La dama de Rojo

5

Con el mismo espasmo que hace minutos atrás vuelve a despertarse en su cama. Lejos está de sentir tremendo golpe en la cabeza y mucho menos el dolor en su boca, aunque aún siente ese gusto metálico.

Se levanta, va al baño y comprueba de que se encuentra en perfectas condiciones. Vuelve a sentarse sobre su cama y allí se queda unos minutos, frotando su frente y tratando de entender que es lo que sucede. Pero su pensamiento es acallado por un recuerdo mas importante.

Se alerta y mira hacia el reloj, posado sobre la pequeña mesa de luz, a la derecha de su cama.

—Agustina me va a matar— se escapa de sus sorprendidos labios.

Son las 12 del mediodía y tenia que buscar a su hijo a primera hora por la terminal de ómnibus.

Apresurado y a los tropezones se lanza sobre el armario en busca de su ropa. Su mano se hace del primer pantalón que encuentra, uno tan aburrido como los demás, y se lo calza sin vacilar. Estira su brazo y toma una percha de la cual cuelga una camisa blanca. Al querer descolgarla, la percha se atora en la prenda contigua. Frederich, envuelto en su frenesí, jala tan bruscamente que la madera de la percha choca con su boca. El interior de sus labios se humedece por demás y, con su dedo índice, comprueba que el golpe le provocó un pequeño, pero sangrante, corte en su interior.

Soltando un sinfín de maldiciones termina de vestirse, se dirige al botiquín del baño y enjuaga su boca. El solo hecho de verse reflejado en el espejo le produce escalofríos, al recordar perfectamente lo que anteriormente sucedió allí. Vuelve a su habitación y toma su celular.

Agustina le había dicho que le enviaría un mensaje con la información para buscar a Joaquín, pero la pantalla no muestra mas que la hora y la fecha << ¿Ocho de noviembre? >>

El dolor regresa a su dentadura, con la misma intensidad de antes.

Entre sus contactos busca el número de su exmujer y llama sin dejar de refregarse el mentón con la otra mano. Dos tonos de llamada y Agustina contesta.

—¿Federico? — es su primera palabra —Que raro vos llamándome— agrega con una pisca de ironía y aun mostrándose sorprendida.

<< Mas rara fue mi noche >>

—No se qué tendrá de raro, pero me has dicho que me mandarías un mensaje— reprocha, pero con cautela, sabiendo que a él se le ha pasado la hora. Su habla denota su batalla contra el dolor.

—No se de que me estás hablando Federico.

Frederich pasa a relatarle toda la conversación del día anterior, pero usando exactamente las mismas palabras, como si estuviera interpretando el dialogo en una novela.

—Es verdad que hoy tengo un desfile y precisamente en Stonelake, pero ayer no hablamos en ningún momento.

Con total desconcierto, el hombre vuelve a dejarse caer en la cama y revuelve su cabeza mientras piensa. Por un lado, es un alivio el no haber olvidado a su hijo, quien ahora estaría varado en la terminal, pero por otro, si nunca había hablado con Agustina no había forma de que supiera lo del desfile << ¿Por qué demonios es otra vez ocho de noviembre? >> Su cerebro no sabe muy bien que pensar.

—Te noto algo raro Federico ¿Te sucede algo? — ahora el tono de Agustina es de preocupación y entre los interlocutores se produce un silencio — Federico ¿estás ahí?

Su cabeza da vueltas, al punto en que ni siquiera capta la preocupación de Agustina, quien se muestra mucho más condescendiente de lo habitual.

—No me hagas caso. No me siento muy bien... estoy algo mareado.

—¿Cómo quieres estar? Si lo único que haces es estar encerrado en tu madriguera, a oscuras, escribiendo.

—Lo sé. Por suerte ayer terminé el libro, debería poder distraerme un poco.

—Tienes que salir más— el tono de Agustina cobra animo —Ven al desfile. Es hoy a las ocho de la noche. Puedes aprovechar para estar con tu hijo.

Federico no puede creer lo que escucha, pero no duda ni un segundo.

—Creo que es una estupenda idea— Con una sonrisa forzada, a causa del dolor, acepta la invitación y concuerdan encontrarse allí.

—Luego te envío la dirección.

Todavía con su celular en mano, después de haber cortado la llamada, utiliza la cámara frontal para revisar su boca, tratando de identificar de donde proviene tan agudo dolor. En ese momento una nueva llamada ingresa a su dispositivo. La pantalla muestra el nombre de Carlos.

—¡Federico! ¿Cómo está mi escritor favorito?

—Bien, bien Carlos ¿Cuándo no vendo piensas lo mismo? — la respuesta de siempre.

—No digas eso, sabes que siempre confié en ti.

Una sensación de incomodidad recorre el cuerpo del escritor mientras escucha a su editor. Ese sexto sentido que uno tiene cuando sabe perfectamente, sin saber por qué, que algo no anda del todo bien.

—Dime que ya tienes el libro terminado— le dice suplicando.

—Claro que sí. Te lo envié ayer a última hora— casi como prediciendo lo que sucederá se dirige hacia su templo/escritorio.

—No estoy como para esas bromas Federico. No me llegó nada.




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