La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 7: Llegadas

La memoria de los hombres es corta,

y su capacidad de ilusiones, insondable (1)

 

Luc de Béziers llevaba buen rato siguiendo al séquito de esa joven dama. De apenas catorce años, la chica gozaba de una belleza encantadora, de una sonrisa que le hacía suspirar cada vez que la veía, de un aire de grandeza que lo enamoraba, y de una mirada inocente que lo cautivaba. La joven Lorena de Maureilham era prima de Arnald, su mejor amigo. Una linda prima, además de pertenecer a la segunda familia de más renombre en Béziers. Tan cercana, y tan fuera de su alcance.

Pero en ese momento solo pensaba en ella, en seguirla, en conquistarla. En ser su caballero. Aunque aún no era uno, estaba seguro que su tío lo nombraría en un par de años. Entonces iría a decirle lo que sentía, que fuera su dama y amiga, y ella aceptaría. Lorena no le era indiferente. Sonreía cada vez que lo veía, secreteaba con sus doncellas y buscaba su mirada.

Lorena caminaba cerca de unas tiendas donde los mercaderes ofrecían telas. Él imaginaba a la joven vestida con aquellos tejidos finos, pero más imaginaba su suave tacto acariciando su piel. ¡Quién fuera aquella tela para sentir la exquisita suavidad de esas adorables manos! La chica lo vio mirándola a hurtadillas y se rió junto con sus doncellas. Él le hizo una reverencia en la distancia y le sonrió.

La chica siguió su camino volteando de cuando en cuando para sonreírle. Cada vez que sus miradas se cruzaban ella enrojecía, y sus doncellas reían con gracia. Luc decidió dar un paso un poco atrevido. Se acercó más a ella, había mucha gente detrás, así que pudo esconderse. Y estando tan cerca, se agachó a la altura de su falda.

Lorena se sobresaltó al sentir un tirón en el borde de su vestido y giró alarmada. Pero sonrió al ver a Luc a sus pies, besando aquel pedazo de tela de su vestimenta. Las doncellas rieron con picardía al ver la escena, y tan rápido como sucedió, Luc se alejó y se perdió entre la gente. Había sido bastante atrevido, considerando que aún no era un caballero. Pero se sentía feliz, ese era su estilo de conquistar a la joven dama.

Mientras Lorena desaparecía entre la gente del mercado, Luc pensó si tal vez ya era momento de volver al palacio vizcondal. No faltaba nada para la fiesta de cumpleaños de su tío Bernard, y considerando que él estaba ocupado en sus asuntos, tal vez debería estar allí recibiendo a alguno de los invitados. ¿Qué le quedaba? Béziers no tenía una dama que se hiciera cargo de la corte y esas cosas, aunque los trovadores y trobairitz nunca habían faltado.

Algunas personas le decían a su tío que se casara otra vez, que hacía falta una mujer en el palacio. Nunca accedió, y él no entendía bien la razón. ¿Sería como todos decían? Que era de esos extraños y particulares casos en los que los esposos se aman, y él no había olvidado a la tía Marquesia. O tal vez era que la orden no aceptaba la presencia de otra mujer cerca de un miembro importante. Se inclinaba más por la segunda opción.

Paseando entre los puestos del mercado, Luc vio a varias doncellas del palacio haciendo compras. Se acercó a ellas con curiosidad, pues lucían apresuradas. Una en especial, que estaba en un puesto de comida, acomodaba con cuidado las cosas que estaba llevando.

—Kaysa —dijo, justo al llegar detrás de ella.

—¡Ah! —Gritó alarmada la muchacha, la había tomado de sorpresa—. Mi señor Luc, disculpadme, tenía la cabeza en otro lado.

—No es nada, y no soy tu señor aún.

—Bueno, pero es que ya no sé cómo llamaros —dijo ella mientras le sonreía amable—. ¿Señor? ¿Joven? Nunca he tenido claro eso.

—Pues todo el mundo me dice Luc, sin títulos ni nada.

—No soy la clase de doncellas que se toma atribuciones que no debe —contestó un poco más seria, y Luc enrojeció de vergüenza.

Conocía a Kaysa desde muy joven, pues ella tenía la edad de Mireille. Podría decir que nacieron en el mismo año, pues hasta habían crecido juntas. A diferencia de la doncella de su prima, Kaysa no tuvo la misma suerte. Nunca fue educada, y solo se dedicaba a labores domésticas en el palacio vizcondal. Que sí, Kaysa se había puesto muy hermosa con el tiempo, pero no pensaba en ella de esa manera. Ni siquiera le habló con confianza con esa intención. Le avergonzaba mucho saber que ella pudo malinterpretar sus intenciones.

—No... No es eso —le dijo. Se sentía rojo de pies a cabeza, le temblaba la voz. De puros nervios, miró lo que Kaysa tenía en la cesta de compras. Verdura fresca. Hongos. Un frasco de aceite, entre otras legumbres y frutos secos. Oh, frutos secos. ¿Quién comía de esos? No los veía desde... Desde... —. ¡Bruna! —Exclamó de pronto—. ¿Estás comprando cosas para Bruna?

—Si, señor —respondió ella manteniendo la distancia y el respeto.

—Por supuesto, ya debe estar por llegar.

—Llegó esta mañana, señor.

—¡No puedo creerlo! —Exclamó emocionado—. ¿Tan pronto? ¡Sí que llevaba prisa desde Cabaret! ¡Mi prima está de vuelta a casa! Bueno, bueno. No te distraigo más, Kaysa. Volveré al palacio, y le diré a Bruna que su comida está en camino.

—¿Gracias? —Respondió la doncella sin entender bien su comentario. Él no dijo nada más, solo salió corriendo de aquellas calles llenas de gente y mercaderes rumbo al palacio.




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