La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 22: Los jardines de Cabaret

No digo que el amor haya partido mi corazón verdadero,

¡espero no llegar a vivir eso!

Un corazón volátil y una locura oscilante

Han causado muchas miserias al verdadero amante (1)

 

Guillaume descendió de la montaña. Había un espacio que Peyre Roger había mandado a arreglar al gusto de Bruna, con bellas flores y bancas donde tomar asiento. Ese era el sitio favorito de la señora de Cabaret, ahí iba y se sentaba con su vihuela a cantar un poco y disfrutar del día, o al menos ese fue el chisme que le llevó Pons. Le dijo que ese lugar le recordaba a sus jardines de Béziers, pues eran bastantes similares.

Llegó al fin hasta el lugar y la encontró acompañada de sus dos doncellas, y de Arnald. Suspiró, ¿acaso el mocoso quería seguir jugando a la finn' amor con Bruna? ¿O solo era respetuoso con la señora de su villa? Como fuera, ya estaba bastante viejo para sentir celos de ese crío. Conforme se fue acercando escuchó que estaban hablando de Béziers, o rememorando algunos sucesos en la villa cuando ambos eran más jóvenes. Estaban en verdad animados, en especial Bruna. Solo hablar de Béziers la ponía tan alegre que no dejaba de sonreír.

—Buen día, mi señora —dijo, e hizo una venia ante ella.

Bruna le sonrió y, como era de esperarse, Arnald le puso mala cara. Seguía sin perdonarlo a pesar de todo. ¿Y tenía que hacerlo? En teoría estaba cumpliendo sus amenazas de París: Fue a Languedoc, y le estaba quitando a su dama.

—Os veo muy contenta hoy —agregó él.

—Buen día, caballero —contestó ella animada—. Disculpad si os privo del servicio de vuestro paje. Supongo que os contó que nos conocemos desde niños.

—Con lujo de detalles —contestó él, y miró de lado al silencioso paje—. No hacía otra cosa que hablar de la señora del castillo donde se crio, y de lo mucho que amaba Béziers. —Arnald empezó a enrojecer al sentirse expuesto, pero ni Bruna ni sus doncellas lo percibieron.

—Siempre he dicho la verdad —dijo su paje—. Béziers es la villa más hermosa del Mediodía.

—Es cierto —lo apoyó Bruna—. Solo conozco dos villas, aun así, me atrevo a afirmarlo sin temor a equivocarme.

—Vaya, me dan muchas ganas de conocer Béziers. Vosotros contáis tantas maravillas que me da curiosidad.

—Sin dudas tenéis que ir algún día —le dijo Bruna sonriente. Guillaume se contagió un poco de esa alegría, los ojos de la dama hasta brillaban cuando hablaba de Béziers.

—Por supuesto. Si ese lugar hace tan feliz a la dama Bruna, entonces es un sitio estupendo.

Se quedaron en silencio. Bruna lo miraba expectante, y él no supo bien cómo continuar la conversación. Solo bajó a los jardines porque pensó encontrarla ahí. ¿Acaso imaginó que estaría sola? Sí, claro. Pero con tantos testigos cerca no se sentía tan cómodo para hablar con ella como solían hacerlo.

—Mi señora, quería pediros...

—¿Dar un paseo por el jardín mientras hablamos? —Se adelantó Bruna, habló apresurada. Él contuvo la sonrisa, ella se sonrojó—. Perdón, no quise...

—Será un honor pasear con vos, mi señora —le dijo, y extendió su mano para que ella la tomara. Sin dudarlo, Bruna rozó apenas su mano y se puso de pie.

Se pararon uno al lado del otro, no se tocaron más. Odiaba tanto las ridículas reglas de la finn' amor y la cortesía en Languedoc, ojalá pudiera besar sus manos otra vez. En realidad quería besar otras partes de su cuerpo, pero solo sus manos estaría bien para ser decente. Empezaron a caminar lento, sus doncellas y su paje los seguían a una distancia prudente. No los escucharían hablar, pero tampoco daría la impresión que estaban solos. Todo muy cortés y provenzal como debería ser. Qué desesperante era esa gente, en serio.

—¿Querías decirme algo en particular? —Preguntó ella para romper el hielo, se giró a verlo y él también hizo lo mismo—. ¿En qué piensas, Guillaume?

—Nada en especial. Tal vez en mi futura visita a Béziers —respondió con una media sonrisa.

Por nada del mundo ella debía notar lo que estaba sintiendo. Que estaba al borde del colapso con los misterios de la orden, con la falta de respuestas, y sin tener idea de qué hacer. Si bajó a buscarla fue justo porque necesitaba un respiro de todos sus dramas.

—¿Y eso te pone tan angustiado? —Lo sorprendió la pregunta—. ¿Qué te preocupa?

—No sé si es una preocupación, no sé qué es en realidad. Es solo que todo esto es nuevo para mí... Ya sabes. Ser señor, tener un castillo arruinado, cobrar rentas, intentar encajar en la corte de Cabaret —contestó intentando aparentar normalidad. ¿Para qué contarle sus pesares? ¿Para qué entristecerla con su desgracia? Ella no tenía que conocer ese lado vulnerable de él, no sería apropiado.

—¿Ah sí? —La notó incrédula—. Espero que sea solo eso. Siempre te noto cansado y pensativo. Como si no te sintieras bien—le dijo ella algo preocupada, pero él no contestó nada.

En su interior algo se debatía, quería desahogarse, hablar de eso con alguien, pero no estaba seguro de que Bruna fuera la persona correcta. ¿Acaso ella podría comprender toda la responsabilidad que en él caía? ¿Acaso podría entender que se sentía tan solo en el mundo? Necesitaba cambiar de tema pronto.




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