La Dama De Negro

CAPÍTULO 27

Después de haber caminado un buen rato, Giovanni habló. 

—¿A dónde quieres ir? —preguntó deteniéndose.

—A mi casa, —respondí encogiéndome de hombros. 

—¿Segura que quieres ir a tu casa? —insistió haciéndome dudar.

—Qué otro mejor lugar habría, —afirmé restándole importancia.

—Pues, déjame enseñarte.

Él comienza a caminar y yo le sigo. Aún era temprano, así que no habría problema en cuando regrese a casa.

Después de una larga caminata llegamos cerca de un lago.

El lugar estaba a una distancia prudente de la aldea. Ni tan cerca ni tan lejos.

Giovanni y yo nos mantuvimos en silencio durante un buen rato. 

El silencio que se formó entre nosotros no era para nada incómodo.

Estábamos sentados encima de unas rocas que estaban a la orilla del lago.

Sin darme cuenta le miré más de la cuenta y él lo notó.

—¿Qué me ves? —interrogó con el ceño fruncido.

—Pensé que no te volvería a ver, Giovanni —las palabras salieron sin mi permiso, haciendo que me sienta incómoda ante la situación que me expuse.

Él, en cambio, suavizó su rostro y sonrió a medias.

Parece querer decir algo, pero simplemente las palabras no le salían.

—Lo siento, —dijo apenas audible.

—No hiciste nada malo, Giovanni, —afirmé.

—Lo sé, —dijo con la mirada perdida en el cielo.

Me acerqué a él un poco más. No parecía darle mucha importancia mi acción por la cual me acerqué completamente.

Ahora estábamos pegados el uno al otro. Y Giovanni se tensó ante mi cercanía.

—Tengo cosas importantes que decirte Elena, —dice rompiendo el silencio que se había formado desde que me acerqué por completo a él. 

Lo miré con curiosidad.

—Y que son esas cosas importantes que tienes para decirme Giovanni.

Él soltó un suspiro y me miró.

—Yo sé que te debo muchas explicaciones.

—Giovanni no es... —él no me dejó terminar la frase.

—Sé lo que dirás, a estas alturas ya no puedo seguir ocultándote las cosas que están sucediendo y es muy obvio que a ti tiene confundida, por un lado, porque estás más perdida que tarzán en Nueva York.

Reí al escuchar las últimas ocho palabras.

—No te rías, —dijo con mala cara.

—¿Por qué no?, —pregunté sin romper el contacto visual.

—Porque siento que no te estás tomando en serio lo que quiero decirte, —hace una mueca mirando el lago.

Solté un suspiro.

—Sabes...—hice una pausa pensativa, él me mira atentamente esperando a que continúe.

Me mordí las uñas, pensativa.

—¿Qué quieres decirme, Elena? —pregunta con curiosidad.

—Capaz no entienda lo que está pasando, estoy confundida, y bastante. Soy consciente de ello. Lo único que quiero es disfrutar de este preciso momento, de esta paz y tranquilidad que me transmite tu presencia. 

Eso sonó demasiado cursi.

Él no dijo nada al respecto, y comencé a sentirme incómoda.

Quería meter mi cara en el lago o bajo tierra, me gustaría retirar lo dicho.

Él me miró para luego soltar una carcajada, le miré extrañada.

Me alejé de él un poco, incómoda.

—Pareces un tomate, —soltó entre la carcajada.

Rasque mi cuero cabelludo incómoda, desviando la mirada en cualquier punto que no sea a él.

—Te ves tierna sonrojada, —dijo después de parar de reírse.

Yo seguía sin mirarlo. Sentía mucha vergüenza y pena.

—Lo que dije sonó demasiado cursi, lo sé. En mi cabeza no sonaba así, —dije después de varios segundos.

Él negó con la cabeza.

—Elena, —dijo llamando mi atención.

Le miré avergonzada esperando a que continúe. 

—Solo relájate y disfruta del momento, —me aconseja acercándose a mí.

Mi respiración se volvió irregular ante su peligrosa cercanía.

Cerré mis ojos esperando el beso que nunca llegó. 

Al abrir mis ojos ya no había rastro de Giovanni.

La confusión que sentí fue gigante. Tan solo cerré mis ojos por unos pocos segundos.

No podría haber sido producto de mi imaginación. 

¿O sí?

Yo seguía a las orillas del lago, pero con la diferencia de que Giovanni ya no se encuentra.

Me levanté del lugar en la que estaba sentada.

Observé mi alrededor y no había rastro de nada. 

¿A caso lo habré imaginado por qué le extraño?

Cada vez estaba más confundida.

Las ganas de llorar era tanto que no me aguante y rompí en llanto.

A este punto de mi vida ya no sé qué hacer, no entiendo nada, no me entiendo, solo quiero que todo esto termine, ya no quiero nada, solo quiero acabar con el sufrimiento.

Quiero gritar hasta que darme con la garganta desgarrada y sin voz. El sentimiento de impotencia crecía más y más. Las ganas de desaparecer o dejar de existir vuelven con mayor intensidad que nunca.

En que momento todo se volvió confuso, siento que todo es una pesadilla de la cual no puedo despertar.

Ya no sabía distinguir entre lo real y lo falso.

¿Y si me mato?

Pero, ¿A qué costo?

Mire a mi alrededor, en busca de algo inexistente. A mi alrededor no había nada, solo el lago y yo, después nada. Todo parece haber desaparecido, pareciera que estaba en otra dimensión.

Ay, no.

Me estoy volviendo loca.

Y yo no quiero estar loca.

Comencé a llorar desconsoladamente, otra vez estaba sintiendo esa sensación extraña que no sabía como explicar.

Miré mi reflejo en el lago, y me veía desagradable, mi aspecto estaba bastante deteriorada, no me reconocía, tenía el aspecto espeluznante como la de un muerto viviente.




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