La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 8: La hora prima

No sé a qué hora me adormecí,

al despertar, muy poco vi,

mi corazón casi partí

con ese mal,

no voy a fiarme ni de ti,

por San Marcial. (1)

 

—¡A la salud de Bernard de Saissac! —Exclamó Simón mientras todos alzaban sus copas repletas de vino.

El banquete era en verdad esplendoroso. Estaban los mejores trovadores de París, las damas más bellas de la ciudad, los caballeros amigos de los Montfort y los manjares más deliciosos. Bernard estaba sentado cerca de Simón, pero buscaba insistente la mirada de Guillaume. Él hacía lo posible por evitarlo, no quería dramas en medio de una fiesta.

¿Era eso en verdad? ¿O era que no tenía miedo de enterarse más? Lo poco que su padre le dijo lo había dejado desconcertado. Que su madre escribió esa profecía, que ella misma vio su futuro y aconsejó que lo enviaran a París. No podía dejar de pensar en eso. ¿Quién fue su madre? ¿Una bruja acaso? Visiones, profecías. Todo eso que siempre desechó por considerarlo estúpido, de pronto se revelaba ante él como el eje que había regido su vida. ¿Y qué otras verdades le habían ocultado? Tenía que saberlo, pero temía. Se sentía un cobarde que no podía aceptar las cosas y hacerle frente de una vez.

Pero ya habían pactado un momento y lugar para resolver todos esos asuntos, ¿no? Al amanecer, en la zona de la Universidad. Esa noche, al menos lo que durara el banquete, quería disfrutarlo. Ya luego enfrentaría su destino, tenía que hacerlo. No quería seguir siendo el tipo cobarde. Odiaba sentirse así.

Era una noche especial después de todo, aunque tal vez algunas no la pasarían tan bien. Era una desgracia, pensó, que Alix hubiera llegado justo ese día a París. Ella y su tutora Oriza estaban allí, sentadas juntas y conversando animadas. Pronto el padre de Alina y el de Amaury anunciarían su compromiso, cosa que seguro Alix no tomaría bien. Guillaume solía ser discreto con esas cosas, sobre todo porque sabía lo mucho que a Amaury le costaba hacerse cargo de lo que sentía. Él quería a Alix, y Alix lo quería a él. Esa noche sería el final para ellos dos.

Empezó el baile, y muchos se pusieron de pie dejando la mesa vacía. Guillaume se sirvió más vino, sabía que le iba a hacer falta para soportar lo que sea que se viniera. Sonrió pensando que ese era justo el problema, estaba sobrio hacía buen rato, y por eso le dolía tanto la cabeza de andar pensando en su destino. Un poco de alcohol le sentaría muy bien para soportar su vida.

—¿Podemos conversar un momento? —Por poco se le cae el vino. Bernard se había sentado justo a su lado, aprovechando que tal vez podrían tener un poco de privacidad.

—Bueno, tampoco es que pueda decirte que no —contestó sin ganas. Mierda, que debió ponerse ebrio más temprano para poder tolerar esa conversación.

—Simón me ha hablado de ti. De lo que pasó hoy con los Montmorency. De hecho, me sorprende verlos aquí sin que intenten matarte.

—Se han calmado porque Amaury va a casarse con la heredera, no creo tener nada que temer.

—Por ahora. Así que será mejor que nos vayamos lo antes posible. Cierto que el tipo no ha hablado porque no quiere que medio París se entere que es un cornudo, pero eso no nos asegura que no intentará matarte cuando menos lo esperes.

—Entonces lo mato yo primero —contestó despreocupado. En realidad no le importaba el tema, ya a ese punto le daba igual.

—Ese no es el caso, Guillaume. Ya tenemos bastantes problemas es mejor no ganarnos otro. — No quería hablar más. Apartó la mirada y decidió concentrarse en el baile. Prefería que su padre se diera cuenta que lo estaba ignorando—. Vamos, no estoy aquí para regañarte.

—¿En serio? —Preguntó con ironía.

—No. Sé que te has estado divirtiendo mucho. —Guillaume se volvió hacia él. Antes de que sus miradas se cruzaran pensó que Bernard iba a reprocharle por su vergonzoso comportamiento, pero para su sorpresa encontró una sonrisa bastante cómplice.

—Si —contestó sonriendo también. Por lo general pensaba en su padre como un ser íntegro y moralmente inalcanzable, pero en ese momento sintió que era un hombre muy parecido a él. Claro, los dos ya eran adultos y no había muchas cosas que ocultarse—. No puedo negarte que extrañaré París.

—Es una ciudad maravillosa, no lo niego. Pero en Languedoc también encontrarás mucha diversión. Encontrarás mujeres muy hermosas, eso te lo aseguro. Cuesta conquistarlas, pero luego te llevas un gran premio.

—Allá todos están locos con la finn' amor, no es un paraíso conveniente para mí —dijo haciendo reír a su padre, y él también se contagió de la risa. No recordaba cuándo fue la última vez que tuvo una conversación parecida con él. Quizá nunca.

—Vamos, los juegos en las cortes son divertidos. Apuesto a que quedarás muy sorprendido.

—No lo sé, me basta con ver a Oriza de Labarthe para darme cuenta que me van a ver como un parisino igualado que no merece nada. —Ambos rieron otra vez, y posaron los ojos sobre la dama de Labarthe.

Guillaume la conoció siendo muy joven, en ese entonces ella tenía dieciocho y ya era una dama aclamada por todos. Y tan hermosa que él se quedó prendado, literalmente babeando detrás de ella, quién apenas lo miraba. Ella era una muestra de cómo eran las mujeres de Provenza. Así, inalcanzables.




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