Soy traicionado y engañado
como buen servidor
a quien se le considera locura
aquello por lo que se le debe honrar;
y espero el mismo galardón
que quien sirve a un traidor (1)
Bernard de Saissac no se quedó mucho tiempo en Carcasona. La presencia de un señor conocido en la corte llamaría la atención, y tal como estaban las cosas con la orden y los peligros que se avecinaban, era mejor ser discreto.
Le dejó las instrucciones precisas al vizconde Trencavel, entre ellas estaba poner en contacto a su hijo con el primer anillo de seguridad que llevaba a la dama del Grial, todo con absoluta discreción. Si era cierto que los habían traicionado, a esas alturas los conspiradores ya debían de haber revelado quién era él dentro de la orden. Cuando Guillaume regresara todos los ojos estarían puestos en él, si iba directo a presentarse ante la dama del Grial, revelaría la identidad de esa mujer. En cambio, ir a presentarle saludos al vizconde sería lo esperado, nadie sospecharía nada. Tenían que ser cuidadosos, la identidad de la dama era algo que había que cuidar con celo en esos tiempos.
Era esa una de las razones por las que se habían creado anillos de seguridad. Estos "anillos" estaban conformados por cuatro damas que deberían hacerse pasar por la dama del Grial cuando alguien ajeno a la orden se acercara. Cada una sabía cómo actuar y en qué momento hacerlo. Pero también cada una sabía que, si debían de morir por la dama, lo harían. Solo le quedaba confiar en que Trencavel cumpliera su deber, pero una parte de él temía que llegado el momento se echase para atrás.
Sabía que el joven señor no era un traidor, pero parecía no haber dejado atrás sus viejas rencillas con su hijo. Ni hablar del otro asunto. Lo único que esperaba era que Trencavel actuara como se suponía, que su reputación de hombre honorable fuera tal, y que no se le ocurriera echar a perder las cosas por celos ridículos a esas alturas de la vida. Ya solo le quedaba despedirse, también tomaría precauciones en cuanto a él.
—Me hubiera gustado que os quedarais más tiempo, maestro —le dijo el vizconde al momento de la despedida—. Hubiera hecho grandes fiestas en vuestro honor.
—No es el momento para fiestas ahora, vizconde. Debo partir rumbo a Tolosa, necesito saber qué está haciendo nuestro querido conde y conocer sus verdaderas intenciones.
—Lo aseguro: Si hay un traidor, es él —dijo muy convencido—. Es un ladrón, ya no puedo contar las veces que ha intentado incursionar en mis tierras y arrebatarme lo que me pertenece. El muy cobarde lo niega, además —agregó. Bernard podía ver cómo se marcaban las venas de su frente y su rostro se tornaba rojo, hablar del conde de Tolosa sin duda lo sacaba de sus casillas—. Sería capaz de todo, incluso de vender a toda la orden.
—Exageras, joven Trencavel. Es cierto que el conde de Tolosa no es el mejor de los hombres, pero no es un traidor —lo defendió. El muchacho no lo entendía. Conocía a Raimon desde su niñez, y a pesar de su concepto de moral bastante cuestionable, y su tendencia al oportunismo, siempre había respetado todas sus decisiones como gran maestre de la orden.
—Creed lo que os parezca conveniente, maestro. Yo tengo mi propio concepto de ese hombre. Conozco a mi tío.
—No discutamos más por esto —le dijo en tono conciliador. Entendía la molestia del vizconde hacia su tío, pues él mismo reconocía que Raimon podía pasarse un poco en sus ambiciones—. Quiero saber —continuó—, ¿cómo se ha portado el muchacho de Béziers?
—¿Luc? Todo perfecto, es un paje muy eficiente —contestó tranquilo—. Aprende rápido, es casi uno de mis escuderos.
—Oh, me alegra escuchar eso. ¿Y él está aquí? Me gustaría verlo para darle algunas instrucciones.
—No será posible. Me pidió unos días libres para ir a Béziers, quería pasar un tiempo con su familia y no fui capaz de negarme. Ha trabajado tan bien estos años que se lo merece.
—Desde luego —contestó Bernard intentando disimular su decepción. Justo con Luc quería hablar. Para asegurarse que Trencavel cumpliera su parte, tuve en mente poner a Luc a vigilarlo con discreción. Ya se encargaría de eso en cuanto lo viera en Béziers.
El maestro y el aprendiz se despidieron. Luego de visitar a tres de los miembros más jóvenes de la orden, Bernard se dirigía a ver a alguien con quien fue criado. Alguien que tuvo los mismos derechos para convertirse en el gran maestre de la orden del Grial, ya que el bisabuelo de Raimon, el conde de Tolosa Raimundo IV, fue uno de los líderes de la cruzada que tomó Jerusalén. Y fue allá donde se fundó la orden de los caballeros del Grial, cuando el secreto fue pasado en un momento desesperado de oriente a occidente.
Ambos se criaron junto a Froilán de Lanusse, y fueron separados para ser instruidos en los misterios de la orden. Aunque el que tuvo más derechos a tomar el cargo fue el conde de Tolosa, el antiguo maestre fue quien decidió que Bernard de Saissac tomaría el puesto.
Tolosa no estaba muy lejos de Carcasona, apenas un día y medio a caballo a paso lento los separaban. Pero Bernard no estaba para detenerse, así que apresuró el paso y llegó a la mañana del día siguiente en que partió de Carcasona. Al igual que con el vizconde, decidió que era mejor no presentarse. No quería desconfiar de Raimon, pero una parte de él temía que las advertencias del vizconde fueran reales. Quería creer que no era así, que su compañero de toda la vida no era un traidor a la orden.
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Editado: 08.09.2022