La dama de Rojo

11

El niño no volvió a preguntar sobre el tema y Frederich tampoco dio oportunidad a que lo haga. La cena está casi lista y el mantel puesto sobre la amplia mesa del comedor. Aquella que está decorada con dos finos candelabros de tres velas.

Federico le alcanza uno a uno los vasos a su hijo para que los vaya colocando sobre la mesa. Dándole así, lugar a que él escoja las ubicaciones. Observa su reloj de pulsera que marca las diez de la noche. Joaquín vuelve y el procedimiento anterior es repetido con los platos y cubiertos. Diez y dos minutos. Frederich comienza a sospechar que Scarlet, o la dama de rojo, no se hará presente.

El timbre se escucha. La frase de Scarlet de poder ir, después de las diez, ahora suena más a una promesa. Son las diez y cuatro minutos.

Mientras acomoda su camisa, arrugada por el delantal, y peinándose un poco, se aproxima a la puerta y observa por la mirilla. Ve como Scarlet cruza la pequeña puerta campestre y comienza a transitar el camino que la lleva a la entrada.

Aunque sepa que debe abrir la puerta aprovecha el momento, ya que puede hacerlo, para observarla sin discreción mirilla de por medio. Lo que ve, como cada vez, lo deja impactado, con la misma magnitud que atemorizado.

A diferencia de la apariencia que lucía en Liberty Books, esta vez, el vestido rojo es estrictamente entallado a sus curvas y de un rojo que aparenta ser furioso por demás. Un vestido tan pegado al cuerpo que pareciera tratarse de una segunda piel. Un escote de lo mas provocativo, que llega hasta casi el centro de su estómago, deja muy poco a la imaginación. Sus labios y cartera haciendo juego con su vestido, al igual que los taco aguja. Rojo es el único color que se ve sobre ella, salvo su pelo azabache con ese característico mechón blanco. Del cual no se percató en la librería. No recuerda bien, si llevaba esos cabellos nevados.

Cuando Scarlet pisa el escalón que precede a la entrada Frederich abre la puerta. La dama de rojo, con tan solo dos zancadas de sus largas piernas, llega al escritor. Para, sin previo aviso, unir sus labios con los suyos en un efusivo beso.

La primera reacción, del sorprendido Frederich, es disfrutar del contacto, no solo de sus labios, sino también de el cuerpo que se aferra a él. Disfrutar de esa atracción que siente por ella desde la primera vez que la vio.

Luego de unos segundos se despega de la mujer, de una manera un tanto brusca, separándola con sus manos en la cintura de la dama y quedando ella en desconcierto.

—Disculpa— pronuncian sus labios al momento en que, apenada, eleva su mano para taparse la boca. El escritor está inmóvil —. Es que creí que la invitación... perdóname, creo que me confundí— rápidamente, avergonzada y con sus mejillas camufladas en su segunda piel, se da la vuelta, con ánimos de retirarse.

—No, no— la toma del brazo y ella no opone resistencia —. No es eso.

Scarlet, ya mirando hacia él, observa una pequeña figura que llama su atención, ubicada más allá de Frederich. Es Joaquín, que se encuentra en presencia de la situación y la boca de su padre untada en rímel. El pequeño los mira con naturalidad, pero una pisca de picardía en su mirada.

Al comprender la situación, Scarlet intenta parecer lo mas relajada posible. Aún con sus mejillas ruborizadas.

—No te preocupes— Frederich aliviana la preocupación de Scarlet al avanzar y, posando su mano en la suave espalda, la invita a ingresar.

Scarlet avanza, se acerca al jovencito, aun con ese tono rosado en su rostro.

—¿Y este niño tan apuesto? — se inclina con el torso hacia él y revuelve sus cabellos.

Joaquín eleva su brazo, hasta la altura de Scarlet y le devuelve la revuelta.

—¿Y esta niña tan apuesta?

—¡Joaquín! — le llama la atención su padre, al captar perfectamente la burla.

—No hay problema— se entromete la dama, quien continua, con una sonrisa, sobre el muchacho —Gracias por lo de niña— agrega con un guiño.

Recién se conocen, pero claramente ya comenzaron cierto juego de complicidad.

—Ese jovencito tan apuesto es Joaquín, mi hijo— se suma Frederich al juego, mientras libera a la mujer de su cartera y la coloca en el perchero junto a la entrada.

—Que guapo es.

—Salí a mi madre— contesta rápido.

—Joaquín... basta— sentencia con un gesto bajo con sus manos, al sorprenderse por la contestación picara del joven. Contestación que hizo reír a Scarlet —. Ve a terminar de poner la mesa— Le pide. Ni bien Joaquín hace caso, la toma de la cintura, dispuesto a hacerle una mini visita guiada por la sala.

—Si que tienes de todo aquí— Scarlet se muestra sorprendida mientras sus ojos recorren el lugar, pasando por el reloj de péndulo y llegando a cada rincón de la amplia habitación. Sencillamente parece una niña suelta en una juguetería.

—Digamos que son recuerdos de mis libros— responde orgulloso de sus adquisiciones.

—¿Y este? — pregunta mientras continúa caminando y desliza la yema de su dedo sobre el escritorio — ¿Es tu templo?

Puede verse a Joaquín yendo de aquí para allá. Ubicando sobre la mesa uno a uno los utensilios necesarios para la pronta cena.




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