La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 19: Ofensa

¿Lo que yo creí que fue, ha existido?

Ya no sé por cuánto tiempo he dormido.

Ahora, que por fin he despertado,

nada reconozco, estoy perturbado (1)

 

Quizá había llegado muy temprano a tomar el desayuno pues no había nadie en el salón. Bruna se sentó en su posición de siempre mientras esperaba que le trajeran algo de comer. En la primera hora de la comida no iban muchos al salón, sino que se congregaban para el almuerzo. Así que decidió no esperar a nadie y comer algo sola.

Tuvo la esperanza de ver a Guillaume otra vez. Desde el almuerzo del día anterior no había tenido oportunidad de cruzárselo, pues para la cena él indicó que se sentía muy cansado. ¿Atendiendo asuntos de su feudo? Seguro que sí, pues Saissac no estaba muy lejos, y según supo él salió desde temprano del día anterior.

Esa mañana estaba algo entusiasmada. La llegada de Miriam y sus recetas caseras le dieron una perspectiva distinta sobre cómo tratar sus dolencias. Desde niña fue algo quisquillosa para comer, muchos alimentos le caían mal y le eran simplemente intolerables. Pero desde el último año los dolores eran más frecuentes, y eso la preocupaba un poco. Tal vez los consejos de esa mujer servirían.

Valentine le había hablado mucho de ella. Su doncella estaba instruida en las artes de la sanación casera, pero admitía no saberlo todo. Si ya con los consejos de Valentine había tenido días tolerables, sin duda con lo de Miriam le iría mucho mejor. Lo principal era un cambio en sus maneras de comer. Más agua, menos vino. Más frutas en el desayuno, más caldos de verduras, evitar las comidas grasosas en general. También dejó instrucciones para que Valentine le preparara algunas infusiones especiales, entre otros consejos.

La mujer le prestó un buen servicio, y aunque no compartía su fe, estuvo muy agradecida. Le dio varias monedas, y ordenó que en la cocina la alimentaran siempre que lo pidiese. Eso era bastante para una mujer como ella que no tenía nada, y estaba convencida que les daría buen uso a esos beneficios.

Así que ahí estaba, lista para empezar su primer día con la nueva comida. Todo estaba tranquilo, le habían servido lo que deseaba comer, y los sirvientes se habían retirado junto con sus doncellas. Pero él apareció. Trató de calmarse, pero sabía que iba a ser un desayuno horrible. Su cuñado Jourdain se sentó sin decir nada frente a ella. No soportaba esa incomodidad, quería superarlo, pero él no hacía nada por ayudar.

—Buen día —le dijo ella despacio, al menos intentando ser cortés.

—¡Ah, vaya! Parece que la señora sí sabe saludar —contestó brusco—. Qué mala suerte tengo. Ya me arruinaste la comida, ¿qué cosa has tocado, bruja? No quiero envenenarme.

—Ya basta de eso, por favor.

—¿Ahora estás cansada, Bruna? Yo creí que estabas muy feliz desde que llegó el nuevo señor de Saissac. Debe ser muy ciego el tipo, ¿no crees? Para fijarse en una mujer como tú, o debe estar bromeando. ¡Ya sé! Quiere hacerte una caridad, de lo amable que es.

—¡Basta! —exclamó, fue un impulso que no pudo controlar—. ¡Ya supéralo y déjame en paz! —Estaba temblando, y se asustó de su reacción.

No pudo contenerse, no lo soportó. En los últimos años habría aprendido a cerrar la boca para no provocar a Jourdain, sabía que si se quedaba callada él se cansaría de hablar solo. Pero no esa vez, ya no más. Estaba harta de él, estaba harta de no quejarse.

—¡No me levantes la voz, mujer! —Contestó este poniéndose de pie y golpeando la mesa. Bruna retrocedió asustada. "No debí. Dios, no debí. ¿Por qué no me quedé callada como siempre?", se dijo llena de temor. No debió desafiarlo, solo había empeorado las cosas—. No permito que me levantes la voz. No sé cómo te tratará Peyre, pero conmigo no harás lo que se te da la gana.

—Y yo no sé cómo tratarás a Orbia —se animó a responder, aún con miedo—, pero a mí tampoco me faltas al respeto. Yo no soy vuestra esposa, no soy vuestra mujer. No puedes tratarme así. Le temblaba la voz, ya no podía parar. No sabía qué mosca le picó esa mañana, pero ya no quiso callarse.

—Claro que no eres Orbia respondió este haciendo un gesto de asco—. Solo eres una vil bruja que no merece siquiera estar aquí. Nos hubieras hecho un gran favor quedándote en Béziers, todos éramos más felices sin ti, hasta Guillenma y Peyre. No eres indispensable, acá nadie te quiere ni te necesita.

—Yo también hubiera deseado quedarme para no tener que verte ni soportar tus insultos. ¿Tanto mal he hecho?

—¡Tú eres el mal! Tu simple e inútil existencia, sin ti todos estaríamos mejor —decía con rencor—. Y vete de mi vista, mujer. No quiero verte.

—Pues soy yo quien pide que te vayas, soy la señora de este castillo. —Bruna trataba de imponerse, pero estaba asustada y aguantándose las lágrimas. Estaba temblando, Jourdain se dio cuenta y se rio burlándose de ella—. Haces esto porque Peyre no está, ¿verdad? Esperas a que tu hermano se vaya para atacarme. ¡Eres un cobarde!

—¡Y tú una bruja maldita! —Exclamó furioso, echando las fuentes de comida a un lado y tirándolas al piso.

Los sirvientes ya se habían acercado preocupados, no sabían cómo detener eso. Aunque varias veces ellos dos discutieron nunca como aquella vez. Pronto llegaron también sus dos doncellas, quienes vieron fuera de sí Jourdain frente a una temerosa Bruna, ella ya no podía contener las lágrimas




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