El salón está colmado de gente. Frederich ingresa y da sus primeros pasos por el lugar. Todo el mundo luce refinado y reluciente. Es el ambiente que siempre genera un gran desfile de una gran diseñadora de moda, como lo es Agustina Conte.
La mayoría ya se encuentra ubicándose en las tres filas de sillas que contornean a la larga pasarela de alfombra roja. El color que menos quiere ver Frederich se hace presente por todo el salón, desde el gigantesco telón que cubre a los modelos segundos antes de transitar la pasarela, pasando por las cortinas del lugar, hasta llegar a los centros de mesa en la parte donde los presentes se convertirán en comensales más tarde. La confusión, o tal vez la emoción por la invitación, no lo habían dejado pensar en encontrarse en esta situación. No puede dejar de prestar atención a cada una de las tantas mujeres que lucen vestido rojo esa noche, sin quererlo se encuentra en busca de la dama de rojo, su dama de rojo. Si hasta parece que se hayan puesto de acuerdo, al menos unas cincuenta de ellas... hasta es absurdo.
En el frenesí de sus pupilas, recorriendo a las rojas mujeres, logra divisar a Joaquín. Él se encuentra tranquilamente sentado en una de las sillas, en primera fila, frente al extremo delantero de la pasarela.
Camino hacia su hijo consigue cruzarse con una amable mesera, que extiende hacia él una bandeja con copas burbujeantes, de la cual toma dos y continua. Hasta llegar junto a su hijo se topa con, al menos, tres mujeres de rojo. Ninguna es su dama.
—¡Papá! — exclama el niño al verlo.
—¡Hey Monstruito!
El saludo se da con un fuerte abrazo y una revuelta de pelos para el Frederich menor. Luego, Frederich mayor toma asiento junto a el niño que luce tan elegante como su padre.
—¡Qué bueno que has venido pa!
—No me lo perdería por nada del mundo, hijo.
—Por fin te afeitaste— bromea el niño ya que contadas veces, en su corta vida, son las que pudo ver la barbilla de su padre sin pelos. Joaquín extiende su mano y, como cuando bromeaba hace un tiempo atrás, presiona con su dedo el hoyuelo en la barbilla de Federico.
Aquel simple contacto hace que su cara se arrugue por demás, en un claro gesto de dolor.
—¿Estás bien papi?
—Si, si, hijo. Es solo un dolor de muelas— hace un esfuerzo para dominar el dolor y lo logra.
A unos metros, sus ojos enfocan la figura de Agustina, quedando embobado con lo que ve. La figura de la diseñadora Conte es delimitada a la perfección por un delicado vestido azul, largo y elegante. Lleva en sus delicadas orejas unos aros dorados haciendo juego con su collar. Realmente destaca de entre el resto por su brillo propio —. Ahora vengo. Voy a saludar a tu madre.
Joaquín hace caso y se sienta derechito contra el respaldo de su silla. Frederich llega junto a su exmujer.
—Te vez hermosa— le susurra al oído, acercándose por detrás.
Agustina se da vuelta mientras sus mejillas van tomando color y sus ojos se topan con los de Federico, quien se pierde en el brillo que tienen. Ella avanza y lo estrecha en un abraso.
—Tu no estás nada mal— le dice y suelta una risa nerviosa. Antes de separarse deposita un delicado beso en la afeitada mejilla
¿Cómo un beso de esos labios podría causar dolor?
—¿Estás bien? — es clara la expresión de su rostro. Frederich nuevamente utiliza a la muela como excusa —Que bueno que pudiste venir igual.
—No me lo perdería después de tu invitación— responde con un cumplido mientras sus labios se esfuerzan por esbozar algo parecido a una sonrisa.
Ambos se quedan callados. Hace meses que no se ven y, cualquiera que los viera ahora, creería que se trata de un reciente noviazgo adolescente. Ambos esquivan sus miradas enmudecidos. Hasta que Agustina decide terminar la incómoda situación.
—¿Así que terminaste el libro? — pregunta tratando de conversar algo antes de partir para dar comienzo al evento.
—Emm... creo que si— responde dubitativo con sus manos en los bolsillos.
—¿Cómo que crees?
—No me hagas caso, es largo de explicar y no creo que tengas mucho tiempo ahora— esquiva mejor que pez al anzuelo. — ¿Tu como estás? ¿Preparada para el evento?
Claro que lo está. Agustina está como quien dice... en su salsa, haciendo lo que la apasiona, revindicando todo lo que tanto trabajo y esfuerzo lo costó conseguir. Por eso brilla mas que sus alhajas doradas.
La charla es amena. Frederich logra olvidarse un poco de su dolor bucal y Agustina se permite contar algunos chistes, habito que adquirió después de separada. En un momento las risas cesan justo cuando Agustina recuerda algo que últimamente le hace ruido. Toma de la mano a Federico y se acerca a su oído.
—Tal vez no sea el momento indicado, pero tampoco es que estás muy presente— susurra en secreto —. Se que tiene solo diez años, pero hace días, cuando vuelvo a casa, siento olor a cigarrillo.
Por un momento el corazón de Frederich se había acelerado, debido al acercamiento de Agustina, creyendo que iba a pasar algo que al parecer no pasará. Es por eso que no hace mucho caso a lo que le dice y se lo toma, mas a la ligera, de lo que su exmujer hubiera preferido.
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Editado: 04.07.2019