La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 10: El destino de la orden

En cuanto empiece el combate

Que ningún hombre de buen linaje

Piense en más que romper cabezas y brazos.

Pues más vale muerto que vivo y vencido (1)

 

Moux

Bernard de Béziers llegó cansado, y además necesitaba abrigo. La distancia desde su villa hasta el punto de encuentro no era mucha, pero sí que hacía frío allá afuera. Pasó el camino pensando en Luc. Ya había cumplido los años reglamentarios como siervo menor de la orden, le tocaba ascender al siguiente nivel. Y eso tal vez empezaría por nombrar a Luc caballero, ya tenía suficiente edad para empezar a hacerse cargo de algunos temas más delicados. De eso ya hablaría con el gran maestre, y suponía que ya tendría tiempo para eso durante la reunión.

El senescal no había recibido mucha información. Apenas una nota urgente desde Moix diciendo que había sido convocado por la cúpula de la orden, y que debía de portar los emblemas de ley. Bernard era uno de los pocos caballeros que tenía un collar con una pieza de cobre con el símbolo grabado. También llevaba en su alforja la capa blanca con una capucha que usaba para ocultar su rostro. Antes de llegar se quitó cualquier emblema que lo identificara como el señor de Béziers, incluso tomó otra ruta para llegar con total discreción a la encomienda.

Al acercarse lo recibió un templario muy joven, quien le dio algo de vino caliente y le indicó el sitio de reunión. La encomienda estaba muy solitaria a esas horas, cosa rara. Eso no era lo único extraño, también que hubiera caballos finos. No era necesario ser un experto para darse cuenta de eso, un simple templario de un pueblo perdido entre Carcasona y Béziers no podía costear monturas como aquellas. Eran caballos de señores.

La única vez que estuvo frente a los tres miembros de la cúpula de la orden del Grial fue cuando pasó su iniciación. Aunque siempre supo quiénes eran los otros miembros de la orden, jamás se reunieron todos. Era su gran maestre el encargado de llevar las noticias y dar las instrucciones. Todo eso era muy extraño.

Conforme avanzaba, el hombre miraba alrededor en busca de respuestas. Nadie había visto su rostro, y antes de entrar al salón designado, tuvo que mostrar el emblema en el collar. Ah, y decir el santo y seña para los miembros de la orden de su categoría.

Los dioses necesitan a los humanos. Los humanos necesitan a los dioses pronunció cada palabra con precisión, habló bajo. El templario que lo recibió le abrió la puerta.

El lugar no tenía ventanas, pero tampoco estaba a oscuras. Las velas estaban bien ubicadas, y la mesa rectangular se encontraba dispuesta. El único lugar que no estaba ocupado era justo la cabeza. El sitio del gran maestre. La sorpresa no fue su ausencia, sino la presencia de otras personas. El comendador Froilán estaba parado al lado de la mesa, y sentados en sus respectivas ubicaciones se encontraban el vizconde Trencavel y los dos señores de Cabaret. Todos llevaban la capa blanca, pero ya nadie cubría su rostro. Bernard se quedó pasmado, estaba seguro que eso jamás había pasado.

Antes de siquiera poder saludar o hacer alguna pregunta, la puerta se abrió y dejó pasar a otro caballero, quien al notar que ya nadie llevaba la capucha, se descubrió. Era el conde de Foix. Eso ni siquiera lo esperó. Raimón Roger Conde de Foix destacaba por su presencia que se imponía desde el primer instante, por su valentía y arrojo en las batallas, y por servir de nexo entre la orden del Grial y otra organización al sur, en Aragón. Este también se quedó bastante sorprendido al verlos a todos reunidos, y a su lado, Bernard no tuvo otra alternativa que identificarse quitándose la capucha.

—Lamento la demora —les dijo el de Foix después de saludar a todos—, pero el camino estaba bloqueado. Y déjenme decirles que aún no entiendo lo que está pasando aquí.

Ni yo murmuró Bernard—. No tenía idea de que estos eran los planes.

Debo suponer continuó Peyre Roger que esto es una reunión formal de los caballeros iniciados de la orden, y de la cúpula.

Yo no estoy tan iniciado que digamos interrumpió Trencavel—. Quiero decir, se suponía que iba a aprender más este año.

¿Se trata de eso entonces? Preguntó el conde—. ¿Es algún rito para Trencavel? Pensé que no era necesario. En fin, supongo que ya solo queda esperar a los otros dos miembros de la cúpula. ¿El señor de Saissac y el conde de Tolosa ya están aquí?

—Ellos no vendrán —le dijo Froilán, quién hasta el momento se había mantenido en silencio—. Bernard de Saissac ha sido asesinado.

Nadie fue capaz de responder, quedaron pasmados ante la noticia. Lo dijo de una manera tan fría que hasta le pareció mentira, pero Froilán no jugaría con algo como eso. Se miraron los unos a los otros, y algunos se llevaron las manos a la cabeza

—El conde de Tolosa tampoco vendrá continuó Froilán—. Porque fue él quien lo vendió.

—¡Traición! —Estalló colérico Raimón de Foix mientras se ponía de pie. Fue el primero en reaccionar, y los demás hicieron lo mismo.

Bernard sentía que la cabeza le daba vueltas, eso era una catástrofe. ¿Qué demonios pasó? ¿Por qué el conde decidió matar al gran maestre y traicionarlos a todos? ¿Los había vendido? ¿Estaban todos en riesgo? De pronto pasó del temor y la estupefacción, a la más pura rabia. No fue capaz de contener su enojo y golpeó con fuerza la mesa. ¡Cómo pudo ser capaz de aquella bajeza a esas alturas! Toda una vida dedicada al Grial y a la orden, ¿y de pronto a ese maldito conde se le daba por traicionarlos a todos? Eso no tenía sentido, y quería una explicación de inmediato.




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