La dama de Rojo

19

En la cafetería Fiftys es un día de lo mas tranquilo. El cielo se encuentra encapotado de gris en su totalidad. Una sola mesa se encuentra ocupada por una señora de edad avanzada, que disfruta de un capuchino mientras ojea el diario de hoy. 08 de noviembre del 2014.

Candela reposa del lado interno del escritorio, junto a la caja registradora. Casualmente leyendo un libro de su escritor favorito.

Su teléfono celular suena y muestra un numero desconocido por ella hasta el momento. Desde que sonrojada anotó su número en aquella servilleta su escritor jamás le había telefoneado. Pero eso no le impide reconocer de forma automática la voz de quien pronuncia su nombre al contestar. Sus mejillas toman color al instante.

—¿Federico? — pregunta tan incrédula como sorprendida, mientras se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Hola preciosa— trata de persuadirla, como si realmente hiciera falta —. Perdona que nunca te llamé.

—No hay problema. Ahora lo estás haciendo— enfocada solo en la conversación decide cerrar el libro, no sin antes acomodar el señalador en su correspondiente lugar — ¿A que se debe el honor? — a Frederich se le escapa una risa nerviosa y titubea antes de responder.

—Voy a ser directo— las mejillas de Candela estallan en rojo —. Quiero que vengas a mi casa.

La joven mesera queda atónita después de escuchar esas palabras. Situación que imaginó que imaginó desde el momento en que anotó su número con tinta rosa

—¿Estás ahí Candela?

—Si, si— responde mientras acaricia la portada del libro, como si realmente se tratase del mismísimo Frederich —. Claro que voy ¿Sucede algo?

—A ti te gustan mis historias ¿no?

—Sinceramente, no me gustan... me encantan— su sonrisa es enorme.

—Entonces necesito que vengas lo antes posible ¿A qué hora te espero?

Candela despega el teléfono de su oído y tapando con su mano el micrófono mira a su alrededor. Limpiando una de las mesas de Fiftys se encuentra Marcos, encargado del lugar.

—Pss... Marcos— lo llama en voz baja — ¿Puedo salir mas temprano hoy? — pregunta con su mejor cara de súplica.

—Candela, sabes que estamos los dos solos— mientras ella escucha la respuesta negativa hace un gesto de por favor juntando sus palmas, quedando el celular entre ellas —No Candela, sabes muy bien que no puedo quedarme solo hasta el cierre— sentencia antes de volver a lo suyo.

Sin quitar su gesto, la joven pronuncia "te odio" tan solo gesticulando con sus labios.

—Tengo que quedarme hasta el cierre— le explica tristemente —Puedo a eso de las nueve.

—No hay problema. Ahora te envío la dirección.

—Se donde vives. Soy tu fan ¿recuerdas?

El escritor sonríe alagado y después de un te espero corta la llamada. Candela toma el celular con ambas manos y lo aprisiona contra su pecho. El teléfono nuevamente toma el lugar de Frederich. Mientras, Marcos mueve su cabeza con gesto de negación al verla actuar como una adolescente.

Luego de cortar, Federico dirige su mirada hacia el reloj de péndulo. Las agujas marcan las cinco de la tarde. Cuatro horas quedan para que Candela, su fanática salvadora, acuda en su ayuda.

No tiene mucho por hacer y sabe que le será imposible concentrarse para ponerse a trabajar en algo nuevo, pero a la vez, tiene que ponerse a hacer algo, de lo contrario, las siguientes horas serán eternas.

Con paso cansado, exhausto por tanta locura, se dirige hacia la gran estantería de libros que tiene allí, en busca de alguno que llame su atención. La elección es una verdadera joya, una reliquia como el lo llama, uno de sus libros mas amado. El corazón delator de Edgard Allan Poe, en su primera edición.

Toma un nuevo habano de su escritorio y el cenicero, y con su reliquia en su mano se dirige a su sillón de lectura, ese que tiene una lampara de pie a su lado. Soltando un suspiro quejoso se deja caer sobre su mullido almohadón, coloca el cenicero sobre el posa brazos derecho, enciende el habano, cruza sus piernas y se adentra en tan magnifica historia.

El segundero del péndulo se deja oír en el silencio sepulcral de la sala. De igual manera se puede escuchar como se quema la hoja de tabaco a cada pitada. La sala comienza a llenarse de un espeso humo.

Pasadas las primeras veinte paginas de Poe, el cansancio comienza a acentuarse sobre sus ojos. Sus parpados se vuelven mas pesados y un bostezo se desprende de su boca, casi al inicio de cada nuevo párrafo.

<< De ninguna manera pienso dormirme >>

El habano ya se consumió por completo. Se pone de pie y deja la reliquia sobre el sillón. Lentamente se dirige al baño de la planta baja, el que se encuentra en su habitación.

Ubicado frente al espejo, pero sin poder mirarlo fijamente, debido al recuerdo donde se vio allí reflejado, con esa catarata sanguinolenta que manaba de su boca. Con el fin de refrescar su cara, se la salpica con abundante agua, eso logra despabilarlo. Logra lo que busca y ahora abre completamente sus ojos. Al hacerlo, lo que intentaba evitar se vuelve imposible. Lo que ve frente a él, reflejado en él espejo, no le provoca terror, mas bien, logra atemorizarlo.




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