La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 3: Malas nuevas

Pues había estudiado esta ciencia durante largo tiempo

Y a través de ella supo que el país

Iba a arder y a ser saqueado

A causa de la loca creencia

Que se había instaurado en él (1)

 

Bernard esperó a que las damas se retiraran. Cuando al fin estuvieron los tres solos hubo un largo silencio, se aseguró que no hubiera nadie cerca antes de hablar. Tenía prisa, pero no quería demostrarlo en ese momento. Le había tomado varios días decidir buscar a los caballeros de Cabaret, pero si llegó hasta allí a revelarles aquello era porque ya no podía dudar más.

El gran maestre no se había quedado quieto desde que recibió la noticia de parte de Sybille, por eso mismo puso en acción a todos sus informantes secretos. Así que llegó a Cabaret con la seguridad de que no estaría entre traidores.

—Síganme —les dijo Peyre Roger—, hay una sala privada donde podremos hablar sin interrupciones.

Caminaron juntos hasta aquel lugar sin decirse nada. Estaba seguro que los dos de Cabaret sabían bien que el motivo de su visita nada tenía que ver con la navidad. Los cogió desprevenidos, se notaba. Cuando el gran maestre iba a verlos siempre enviaba a un mensajero autorizado, pero esa vez fue la excepción. Los notaba algo nerviosos, y podía entenderlos. Ellos aún no lo sabían, pero pronto tendrían motivos para temer.

—Y bien, ¿qué sucede, Bernard? —Preguntó Jourdain. Los tres tomaron asiento, y el que hasta hacía un momento fue un rostro iluminado por una sonrisa, se tornó a uno muy serio.

—La profecía se cumplirá pronto. —Solo bastó que dijera eso para que ambos hombres abrieran los ojos sorprendidos.

—¿Y eso es algo malo? —preguntó Peyre Roger algo confundido—. Quiero decir, ¿no es eso lo que hemos estado esperando desde hace años?

—Sybille, ella tuvo un sueño hace poco —les dijo el hombre—. Y el cumplimiento de la profecía está cerca, sí. Pero viene acompañada de una tragedia. La peor de todas. Caballeros, vendrán invasores. Es este el momento en que debemos estar más unidos.

—Espera un momento —interrumpió Jourdain—. ¿Eso fue lo que vio Sybille? ¿Una guerra? ¿Invasores?

—Ha visto muchas cosas, detalles que no están muy claros, pero que cobrarán sentido luego —le explicó el gran maestre—. Yo tengo una interpretación, ella también. Vio una rata devorar a un ruiseñor, vio el mediodía cubrirse de sangre. Sybille dice que seremos traicionados, es muy probable que eso ya esté sucediendo. El ruiseñor es... Es esto. Nosotros. Languedoc, nuestras tierras, nuestra gente.

No dio más detalles en ese momento, no tenían que saberlo. O tal vez sí, tal vez tendría que provocar que sintieran miedo para que se tomaran eso en serio. No habría escapatoria, eso era algo que se estaba gestando hacía buen tiempo y apenas era consciente de todo. Sybille lo interpretó como una guerra que llegaría a arrasar con el mediodía, con la orden en particular. Vio lugares específicos que ella no conocía, pero los describió con tal precisión que Bernard tembló al leer aquel pergamino.

El hombre tenía varias teorías al respecto, pero la que le parecía más probable se relacionaba con las intenciones del Papa. Hacía unos años el vizconde Trencavel, el rey Pedro de Aragón, entre otros, tuvieron que aceptar una reunión en Béziers con los representantes del Papa para tomar acciones contra las congregaciones de tejedores. No se llegó a un acuerdo, y las cosas no cambiaron mucho desde entonces. Pero Bernard pensó que, sin duda, el Papa no seguiría tolerando que los cristianos convivieran entre gente como ellos, que los señores de Languedoc los toleraran con tanta facilidad. Tal vez sería eso, pensó, lo que desataría el derramamiento de sangre.

—¿Alguien más sabe esto? —Preguntó Peyre Roger preocupado.

—Son los primeros. Luego iré a hablar con el conde de Tolosa, con el vizconde Trencavel, con Froilán, con Bernard de Béziers y Sybille. Veré al conde de Foix en la ruta también, al menos nuestros principales aliados estarán advertidos. Luego iré a París por mi hijo. Es hora de que regrese.

—¿Y la dama? —Preguntó el señor de Cabaret—. ¿Estará segura? ¿Sybille vio algo sobre ella?

—Vamos a tener más cuidado con eso a partir de este momento —le contestó—. En lo posible intenten no hablar con nadie, ni entre ustedes, sobre la dama del Grial. Su bienestar depende de nosotros. Su identidad está bien protegida, tenemos los suficientes anillos de seguridad para despistar a cualquiera. Es muy posible que alguien nos haya traicionado, pero somos pocos los que sabemos que existe una dama del Grial. El enemigo no debe saber jamás de ella, así que los quiero muy alertas. La dama sabrá qué hacer para proteger el secreto cuando llegue el momento.

—Ella no está preparada —le dijo Jourdain—. Todos lo sabemos. Tenemos que decirle, advertirle y...

—La dama sabrá que hacer —dijo firme y sin dar otra oportunidad de réplica—. No quiero que duden, lo hará. Nosotros debemos ocuparnos ahora de mantener a salvo su entorno. Yo soy el gran maestre, velaré por su seguridad. Pero debo ir por mi hijo primero, él debe saberlo todo lo más pronto posible.

—Y es lo más justo —le dijo Peyre Roger—, pero es mejor que lleves prisa. No podemos esperar mucho tiempo si de verdad algo tan terrible se acerca.




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