La dama de Rojo

15

La única percepción que tiene sobre su cuerpo es un sudor frio y los temblores que aun no cesan. Tan solo unos segundos mas y lo que percibe lo confunde. Siente como su costado derecho reposa contra algo. En ese momento se anima a despegar sus parpados.

Nuevamente está en su cama, en posición fetal y mirando hacia la lampara que reposa sobre la mesa de luz.

<< ¿Qué es todo esto? >>

Su cuerpo ya es prácticamente agua. La cama está empapada de sudor y aún continúa temblando. No puede dejar de sentir terror luego de tan perturbadora escena, donde pudo ver con sus propios ojos como su hijo era destripado literalmente.

La botella continua en el mismo lugar, junto a las copas, sobre el suelo. Su celular junto a la lampara sobre la mesa de luz. Todo está como cada vez que despertó esta noche.

Lentamente y aún mareado por el alcohol gira su cuerpo hacia el costado de Scarlet. Un grito de miedo escapa de su boca al ver que, a escasos centimetros y mirándolo con sus cuencas de abismo, está la misma cara terrorífica del ser que devoraba al pequeño. Obligado por el terror cierra sus ojos nuevamente.

<< Esto no puede estar pasando. Quiero despertar ya, por favor >> trata de convencerse a sí mismo. El miedo lo ha paralizado a tal punto que ni siquiera atinó a salir de la cama.

Le es imposible calcular cuanto tiempo se mantuvo así, inmóvil, con sus ojos cerrados. Hasta que por fin extiende su brazo tembloroso hacia adelante, en busca de la dama, pero la mano no encuentra su objetivo.

Con sus ojos aun cerrados su mano repta nuevamente por las sabanas revueltas y húmedas, pero a escasos centimetros, el colchón termina. Su mano palpa el aire.

El miedo que siente, al saber que tiene que abrir sus ojos en algún momento, le hace recordar sus propias palabras hacia su hijo << El terror te permite sentir una tremenda dosis de adrenalina, pero sabiendo que estás a salvo al abrir los ojos >> Es el típico caso de "haz lo que yo digo y no lo que yo hago" y solo vuelve en si al verse en tal postura.

Los pensamientos en su mente se arremolinan y le hacen perder la noción de cuanto tiempo lleva en esa postura. Sabe perfectamente que debe abrir sus ojos. Lo que no sabe es que sucederá al hacerlo ¿Un día nuevo? ¿Otra vez la cara de ese horrible ser frente a él? ¿Su hijo colgado en medio de la sala? Quién sabe.

No tiene intención de quedarse así eternamente, aunque fantasea con la idea de poder hacerlo. Toma coraje y extiende su mano para encender la lampara. Una vez prendida, lentamente, sus ojos se abren. Nada mas que su propia habitación está frente suyo.

Se incorpora y reposa su espalda en la cálida madera de la cabecera de la cama. No hay rastro alguno de la dama de rojo. Sobre el modular no se encuentra aquel vestido e inspeccionando mejor puede ver que, aunque haya dos copas en el suelo, ninguna tiene labial en sus bordes.

Consternado frota su rostro tratando de despabilarse. Siente que todavía el alcohol recorre sus venas y aún no hay rastros del sol en la única ventana del cuarto. Toma su celular y comprueba que, nuevamente, son las dos de la madrugada del 08 de noviembre.

En ese momento un fuerte golpe proviene del piso de arriba, sobresaltándolo por demás. Un segundo golpe se escucha. Con la velocidad un rayo, un escalofrío recorre por completo su columna. Al estremecimiento lo acompaña el sonido de una cama arrastrarse.

—¡Joaquín!

Su instinto de padre lo impulsa de su cama como un resorte, por lo que sus pies descalzos pisan y destrozan las copas que descansaban en el suelo. La desesperación no le permite darse cuenta de los cortes que provocaron los cristales en sus plantas. A su frenética carrera, hacia el cuarto de su hijo, va dejando huellas de sangre por doquier.

Mientras sube la escalera y con los golpes aún sonando, no puede evitar que venga a su menta la imagen de su hijo siendo destripado.

Llega junto a la puerta, esta vez está cerrada, pero sin llave. La abre bruscamente y en ese preciso momento los golpes cesan. La habitación está vacía. Ni Joaquín, ni la dama de rojo devorándoselo se encuentran allí. Al comprobar que no hay nadie, su carrera ahora es recorriendo su casa por completo. Lo hace para comprobar que él es la única persona en todo el lugar. El suelo, tanto del primer piso como la planta baja, parece ser un mapa marcado con huellas de sangre. Sin salir de la desesperación toma su celular y sus dedos temblorosos marcan el contacto de Agustina.

—¡Joaquín! ¡Joaquín! — repite una y otra vez ni bien Agustina contesta con una voz adormecida.

—¿Qué sucede Federico? — cuestiona extrañada.

—¡Joaquín, Agustina, Joaquín! — nervioso revuelve sus pelos mientras las lágrimas recorren su rostro.

—¿Puedes calmarte federico? No entiendo que me dices ¿Qué sucede con Joaquín?

—Joaquín... no está... no se que sucede— su cara ya se encuentra empapada.

—Por favor, tranquilízate— le ruega hablando en voz baja —. Joaquín se encuentra aquí, durmiendo.

La confusión sobrepasa al llanto. Frederich, algo aliviado con la respuesta, se deja caer al suelo sobre sus rodillas. Respirando profundo trata de ralentizar sus pulsaciones que van a mil por hora.




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