La dama de Rojo

14

Frederich despierta con la sensación de haber dormido tan solo unos minutos. Afuera todavía es de noche y la luna parece no haberse movido. Nuevamente se encuentra en posición fetal y mirando hacia la mesa de luz.

<< Un buen indicio >> piensa al ver que todo sigue en su lugar, tanto la botella vacía de Malbec junto a las copas sobre el suelo, como también su celular descansando junto a la delicada lampara.

Su cabeza continúa dando vueltas y sin darse cuenta realiza los mismos movimientos en busca de Scarlet. Tan solo para comprobar que nuevamente no está junto a él. Se sienta contra la cabecera y chequea su celular. Las dos de la mañana del 08 de noviembre del 2014. La misma hora que cuando se prepararon para dormir por primera vez.

Creyendo que se trata de la misma situación, se encuentra con su espalda contra el respaldo y su vista sobre la puerta ligeramente entornada del baño en suite. Los rasgos de miedo ya se hacen presentes en él. Tan solo el hecho de despertar ya le está generando incomodidad. Una gran incertidumbre de que es lo que pasará al abrir sus ojos. La distorsión es abrumadora. La pregunta de que es real y que no, ronda por su cabeza constantemente.

Inmóvil, envuelto en un silencio tan abrumador como para permitirle oír los latidos de su propio corazón, aguarda el chirrido que provocará la puerta. Puede sentir su respiración, como entra y sale el aire inflando sus pulmones. La perilla no presenta actividad y la puerta no parece querer abrirse después de ya algunos minutos de espera.

Lejos de ser el chirrido, lo que se escucha parece provenir del piso de arriba, uno, dos, tres fuertes golpes llegan a sus oídos.

Algo asustado y sin entender lo más mínimo, Frederich se levanta de su cama y, luego de esquivar las copas en el suelo, se dirige al baño. En su camino puede ver el vestido rojo sobre el modular.

—¿Scarlet? — pregunta tímidamente mientras da unos pequeños golpes en la puerta —¿Scarlet— insiste al no obtener respuesta. Abre la puerta y comprueba que dentro del baño no hay nadie.

En ese momento un nuevo golpe se escucha por encima de su cabeza, pero está vez, se oye con mas intensidad. Luego, el ruido como el de una cama arrastrarse.

—¡Joaquín! — exclama y sale corriendo.

Los golpes continúan mientras cruza la sala. Al subir la escalera los percibe aun con mas intensidad, claramente vienen de esa planta. Recorriendo el pasillo puede ver que la puerta del cuarto está abierta, y distingue claramente la sombra de un cuerpo que se proyecta sobre el suelo. Al acercarse la puerta se cierra bruscamente.

Casi a los tropezones llega frente a la puerta del cuarto de su hijo. Intenta abrirla, mientras continúan los golpes que provienen de allí, pero está con llave.

—¡Joaquín! ¡Hijo! — repite sin parar mientras golpea fuerte con el canto de su mano.

La puerta no cede.

Frederich camina tres pasos hacia atrás buscando impulso y con una patada, logra saltar en pedazos la madera a la altura de la cerradura.

Lo que ven sus ojos lo deja atónito. Tendido sobre la cama está el pequeño cuerpo de su hijo. De rodillas sobre él, una figura. A su alrededor, sangre por todos lados. La silueta sobre su hijo se vuelve visible una vez que fija sus ojos en ella. Agazapada sobre el muchacho está la dama de rojo. Haciendo caso omiso de Frederich, que inmóvil observa tan macabra escena. La dama continúa hurgando con sus manos y boca en el pecho de Joaquín.

—¡No! — exclama saliendo de su parálisis y se adentra a la habitación.

Su grito llama la atención de la dama de rojo, quien gira completamente su cuello para verlo. El contacto visual vuelve a dejar inmóvil al escritor.

El vestido es el mismo que anteriormente reposaba sobre el modular, en su cuarto, aunque ahora presenta rasgaduras y manchones de un rojo más oscuro, provocados por la fuente de sangre en la que ha convertido al niño. Su rostro luce de un aspecto tan terrorífico como fantasmal. Su piel, lejos de verse suave y bella como antes, luce arrugada por demás y presenta un color putrefacto. Un rostro que parece derretirse como vela, carente de ojos, mostrando en su lugar tan solo dos huecos, oscuros y profundos como un abismo. En su boca, unos filosos dientes como piraña muerden pedazos del corazón de Joaquín.

En una fracción de segundo la dama de rojo, con un grito espeluznante, se lanza hacia Frederich, quien aterrado cierra los ojos y se cubre el rostro con sus antebrazos. Así, temblando y aterrado, se queda como congelado. Nada golpea contra él, sus oídos ya no captan el grito de tan horrible ser. Los segundos pasan y se niega a dejar su postura acobardada.

 




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