La dama del retrato (damas enigmáticas 1)

Capítulo 1

Inglaterra 1,832

Demasiado pronto.

Lord Inverness había abandonado su residencia solariega mucho antes de lo planeado.

Dos semanas antes del inicio oficial de la temporada ya estaba en Londres.

Demasiado extraño para cualquiera que se enterara. Incluso para él.

El viaje se le había hecho eterno, pero por fin estaba a escasas cuadras de su residencia en la ciudad.

A tan poco de un merecido descanso.

Pese a lo incómodo, estaba a punto de quedarse dormido cuando el carruaje frenó de golpe, abrió los ojos muy de prisa por el susto, levantó la cortinita interior y observó la calle, estaba a unas cuantas casas de la suya. 

Estaba cerca pero no estaba frente a su casa.

Murmurando una sarta de maldiciones, abrió la portezuela de golpe y se bajó de un salto.

—¿Qué sucede Jonh?—preguntó acercándose al pescante por el lado derecho.

No había nadie, los caballos le impedían ver lo que ocurría sobre la calle. Aun con el ceño fruncido, avanzó más y vio a su cochero de cuclillas sobre un cuerpo.

—¿Qué sucede Jonh?—repitió la pregunta que no había sido escuchada antes.

El susodicho no se inmutó. No se movió ni un ápice.

Lord Inverness avanzó con la intención de plantarse frente a él y darle la reprimenda de su vida por el golpe que se había dado, pero parecía que alguien ya se le había adelantado y estaba frente a él.

Una muchacha que no aparentaba más de diecisiete años estaba tirada sin ceremonia alguna en el suelo, llorando a mares mientras sostenía contra su pecho el cuerpo inerte de una cosa peluda.

Un gato.

Un gato negro.

La muchacha alzó sus ojos llorosos justo en el momento en que lord Inverness se acercaba con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede Jonh?—preguntó por tercera vez, sonando más irritado que de costumbre.

—Milord —tartamudeó el cochero con nerviosismo—, le prometo que hice todo lo posible, pero no pude evitarlo—lo encaró aun de cuclillas—. Creo que está muerto.

El llanto de la muchacha no se hizo esperar y aferraba aún más a su cuerpo el bulto peludo. Ahora lloraba más fuerte y casi convulsivamente. 

Lord Inverness se quedó estático. Entre las muchas cosas que no soportaba, el llanto y el drama de las mujeres encabezaba la lista.

La muchacha que estaba en el suelo era un desastre de pies a cabeza. Él no era la persona con más tendencia a criticar en la ciudad, pero lo que veía escapaba por completo de su entendimiento.

La muchacha iba con un vestido amarillo de mañana manchado de lodo, su cabellera rubia estaba enmarañada y tenía trozos de ramas y hojas; estaba bañada en sudor, no llevaba guantes, y sus zapatillas, ¡por todo lo sagrado! ¡sus zapatillas no eran iguales!

—¿Se encuentra bien? —le preguntó a la muchacha por mera educación.

—No —susurró afirmando con la cabeza, sus ojos estaban rojos de llorar y sus labios temblaban.

No la escuchó pero leyó sus labios.

—¿Disculpe? —le preguntó bastante confuso.

—No, es decir sí. Bueno, la verdad es que... —Las palabras se atascaron en su garganta, el llanto se abrió paso nuevamente y un grito angustiado hizo eco en la calle.

Eran susurros inaudibles, apenas podía leer sus labios. Esa situación era un maldito desastre.

—¿Usted...? —preguntó aún más irritado y sin acercarse a la muchacha.

—Permítame ayudarlo—dijo Jonh enternecido poniéndose de pie.

—No —asintió con la cabeza la rubia.

Solo susurros inaudibles. ¿Es que acaso la chiquilla no tenía voz?

Jonh hizo caso omiso a los murmullos inaudibles de la joven, con sus gruesas manos la alzó del suelo polvoriento y la dejó en pie. Su apariencia y mirada daban la sensación de tener allí de pie a una muñeca rota.  

—Tiene la rodilla lastimada —comentó Jonh al percatarse de las manchas de sangre en el vestido enlodado —¿Le duele? —preguntó en voz muy queda.

—No —entre sollozos, afirmó nuevamente con la cabeza—. Yo... yo...—prorrumpió en llanto nuevamente.

A lord Invernes le empezó a saltar una vena en el cuello, esa vena que le palpitaba solamente cuando su nivel de irritabilidad era superior a cualquier cosa mortalmente conocida. Con una mirada fulminante que hizo retroceder instintivamente a Jonh, se acercó a donde la muchacha sollozaba con el cuerpo peludo pegado al pecho. Se quitó los guantes con una parsimonia exagerada y tocó con asco el cuerpo inerte del gato y le oprimió con suavidad el pecho.

—Está vivo —le dijo con desdén a la muchacha que lo veía extrañada. Se limpió los dedos con un pañuelo y se alejó a paso lento.

—¿Có... Cómo lo sabe? —preguntó la rubia en un murmullo que se confundía con repetidos hipidos.

—No importa —respondió simplonamente sin voltear a verla.



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En el texto hay: amor de dos

Editado: 17.11.2018

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