La dama de Rojo

4

Con un espasmo de ahogado abre los ojos y se sienta rápidamente. Su pecho se infla y desinfla mostrando una enorme agitación, mientras que las gotas de su cuerpo todo transpirado, caen sin cesar mojando las sabanas de su cama. Confundido y con cara de dolor observa hacia los costados al momento en que con su mano derecha se toca la mandíbula.

<< ¿Qué demonios fue esa pesadilla? Al final ¿Cuántos pisos tenía ese edificio? >>

Aun sin entender y con su cabeza dando vueltas piensa que solo se trató de eso, una inquietante pesadilla.

Al costado de su cama puede ver una botella de whisky, vacía y tumbada en el suelo. Eso despeja su dilema de no acordarse cuando se acostó.

—Sin dudas fue una horrenda ... — Sus palabras son acalladas por un punzante dolor. Su ceño se frunce y su mano presiona su boca. Siente como si de la noche a la mañana, un sin fin de caries hubieran atacado a cada uno de sus dientes, sumadas al extraño sabor metálico que capta su lengua, como si hubiera estado mascando clavos << Tengo que dejar ese whisky barato >> piensa mientras se levanta y vuelve a mirar al cadáver vacío sobre la alfombra. Adormecido como está se dirige al baño, aún con la mano sobre su rostro, apretando al dolor.

La canilla de agua fría es accionada y con abundante liquido refriega su cara. Luego de secarse con una pequeña toalla blanca se observa en el espejo. Lejos está de gustarle lo que ve. Sus ojeras se muestran cada vez mas grandes y oscuras. En su cabello puede contar cada vez mas canas que, aunque piense que no le sientan nada mal, claramente denotan el paso del tiempo. Algo en lo que no le gusta pensar mucho.

En ese momento puede ver, por el rabillo de su ojo derecho, un humo blanco y espeso que corre por encima de su hombro, pero que no se dejar ver reflejado en el espejo. Ahí es cuando el sabor metálico se presenta de forma mas intensa y el interior de su boca se humedece en su totalidad, inundándose como camarote del Titanic. Un hilo húmedo y rojo se filtra por la comisura de sus labios y lo obliga a abrir la boca, dejando caer desde dentro de ella, una literal cascada de sangre sobre su pecho.

El espanto es inevitable y se inclina sobre las canillas para abrirlas, diluyendo solo un poco el rojo que ahora llena el fregadero. Con el fin de enjuagar su boca, se agacha un poco más. Detrás de él, la dama de rojo, de pie y con un cigarrillo aprisionado por sus dientes.

La sangre continúa brotando sin parar, es imposible contenerla, a tal punto que el fregadero, sin tapa alguna, se llena hasta rebalsar.

A esta altura el baño está más cerca de parecer un matadero, con sangre por doquier. Un verdadero deleite para la dama de rojo, como lo demuestra su siniestra sonrisa. Sus labios se separan y el cigarrillo, teñido en su filtro por su labial carmesí, cae dando vueltas hasta apagarse contra la sangre con su característico tsss. Ahora el cigarrillo completo muestra el mismo color y se humedece al instante. La boca de Frederich continúa abierta, pero la catarata sanguinolenta se detiene.

Frederich toma una gran bocanada de aire, la propia sangre lo estaba asfixiando. Respirando de forma frenética se mantiene apoyado en las canillas luego de cerrarlas, mientras que, el cumulo de sangre, continua sin desaparecer en la rejilla carente de tapón.

La dama de rojo continua a sus espaldas y sin que el escritor pueda verla, ya que, ni siquiera su imagen se muestra en el espejo. El clic que produce el cierre de la cigarrera dorada sobresalta a Frederich que, al primer movimiento, sus pies comienzan a resbalar en el piso ensangrentado. Ambos pies se deslizan de un lado al otro mientras evita caer aun aferrado al desbordado fregadero. Logra controlarse, pero sus pies quedan bastante alejados entre sí. Así como está, gira su cuello lo más posible para mirar por encima de su hombro, mas allá de su espalda. Nada ni nadie se encuentra allí más que él.

Su mirada vuelve a la sangre acumulada que, a causa de la apertura de sus pies, se encuentra muy cerca de su rostro, pudiendo identificar perfectamente su olor metálico. Juntando sus plantas, patinando sobre aquella pista de hielo rojo, se eleva hasta volver a su altura habitual.

Luego de dudarlo unos instantes, introduce su mano derecha en el charco bajo las canillas, en busca de aquello que no permite su drenaje. Su ceño se frunce cuando sus dedos hacen contacto con algo no muy consistente. Jala hacia arriba y siente como aquello se desprende, como si no estuviera sacándolo por completo e igualmente escucha el fluir por la cañería. Con su mano aun chorreando sangre comprueba que, lo que tapaba el fregadero, es tabaco húmedo y teñido de rojo.

Con ayuda de ambas manos comienza a hurgar en el tabaco, olvidándose completamente de la pista de hielo, cuando su pie izquierdo se desplaza rápidamente hacia su costado. Por la fuerza ejercida en busca de un apoyo firme, su pie derecho patina hacia adelante y el cuerpo del escritor ya se encuentra en picada. Sin lograr aferrarse, sus brazos se sacuden. El tabaco teñido vuela por los aires y antes de que el cuerpo llegue al suelo, su trayectoria es interceptada. Su cabeza golpea contra la letrina antes de llegar a la sangre todavía derramada.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.