La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 2: La víspera

Más ávido de voluptuosidades que de la salvación eterna.

Con el alma muerta, solo me importa la carne.

¡Qué difícil es domeñar la naturaleza!

¡Y permanecer puro de espíritu ante la vista de una bella!

Los jóvenes no pueden obedecer una ley tan dura

Y no hacer caso a las disposiciones del cuerpo (1)

 

París, 23 de diciembre de 1207

El joven Arnald sabía bien lo que estaban haciendo. Desde su posición al lado de los caballos podía escuchar y hasta saber en qué capítulo del asunto iban esos dos. No les interesaba el ruido, no tenían respeto a los demás, ¿y quién lo tendría en esa sucia taberna? Cerca estaba el escudero de Amaury de Montfort que, al contrario de él, sonreía con malicia y se esforzaba por ver lo que los dos caballeros hacían con aquellas jóvenes.

En un principio se le subieron los colores, no supo ni qué pensar ni cómo reaccionar. Pero luego se dedicó solo a esperar, acariciando al corcel de su señor como para olvidar su angustia. Y pasó de eso a la indignación, ¿cómo era posible que a dos caballeros como ellos no les interesara revolcarse en una sucia taberna como animales en celo? Peor aún, ¿cómo era posible que no tuvieran el más mínimo respeto?

Al fin salieron. Guillaume y Amaury reían mientras terminaban de acomodarse la ropa. Las dos jóvenes, a comparación de los caballeros, estaban escasamente vestidas. Considerando el frío del invierno en París, los supuestos caballeros no parecían prestar importancia al bienestar de esas dos. Eso acabó por enojar a Arnald, quien miraba colérico a su señor.

—¿Te pasa algo? —Le preguntó Guillaume al notar la expresión de su rostro.

—¡Cómo se atreven! —Estalló al fin—. ¡Abusaron de esas dos pobres damas en desgracia! —Lo que hacía un momento fueron risas entre los dos caballeros se detuvo en ese instante. Los dos hombres miraron confundidos a Arnald, y luego se miraron entre sí con un gesto de desconcierto. Amaury comenzó con una risa reprimida que se transformó al instante en una fuerte carcajada, seguida de inmediato por Guillaume. El sorprendido era Arnald, ¿qué tenían esos idiotas?

—Pobre putas en desgracia dirás —aclaró Amaury entre risas, lo cual solo alimentó más las carcajadas de los caballeros.

—Pero, ¿qué os sucede? —Insistió Arnald.

—Esas no son damas, Arnald —le explicó en tono paternal Guillaume, mientras intentaba contener la risa—. Son... Pues... Justo lo que dijo Amaury.

—Putas —concluyó el caballero. Otra vez las risas volvieron. A Arnald no le quedó de otra que volver a la labor de ensillar los caballos. No había remedio para esos dos.

—¡Vamos, Arnald! Son solo mujerzuelas, a eso se dedican —decía bromeando Amaury.

—Pero son mujeres —insistió el chico.

—No me digas —dijo Guillaume con ironía mientras se acomodaba el abrigo—. Y además te dejan muy cansado. —Amaury volvió a reír. En serio intentaba bajar la cabeza y aguantarse, pero no los soportaba más.

No podía ser posible que lo hubieran arrastrado hasta la zona de la Universidad solo para revolcarse como unos bárbaros por ahí. ¡En plena víspera de la Navidad! ¿Por qué tenían que ser así? ¿Por qué tenía él que arruinarse la vida al lado de un tipo tan miserable como Guillaume? Luc era uno de los pajes del vizconde Trencavel, y eso mataba de envidia a Arnald. Seguro que él sí se la pasaba de lujo con alguien así.

—Ya cambia esa cara, me estás aburriendo —le dijo Guillaume con fastidio.

—Deberías darle unos latigazos de vez en cuando para que aprenda a respetar a un caballero —sugirió Amaury.

—Idea descartada, el viejo me desheredaría.

—¡Es solo un paje!

—No se trata solo de eso —contestó Guillaume.

En realidad, Arnald creía que el hecho de no haber recibido el correctivo que seguro se merecía tenía tres razones. Uno, el gran maestre no toleraría que agrediese a otro miembro de la orden. Segundo, que a pesar de sus burlas, Guillaume lo tenía como una especie de voz de su conciencia. Al final, y después de mucho insistir, Arnald siempre acababa haciéndole entrar en sí. Tercera y última razón, pero la más importante. A Guillaume le hacía mucha gracia verlo insolente, y luego burlarse de él

—Lo que le falta a Arnald es una buena clase de cómo conocer a las mujeres —continuó Guillaume. Ya iba a empezar.

—¡Oh, claro! —Sonrió Amaury con malicia. Era hora de molestar al paje—. Decidnos, joven de Maureilham —hablar usó un tono formal y ceremonioso, siempre hacía eso para molestarlo —,¿es que acaso ya habéis gozado de los placeres que da una mujer? —Arnald se sonrojó de inmediato, ¿qué clase de pregunta era esa? Y al ver su reacción, los caballeros no tardaron en reír.

—¡He ahí tu respuesta, Amaury! Nos reclama porque no sabe de lo que se pierde.

—Todo llega a su momento —se defendió el chico—. Además, se supone que en el matrimonio uno debe hacer ese tipo de cosas.

—El matrimonio es mucho tiempo, y los curas dicen que es pecado si uno goza con su mujer —le dijo Amaury—. ¡Vamos, Arnald! Dinos, ¿hay una dama que os mueva el corazón? —Al oír esa pregunta su mente volvió a Béziers, a su añorada Bruna. Por esa época ya estaría rondando los dieciocho, ¿en qué clase de mujer se habría convertido? ¿Estaría más hermosa aún? No pudo evitar esbozar una sonrisa al recordarla. Volver a verla era sin duda lo que más ansiaba en el mundo.




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