La dama de Rojo

12

La cena transcurre normalmente, mientras que los nervios en Joaquín disminuyen a cada bocado. Hacía ya ocho meses que no veía a su padre, justamente desde su ultimo cumpleaños, el numero diez. Está muy contento. No solo pasó una esplendida tarde junto a él, sino que también, preparó su comida favorita.

El niño se dedica tan solo a comer y escuchar mientras los adultos conversan. Frederich trata de no hacer ninguna pregunta que evidencie que recién se conocen, pero el niño no es tonto y capta perfectamente la situación. Aunque elige pasarlo por alto. Los niños de esta época, ya a esta corta edad, comienzan a mostrar interés en como cotejar a una niña; y trata de observar como se desenvuelve su padre, incluso hasta copiando alguno de sus movimientos.

Por parte de Scarlet, a diferencia de como se mostró a solas con el niño, se deja ver de lo mas amigable y jocosa. Cada vez mas jocosa a cada trago de Malbec.

Frederich realmente disfruta el momento. Hace años que no tiene una velada tan gratificante. Él suele cenar solamente en compañía de su computadora, viendo alguna película o serie.

—La verdad... muy sabroso— sentencia Scarlet luego de limpiar las comisuras de su boca delicadamente con una servilleta.

Frederich agradece el cumplido tan solo simulando una reverencia.

—¿A ti te gustó, hijo?

—¿No lo parece? — pronuncia el jovencito aún masticando el ultimo bocado. Frente a él, un plato que pareciera que no hace falta lavar por como lo dejó. Luego de tragar se deja caer sobre el respaldo con una exhalación de satisfacción. Lo que provoca unas risas.

—¿Postre? — pregunta el anfitrión.

—¿Encima hay postre? — Scarlet se muestra entusiasmada con la idea —. Eso deberías avisarlo antes de servir ¿o quieres que pierda la figura?

Frederich no puede detener a sus ojos que recorren lo que la mesa deja ver.

—Si es por eso tranquila, aún tienes bastante margen.

—Yo no quiero postre pa, no puedo más— Joaquín tiene sus manos sobre la abultada panza llena —. Prefiero acostarme y mirar un poco la televisión.

—Esta bien hijo, hoy tuvimos un gran día— le comenta a Scarlet con una sonrisa, para lego volver con el pequeño —. Sube a tu habitación que ya voy a darte las buenas noches— sus palabras llegan a enternecer a la dama, aunque a su hijo le resulta algo embarazoso.

Joaquín se levanta de su silla y, luego de despedirse, se dirige a la escalera que lo lleva a la primera planta, donde está su cuarto.

Ni bien su hijo abandona la sala comienza a apilar la vajilla recién utilizada. Momento de ordenar un poco, no solo el lugar, sino también su cabeza.

—Tu no te preocupes, eres la invitada— le dice a Scarlet al momento en que atina a ayudarlo. A lo que la dama accede, vuelve a sentarse, reposa su espalda y cruza delicada y sensualmente sus piernas. Sus ojos no se despegan ni un segundo del escritor desde que Joaquín los dejó a solas.

Ya con la mesa despejada, salvo por los candelabros, dos copas y una botella de vino casi vacía, Frederich va a despedir el día de Joaquín.

—En un minuto bajo— pronuncia casi saliendo de la sala — ¡Para cuando lo haga quiero esa botella vacía! — agrega antes de poner un pie en el primer escalón. Se detiene para oír si hay respuesta.

—¡Parece que quieres emborracharme!

—¡Puede que sí! — de dos en dos sube los escalones, con paso apurado y una sonrisa en su rostro.

Scarlet, seria y con la mirada perdida en la nada, toma la botella de Malbec y vierte en su copa lo poco que queda. De un sorbo la copa queda de la misma manera que la botella, solo aire en su interior. No es que haya un sido un sorbo corto, al contrario, se la ve sedienta. Una gota borravina se filtra por la comisura de su boca mientras su mirada continúa perdida. Las ventanas están cerradas, pero las llamas de las velas danzan, con una brisa que hasta ahora no existía. Ayudándose con la servilleta, vuelve a limpiarse delicadamente el surco oscuro, que ya casi se desprende del mentón.

El pequeño Joaquín ya está metido en su cama para cuando su padre abre la puerta.

—¿Qué te pareció la comida? — dejando la puerta entornada y con la misma sonrisa con la que subió camina hacia su hijo.

—Te pasaste, pa— ambas sonrisas son casi idénticas, nadie podría discutir su paternidad viéndolos juntos. Pero la mas pequeña se convierte en una expresión seria cuando su padre se sienta junto a él —. Lo que no me gusta es esa mujer.

Las palabras de su hijo parecen no disuadir a la sonrisa de Frederich.

—¿Celoso de papá o celoso por mamá?

—No es eso pa— responde mientras lleva el borde de la sabana hasta su cuello —. Me da miedo.

—Tranquilo hijo, ahora estás con tu padre que te cuida— intenta calmarlo.

—Si... como la ultima vez ¿no? — reprocha con los labios y el ceño fruncido.

—Ya hablamos de eso Joaquín— sin dudas eso si borró su sonrisa —. No va a suceder nada más así— dándole un beso en la frente y, con una expresión incomparable con la que ingresó al cuarto, se retira, ahora sí, cerrando la puerta —No te duermas tarde— fueron sus últimas palabras.




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