La dama del retrato (damas enigmáticas 1)

Capitulo 8

Curiosidad.

Solamente así se podría definir de manera lógica que él, un hombre al que las jóvenes casaderas le importaban muy poco o nada, se pusiera a perseguirla en un parque atestado de gente, y no conforme con ello, también la había seguido a una confitería. Y es que se paseaba por doquier tan a gusto con aquel caballero, fuera quién fuera.

Cuando llegó a su casa, ya era bien entrada la tarde y las primeras vetas de luz naranja hacían su esplendorosa aparición por los tejados de Regent' street.

Con paso tranquilo y algo acomodado atravesó la estancia de su residencia. Entró a su despacho y...

La lámpara de aceite se encendió.

Por el susto, retrocedió un par de pasos, hasta chocar con un reloj de péndulo que estaba cerca de la licorera.

De un cómodo diván, una esbelta figura femenina se irguió con delicadeza y se acercó a él con lámpara y abanico en mano.

  —No me puedo creer lo difícil que es poder hablar contigo—empezó arqueando una ceja.

Nada, ni un saludo, ni un abrazo, ni un beso, ni un simple ¿cómo estás?, solo reproches.

—Madre—respondió algo cansado—, no sabía que estaba acá, ¿cuándo llegó?

—Mucho antes de que te escabulleras de aquí en un coche de alquiler, así que dime, ¿tanto te aterra mi presencia?

—No —tragó saliva —, y no sé de qué habla, madre.

 —No te hagas el tonto—amonestó plantándose frente a él y abanicándose sin soltar la lámpara— , como sea —movió el abanico para restarle importancia —, he traído a tu hermana conmigo.

—¿Por qué? —preguntó alarmado—, ¿pasó algo?

—Cosas sin... importancia—respondió al tiempo que se servía una copa de whisky —. En unos días habrá una velada, acá en Inverness house.

Timothy abría y cerraba la boca varias veces sin saber muy bien qué decir, ¿es que acaso su madre había enloquecido? 

Recordaba claramente que la última vez que se celebró algo allí, en su casa, todo había sido un desastre, un desastre de proporciones épicas gracias a Lane.

  —¿¡Qué!?—preguntó intentando no sonar tan desesperado.

—Sí—respondió como si tal llevando a sus labios la copa—, ¿qué opinas?

—¿De qué cosa?—bramó sirviéndose una copa de vino—, ¿que organizas veladas sin mi permiso?, ¿o que vienes sin avisar? 

 —Del whisky—respondió alzando su vaso muy tranquilamente—, aunque estoy segura que no lo has probado, está insípido. Pero si quieres darme tu opinión sobre eso que has mencionado, es bienvenida.

La observó meticulosamente, poco a poco volvía a ser la mujer que lo trajo al mundo, necia, a veces soberbia, orgullosa, un poco prepotente y mandona, manipuladora, astuta, impulsiva, y sobre todo, a la persona a la que le debía lo que era.

Al menos lo bueno.

Sí es que lo había.

Toqueteaba todo lo que había en el escritorio, viéndolo todo sin detenerse demasiado a observar nada. Sabía muy bien que las conversaciones que solían tener no llegaban a buen puerto, al menos no para él. Pero en sus años de adolescencia le habían sido tan necesarias para formar su carácter.

Además de ella, nadie le llevaba la contraria.

—... y tampoco sucedió, no te entiendo—hizo una pausa para encarar a su hijo—, ¿es que acaso te han comido la lengua?, ¿por qué no me respondes?

—¿Qué quiere que le diga, milady?—preguntó con sorna—, usted ya tiene todo listo por lo que veo.

—¡Que maravilla!—exclamó ofuscada—, ahora usas la ironía con tu madre, la mujer que te dio la vida—dramatizó llevándose una mano al pecho—, sí así van a estar las cosas, será mejor que me marche con tu hermana a Francia.

Aunque una parte de Timothy—la más huraña—, empezaba a insinuarle que aceptara que se fuera, la otra—esa que casi no hacía acto de presencia y era inexistente la mayor parte del tiempo—, lo obligó a comportarse como lo que era, un hombre recto y honrado que anteponía la familia a todo.

Pero lo que de verdad lo hizo claudicar fue la mención de irse a Francia, precisamente a Francia, y sabía que eso significaba buscar a Thierry.

—No es eso, madre—empezó con un tono comedido, a lo que su madre hizo un intento de sonrisa —, es solo que he tenido un mal día y usted vino sin avisarme.

—¿¡Necesito avisarle a su señoría cuándo pienso aparecer por MI casa!? ¡Oh Dios! Si tu padre viviera, se moriría de un disgusto.

Estuvo a punto de reír, si su padre viviera, claro estaba que tendría dos dedos masajeándose el puente de la nariz, pidiendo secretamente un poco de paciencia al Cielo.



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En el texto hay: amor de dos

Editado: 17.11.2018

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