La dama de Rojo

Prologo

Joaquín Frederich se encuentra en su habitación. Es un cuarto típico de adolescente, con las paredes llenas de posters de sus bandas musicales y películas favoritas.

Está sentado junto a un pequeño escritorio, ubicado en un rincón. Se lo ve agitado por demás. Su mano tiembla sosteniendo una lapicera, con la que trata de esgrimir palabras, encorvado sobre una hoja.

Lejos de estar tranquilo. Sus pelos despeinados, su postura y la oscuridad del lugar, conforman una escena de lo más inquietante. Su mirada se dirige desde la hoja hacia la puerta, seguidamente a la única ventana de su cuarto, para luego volver sobre la hoja. Secuencia que repite, al menos, tres veces.

El movimiento rápido de su cuello lo hace ver como a una paloma, a la espera de que, de un momento a otro, alguien o algo ingrese al lugar. Una expresión asustada, sus ojos abiertos a mas no poder y una mancha de sangre sobre su labio. Sangre que salió de su nariz. La mancha roja en su manga evidencia que no se trató de una sola gota, ni dos, ni tres.

Vuelve a concentrarse en su escritura. Después de dos renglones más, se levanta rápidamente y toma, de encima de su cama, una mochila. Su ritmo cambia. Ya con la mochila puesta, pero con paso sigiloso, se dirige a la puerta.

Su mano acciona la perilla como en cámara lenta. La abre pausadamente mientras intenta espiar del otro lado. No ve más que la escalera que lo lleva a la planta baja. Sus ojos se cierran, trata de concentrarse.

Luego de un largo y profundo suspiro toma coraje y abandona el cuarto. Dejando atrás la hoja escrita con letras temblorosas.

Palabras nerviosas pero seguras al mismo tiempo...

Madre:

Dejo esta nota como evidencia por si no me vuelves a ver. Solo quiero decir que no te preocupes, pero si la encuentras guárdala. No se la des a nadie.

Se que, lo que le sucede a mi padre, no es lo que piensan realmente. Él me ha contado en varias de mis visitas lo que en verdad le sucedió. Yo le creo porque, en cierto modo, fui testigo de una de sus "locuras", como ustedes las llaman.

Hace un tiempo estuve investigando el como poder ayudarlo, para así, de una vez por todas, poder sacarlo de su tortuosa realidad.

Se lo que vas a pensar, al fin y al cabo, soy como tú dices, un simple adolescente. Pero puedo asegurarte, madre, que hay muchas cosas que no sabes sobre mí. Además, tengo a una persona adulta que me va a guiar en este camino. No te preocupes.

Espero que entiendas mi decisión. Puede que Federico sea despreciable, egocéntrico, un verdadero estúpido, pero es mi padre. También tengo la certeza de que a mi me sucederá lo mismo y no me quedaré de brazos cruzados.

Nunca dije nada, pero por la misma razón que él tenía, acertadamente, para no decirlo.

Te amo madre.

Joaquín.

 




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