La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 14: Cabaret

A causa del amor por una noble dama

Por quién me siento atraído

Y a quién he dado en prenda mi espíritu y corazón,

Pues por ella he abandonado a todas las demás

¡Tan deseable me resulta! (1)

 

Guillaume y Arnald fueron recibidos por Jourdain y Peyre Roger de la manera más afectuosa, como si se conocieran de años. Su paje parecía fascinado por todo, estar en Languedoc debía de ser grandioso para él. Pasó años en París extrañando esas tierras e idealizando cada cosa que de seguro se sentía en la gloria.

Un siervo de Peyre Roger les mostró como estaba distribuido el castillo principal, y cuáles eran los caminos para conectarse con los otros dos. Guillaume miraba muy interesado todo, sin dudas Cabaret era una verdadera fortaleza ubicada en lo alto de una montaña. Parecía invencible, imaginó que en caso de un ataque los invasores no lograrían ni pasar la primera etapa de la subida. La vista desde lo alto del castillo era impresionante. Las montañas, el valle, el río. Sin duda ese era un lugar privilegiado.

Peyre Roger le asignó un siervo que se encargaría de todo lo que él necesitara, incluso de algunas cosas de las que tuviera duda. Su nombre era Pons de la Guardia, este tenía la misma edad que Arnald, y por alguna razón Guillaume sospechó que esos dos se iban a llevar de maravilla.

La estancia que le asignaron era cómoda y elegante, le recordaba mucho a la que tuvo en casa de los Montfort, por lo que no tardó en sentirse cómodo. Pons se encargó de que le prepararan una zona para aseo, y ropa nueva. Cuando terminó de vestirse se recostó relajado en su nueva cama. Hacía tanto tiempo que no se sentía así, no desde que dejó París. Cerró los ojos, tenía muchas ganas de descansar. Y cuando lo hizo se le vino a la mente la imagen de esa dama del bosque.

Sonrió sin querer al visualizarla. Tan hermosa, tan linda. ¿Estaría ahí? La idea de que ella podía estar en el mismo castillo que él lo animó. Pensó en qué iba a decirle cuando la viera, porque de hecho quería volver a verla. Y no quería que le pasara lo mismo que en el bosque, cuando se sintió tan preso de sus emociones que no pudo controlarse. Sin duda una dama esperaba que el caballero sea algo más serio. "La dama debe estar riente y el caballero sonriente", le había dicho Arnald que era una regla de la Finn' amor. Y si esa dama era Orbia de Pannautier con más razón debería respetar esas reglas.

—Señor —la tímida voz de Pons llamó su atención y lo hizo poner de pie—, vuestro paje está aquí.

—Que pase —ordenó. Se paró al lado de la ventana, tenía una encantadora vista desde ahí. Cuando entró Arnald también lucía más relajado, el recibimiento en Cabaret había sido muy bueno para los dos.

—Señor, quería pediros permiso para ir a ver a la dama Bruna de Béziers. Era la señora de mi villa, y además hija de mi protector. Como iremos a ver juntos a la dama Grial, pensé que podía adelantarme.

—Claro, no hay problema por eso. Iré solo a ver a la dama Grial —respondió Guillaume. "Si voy solo será mejor", pensó. Quería poder volver a verla y disfrutar de su cercanía, de su presencia, y una vez más perderse en su mirada.

—Entonces os veo luego, señor. —Arnald se alejó a paso rápido, parecía hasta ansioso.

—Muchacho —le dijo a Pons—, ¿cómo llego a la habitación de la dama Grial?

—Yo os acompaño, señor —contestó el joven—. Estoy seguro que la dama loba está ansiosa por conoceros.

—Si, yo también lo estoy —dijo animado.

Tenía que ser ella. La mujer por la que todo el mundo cantaba, por quien los caballeros se movilizaban solo para verla. ¿Quién si no? Era la única alternativa.

 

**************

 

Arnald llegó pronto a la puerta de la zona privada de Bruna de Béziers. El corazón le latía alocado de la emoción por volverla a ver. ¿Ella se alegraría de verlo? Esperaba que sí. Tocó la puerta un par de veces hasta que al fin se abrió. La reconoció de inmediato, era Mireille, la doncella de su amada. Ella se quedó por un momento sorprendida de verlo, pero luego su gesto cambió a una hermosa sonrisa.

—Mireille —dijo, correspondiendo el gesto—. Qué bueno verte. Dime, ¿está vuestra señora?

—Si —contestó ella, le pareció algo nerviosa—. Voy por ella de inmediato, pasad.

Él obedeció. Habían separado una parte con tapices para que la dama pudiera recibir a las visitas, y sabía que ella estaba detrás de aquellas telas. Mireille entró apresurada, podría jurar que de todas las personas que había visto desde su regreso a Languedoc, ella era la más entusiasmada. También era cierto que la recordaba como una muchacha muy joven, pero el tiempo la había puesto bella. No iba a negar eso, Mireille estaba preciosa.

—Señora, tiene visita —la escuchó decir.

—No quiero recibir a nadie, creí haberlo dicho —escuchó la voz de Bruna. Era distinta a como la recordaba, pero igual de preciosa. Eso sí, sonó fastidiada. No iba a negarlo.

—Pero, señora, es Arnald de Maureilham.

—Al menos la llegada de ese cretino viene acompañada con una alegría. —Eso lo dijo fuerte y claro, Arnald hasta se llevó una mano a la boca para no reírse.




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