La dama del retrato (damas enigmáticas 1)

Capítulo 3

—Él...—alzó la cabeza, tomó aire, lo vio directamente a los ojos y lo soltó sin tapujos—: Él murió.

Aquellas dos palabras hicieron eco en la cabeza de Timothy. De pronto sintió como el aire era cada vez más pesado y le empezaba a faltar. Sintió un peso tan fuerte sobre los hombros y la espalda que lo hizo tambalear.

El mayordomo —Favre—, lo socorrió con presteza y prácticamente lo arrastró al sofá más cercano.

—¡Lidia!—gritó con fuerza. Una muchacha bajita apareció limpiándose las manos en un delantal—. Trae agua para lord Inverness —al ver que la muchacha permanecía estática en su sitio, gritó —¡No tenemos todo el día!

—Vino —murmuró Timothy con la garganta seca.

—Agua y vino —pidió el mayordomo en un perfecto francés.

La muchacha salió corriendo por un pasillo oscuro, y en un santiamén estaba de vuelta con lo que le habían pedido. La doncella que había llevado las cosas, con una bandeja de plata, empezó a abanicar a lord Inverness que, en ese momento parecía que se iba a desvanecer. El mayordomo, con mucho tiento empezó a deshacer el nudo del pañuelo para que respirara mejor. Timothy estaba más blanco que la nieve invernal de Inglaterra.

Así, en esa incómoda posición y como en modo de trance, permaneció por más de dos horas, según los cálculos de Favre.

Él, como todo buen mayordomo, y como buen amigo que había sido del ahora fallecido Thierry Donaire, se quedó impasible a pocos pasos del lord inglés, esperando que reaccionara después del impacto de la noticia.

No fue hasta entrado el atardecer que Timothy Blythesea se movió.

—¿Cómo...? —murmuró incorporándose. Tenía los ojos dilatados, las manos temblorosas, la boca seca y un nudo en la garganta.

—¿Cómo murió? —preguntó Favre acercándosele muy despacio.

—Sí —susurró bebiendo agua, tenía la garganta seca —¿Cómo murió?

—Él... —Nuevamente hizo una pausa, de alguna manera buscaba la forma de suavizar el impacto de sus palabras. No la había —: Él se suicidó.

Silencio.

De nuevo un silencio atronador que le estrujó el alma al conde.

Aquellas tres palabras revotaron en su cabeza y en su alma. Tres palabras que unidas, le provocaron un dolor tan férreo al instalarse en su pecho, que de su ojo izquierdo brotó una lágrima cristalina.

—¿Suicidio...? Pero... -—negó con la cabeza y se puso de pie en un salto —. Tiene que haber un error. ¡Sí! ¡Eso es! ¡Esto es una maldita broma! —agitó las manos y empezó a reír sin humor —¡Thierry! ¡Aparece ya, maldito seas! —vociferó a media estancia — ¡Ven de una maldita vez! Lo admito —continuó gritando. Algunos miembros del servicio empezaron a asomar sus cabezas de entre los pasillos —, he sido un mal amigo, hace casi un año que me enviaste la carta, pero en mi defensa diré que yo te escribí varias veces y no me contestaste jamás —Su tono de voz iba disminuyendo de a poco. Las lágrimas empezaron a salir a raudales de sus ojos verdes. Lanzó un último grito antes de dejarse caer sobre la madera —¡¡Thierryyyy!!

De entre todos los miembros del servicio que discretamente asomaban sus cabezas para observar el triste espectáculo que ofrecía el lord inglés, un muchacho bajito de cabello casi verdoso se le acercó y posó su mano áspera sobre su noble hombro.

—Ya no está —susurró cabizbajo —, mi señor Donaire ya no está.

El eco de un grito se escuchó en toda la construcción y retumbó en los oídos de todos los presentes, haciéndolos temblar de expectación. Rápidamente huyeron de la escena para continuar con sus labores.

Todos iban con los ojos anegados en lágrimas.

Favre también desapareció y así, Timothy se quedó con Daves, completamente solos.

El muchacho se sentó en el suelo, justo frente al conde y esperó pacientemente a que el inglés volviera a reaccionar.

—Tú —murmuró tras un prolongado silencio, dejando de lado cualquier formalidad —, tú lo has de saber muy bien, ¿qué pasó?

Daves se tensó  considerablemente, se pasó mano por el cabello en repetidas ocasiones y suspiró profundamente.

Timothy lo observaba ansioso, esperaba que de pronto soltara una carcajada y Thierry bajara hecho una furia a reprocharle el echara perder todo el espectáculo producto de su hilarante humor y su desbordante imaginación.

—Bueno —empezó a hablar, bastante incómodo —, fue hace tiempo, todo empezó por una mujer...

—¿Una mujer? —interrumpió perplejo. Luego, las palabras garabateadas en la carta empezaron a zumbar en su cabeza cual abejas —¿Dónde...?, ¿cómo...?



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En el texto hay: amor de dos

Editado: 17.11.2018

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