La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 23: Culpables

Me están vigilando, en fin,

sin el derecho de hacerlo.

Muestran su codicia, sin

que les valga merecerlo (1)

 

Nada se sentía igual desde la muerte del gran maestre. La comunicación entre los caballeros de la orden siempre fue fluida, y el señor de Saissac solía ir a Béziers para darle información que solo podía decirse de forma personal. El resto siempre se manejó de manera rápida gracias a la red de mensajeros, nunca temió que cualquier tipo de información pudiera filtrarse. Jamás, en todos esos años, se le ocurrió dudar de la fidelidad de los miembros de la orden.

Solo que todo había cambiado de pronto, y ya no sabía en quiénes confiar. Los mensajeros tardaban en devolver las respuestas, otros nunca volvían. Había tanto que el senescal de Béziers quería saber, pero temía siquiera hacer una insinuación al respecto en cualquiera de sus cartas. No, prefería ser cauteloso en extremo. Cualquier error, por más mínimo que fuera, podría servirle a su enemigo.

Era poco lo que sabía de los demás desde la reunión en Moux. Y él, que estaba interesado en saber de Guillaume, solo supo que este llegó a Saissac y encontró todo en la ruina. Que habían quemado la biblioteca y otras estancias, que mucho se había perdido. En ese punto el hombre no entendía la pasividad de la orden. ¡Habían destruido o robado saberes prohibidos! Información valiosa que tal vez nunca podría recuperarse, y que de caer en manos equivocadas sería un gran peligro. ¿Acaso pensaban quedarse quietos sin hacer nada? Y si lo estaban haciendo, ¿por qué nadie le informaba al respecto?

Algo tenía que hacerse, necesitaba saber más. Quería él mismo ir a Saissac y averiguar sobre Guillaume, ¿pero qué excusa daría el senescal del Béziers para realizar un viaje tan largo? Sería incluso sospechoso, tal vez el legado papal Arnaldo había vuelto a Roma, pero el tal Peyre de Castelnou seguía rondando Languedoc. ¿Y si ambos estaban coludidos? ¿Cómo podría saberlo? Lo mejor era que se mantuviera en su posición de Béziers. Al menos en algo tenía que cumplir.

Ya todos tenían claro que una guerra llegaría a arrasar sus tierras, y también se había dado la instrucción de fortificar la villa para resistir un posible asedio. Por supuesto, no podía ser tan evidente y los trabajos tenían que hacerse con mucha sutileza, como si se tratase de una remodelación. En eso estaba, y al menos tenía un apoyo. Alguien con quien hablar.

Bota de Maureilham era el único caballero de la orden, aparte de él, que vivía en Béziers. No tenían el mismo rango, y había secretos que Bota jamás sabría hasta que el nuevo maestre lo autorizara, pero aun así Bernard se sentía libre para compartir ciertas inquietudes con él. Así que ahí andaban los dos, recorriendo los pasadizos inferiores que se encontraban ocultos en la planta baja del palacio vizcondal. Una red de caminos antigua que fue construida en medio de la desesperación de un antiguo vizconde Trencavel. Este pensó que los pobladores de Béziers podrían matarlo en cualquier momento, así que mandó a construir rutas de escape de la villa.

—Todo está en pésimo estado —comentó Bota. Ambos caminaban llevando antorchas mientras iluminaban el estrecho pasillo.

—Veamos hasta donde llegamos —dijo este. Hacía mucho que nadie pasaba por ahí, y sí, muchas partes se habían derrumbado.

—Tal vez podemos darle un buen mantenimiento a uno de los pasillos, pero dudo mucho que el otro sirva. Estaba peor que este —añadió Bota, y Bernard asintió—. ¿Se sabe hacia dónde nos lleva?

—Se supone que nos sacará de la villa hacia una ruta de escape segura. Destruyeron los mapas para que nadie supiera más.

—Hay cada loco en este mundo... —murmuró Bota, y ambos rieron. En ese estrecho pasillo hasta los murmullos sonaban fuerte, y las carcajadas eran ensordecedoras.

Caminaron con algo de dificultad. Bernard tomaba nota mental de todo lo que necesitarían para reparar los muros, y cómo podría reforzar la puerta de acceso. Solo podía haber una llave, y la puerta debía de ser lo suficiente resistente para que tardara en ser derribada. Una vez del otro lado, quienes lograran escapar en un eventual asalto tendrían suficiente tiempo para ponerse a salvo.

—Conozco a un artesano para el trabajo de la puerta —comentó Bota—. Es un judío, ¿no te molesta?

—Para nada —comentó con tranquilidad. Había que ser idiota para despreciar a un buen trabajador solo por una cuestión religiosa—. Tráelo aquí para mañana, mientras antes se empiece a trabajar en esto será mejor.

—¿Llevas prisa? ¿Acaso hay fecha para el ataque? —Preguntó Bota con cierta preocupación.

—No, pero prefiero que estemos preparados para todo. —Este asintió. Se quedaron en silencio un momento. Casi podían ver la salida, era apenas un punto de luz visible.

Bernard se preguntó cuántos años se estuvo trabajando en ese camino, o si tal vez se trataba de una ruta que existía desde tiempos de los romanos. Habían atravesado Béziers de un lado a otro, y habían acabado hacia el camino que daba a la ruta que se dirigía a Carcasona. Había escombros bloqueando la salida, así que tuvieron que dejar las antorchas a un lado un momento para observar mejor. Las rejas eran gruesas, pero iban a tener que sacarlas para hacer de esa ruta un escape seguro.




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