maravillados al ver la ciudad. Nunca habían visto nada igual. Se sintieron como si hubieran entrado en otro mundo, lleno de colores, olores y sonidos. Se dirigieron a la casa de los templarios, donde fueron recibidos por el maestre local, que les dio la bienvenida y les asignó una habitación.
- Estamos encantados de teneros aquí - les dijo el maestre local - Sois unos refuerzos muy necesarios. La situación en Tierra Santa es crítica. Los musulmanes nos atacan por todos los frentes, y amenazan con reconquistar Jerusalén.
- ¿Qué podemos hacer para ayudar? - preguntó Raymond con ansiedad.
- Lo primero que tenéis que hacer es presentaros ante el maestre supremo de los templarios, Jacques de Molay - respondió el maestre local - Él os dará las órdenes oportunas. Lo segundo que tenéis que hacer es preparaos para el asedio.
- ¿El asedio? - repitió Lorraine con curiosidad.
- Sí, el asedio - confirmó el maestre local - El rey Luis IX de Francia ha decidido atacar la ciudad de Damietta, en Egipto, con la esperanza de abrirse paso hasta Jerusalén. Los templarios le apoyamos en su empresa, y le hemos enviado un contingente de nuestros mejores caballeros. Entre ellos está Raymond.
Marie se sobresaltó al oír eso. No sabía que Raymond iba a participar en el asedio. No sabía si alegrarse o preocuparse.
- ¿Y yo? - preguntó Lorraine con nerviosismo.
- Tú te quedarás en Acre, conmigo - dijo el maestre local - Te encargarás de las tareas administrativas y logísticas de la casa. También te ocuparás de atender a los heridos que lleguen del frente.
Lorraine se sintió decepcionada al oír eso. No quería quedarse en Acre, haciendo trabajos aburridos y tristes. Quería ir a Damietta, con Raymond, a vivir la aventura y el peligro.
- ¿No puedo ir con él? - preguntó Lorraine con insistencia.
- No puedes - dijo el maestre local con firmeza - Es una orden del maestre supremo. Él ha decidido quién va y quién se queda. Y no admite réplicas ni protestas.
Marie se resignó a obedecer. Sabía que los templarios tenían que cumplir las órdenes sin cuestionar ni rechistar. Sabía que era parte del voto de obediencia.
Raymond se acercó a Lorraine, y le dijo:
- No te preocupes, hermano Alphonse Gérard. Todo saldrá bien. El asedio será breve y victorioso. Volveré pronto, y te contaré todo lo que he visto y hecho.
- Te esperaré, hermano Raymond - dijo Lorraine - Rezaré por ti, y por nuestra causa.
Los dos se abrazaron, como signo de fraternidad y afecto. Pero en ese abrazo había algo más que fraternidad y afecto. Había una promesa que los unía, un miedo que los consumía, un adiós que los separaba.
Al día siguiente, Raymond partió hacia Damietta, junto con otros templarios. Lorraine se quedó en Acre, junto con el maestre local.
Comenzaba el asedio