La dama de Rojo

2

El sol ya se ha ocultado. La morada se encuentra en completo silencio, salvo por el habitual sonido que emite el tétrico reloj de péndulo.

Camina hasta su templo a oscuras y en su camino enciende una lampara de pie que hay junto a un sillón. Ni bien se ubica en su escritorio prende la computadora. Se encuentra dispuesto a terminar su libro, no sin antes, con el control, obligar a sus persianas a que se cierren por completo. Agarra el vaso de whisky que nunca terminó de beber y sin dudarlo lo vacía en un pequeño tacho que reposa junto al escritorio, repleto de papeles arrugados como bollos. Del lado contrario, también sobre el suelo, descansa una botella cuadrada con menos de la mitad de su contenido, con la cual vuelve a llenar su vaso. Del cajón extrae un nuevo habano que enciende y lo deja en su boca al momento en que sus dedos comienzan a recorrer el teclado nuevamente a una velocidad frenética, a un ritmo constante y sin detenerse mas que para quitarse el habano de la boca cuando sus ojos comienzan a irritarse por el humo, y también para alternar con pequeños sorbos de whisky.

La escritura es interrumpida por una nueva llamada que ingresa a su celular que yace sobre el escritorio. Sin tomarlo, tan solo ubicándolo de manera de poder leer, chequea lo que muestra la pantalla. La misma indica una llamada entrante de alguien a quien tiene agendado como Agustina seguido de un corazón. Al ver quien lo requiere no duda en contestar.

—¡Agustina! Que sorpresa— se muestra entusiasmado.

—Sorpresa es escucharte a ti de buen humor.

Agustina es la mujer con la cual Frederich estuvo casado durante diez años y de quien se separó hace cinco. De su unión nació Joaquín, que tiene la misma cantidad de años que ellos tuvieron de matrimonio. Su exmujer e hijo viven en una propiedad a las afueras de Stonelake. Una propiedad cedida por él, al momento de la separación. La que era la casa de vacaciones de la familia.

El fin de su matrimonio se encuentra lejos de ser algo agradable y en buenos términos. La pareja se fue desgastando, como el pie derecho de la estatua del Vaticano que muestra a San Pedro, ya carente de dedos por causa de los toques y besos de sus peregrinos. Frederich fue devorado por la pasión y devoción hacia la escritura, lo que lo llevo a descuidar a su familia a niveles máximos. Agustina, al ver que la obsesión de Federico con sus historias no disminuía en lo mas mínimo, al contrario, se volvía cada vez mas aislado de su entorno, no tuvo más opción que ponerlo entre la difícil y cruel elección entre su trabajo y la familia. Por lo que ya sabemos cuál fue la decisión que tomó.

—¿Sucedió algo? ¿Está bien Joaquín? — pregunta, sabiendo que cada llamada de su expareja es para anunciar algo que necesita. No porque ella no sea una mujer independiente, que por cierto lo es, sino porque la ley es la ley. En esta ocasión lejos está de ser monetario el tema.

—Joaquín está bien, pero a mi me surgió hacer una presentación importantísima.

—Ajam... ¿Y?

—Como es mañana y me surgió de improvisto, no tengo con quien dejarlo. Viendo que también tiene padre tengo pensado en subirlo a un micro a última hora y que lo pases a buscar por la terminal bien temprano. ¿Qué dices?

—¿Qué te voy a decir Agustina? Si parece que ya haz planeado y organizado todo— Frederich observa la hora marcada en el reloj de péndulo.

—Bueno Federico ¿Hace cuanto que no ves a tu hijo? ¿Ocho meses? — cuestiona enfadada.

—Está bien mujer— el desgano rebalsa de su boca.

—¿Ves como puedes ser amable cuando quieres? Y hazme un favor... trata de no asustarlo como la última vez.

Prometido— afirma el escritor cruzando los dedos de su mano.

—¡Genial! — el tono de Agustina cambia de forma drástica. —Después te envío por mensaje la empresa por la cual viaja y a la hora que llega a la terminal de Stonelake.

—No hay problema. Cualquier cosa hablamos.

—Una cosa más— agrega Agustina antes de cortar —Creo que tu agente sabe que no vives aquí ¿no?

—No se de que estas hablando Agustina. Carlos sabe perfectamente que esta es mi casa. Hace ya cinco años— responde casi riendo, como sabiendo que se trata de tan solo una broma.

—Ya lo sé, pero pensé que habías cambiado de agente. Hace una hora vino alguien a buscarte.

—No tengo idea de quien pueda ser ¿Dejó algo dicho? ¿Dijo su nombre?

—No dijo nada, solo preguntó por ti. Cuando le dije que no vivías aquí se fue como vino. Pensé que la habías elegido por la figura que lucia en ese vestido rojo.

<<Es solo una coincidencia>>

—¿La conoces? — cuestiona al no recibir palabra de Federico.

Frederich se percata que, por mas que piense que es imposible, se había quedado en silencio.

—No. No tengo idea de quien puede ser. Cuídate Agustina.

La llamada finaliza y la cabeza de Frederich comienza a dudar. Su mano revuelve sus cabellos mientras por un momento aleja la idea de la coincidencia y se pregunta si aquel vestido rojo seria el mismo que vio el día de hoy. Pero tan solo hay una justificación que demuestra que es pura coincidencia. Una justificación tan coherente, que lo devuelve a sus cabales. Agustina y su hijo viven en las afueras de Stonelake, no hay manera posible de que aquella mujer haya llegado, en una hora, desde la zona alta hasta allí.




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