La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 26: Compromiso

El amor forzado nada vale, pues no ofrece ninguna felicidad.

El amor debe venir del corazón y debe comprometerse a ser fiel siempre,

Tanto en el dolor como en el placer.

El otro amor se escurre,

Por aquí y por allá,

Como el hielo en el agua (1)

 

Del manuscrito de Mireille

Cuando aquellos trovadores mencionaron "Miraval" a mí también se me puso la piel de gallina, más aún al observar la reacción de mi señora. Jamás ni una canción de él había llegado a Cabaret. Si sabíamos de este era porque algunos trovadores reproducían sus melodías, pero jamás nadie enviado por él mismo pisó Cabaret.

¿Por qué de pronto todo eso? No conseguía entenderlo, me sentía tan desconcertada como ella. Bruna estaba temblando, se paró de ahí sin dar una excusa convincente, y lo único que hice fue seguirla. Valentine miraba sin entender, pero solo quería ayudar. Llegamos hasta la habitación de mi señora, poco le faltó correr. Cuando al fin estuvimos las tres solas se sentó en su cama y luego miró a Valentine.

—Ve a dar una disculpa al señor Guillaume. Que traigan la cena aquí. No quiero hablar con nadie —ordenó rápido, y esta asintió.

—Si, señora. —Estaba segura de que Valentine quiso quedarse a averiguar lo que pasaba, pero se retiró sin entender nada para poder seguir las órdenes de nuestra señora.

Solo cuando Bruna y yo estuvimos en completo silencio, ella se atrevió a desahogarse. No supe qué hacer cuando se echó a llorar. Pasó un buen rato así, y solo entonces me miró con el rostro bañado en lágrimas.

—¿Por qué ahora, Mireille? ¿Por qué me hace esto? ¿Por qué desapareció por tantos años, y quiere volver justo cuando acabo de conformarme?

Yo no supe qué responderle, ella volvió a llorar. Se me partía el corazón de verla así, tan triste. Después de tantos días de felicidad que habíamos pasado no era justo todo eso. No sabía cómo calmarla, pero mi mente luchaba por darle una explicación a la llegada de una canción del trovador de Miraval. ¿Por qué de pronto? ¿Por qué eso no pasó antes?

Lo pensé en varias opciones. Una de ellas era que tal vez se prohibió. ¿Cómo? ¿Acaso el señor Peyre Roger supo la verdad antes y dio la orden? ¿Acaso el padre de mi señora advirtió de lo arriesgado que era que llegaran ese tipo de mensajes en canciones a Bruna? En ese momento estuve segura de que era algo relacionado a los celos de los hombres.

¡Ah! Qué alejada de la realidad estaba. Cierto era que hubo quienes impidieron que Bruna tuviera noticias de ese hombre, pero no por las razones que sospechaba. La orden. La orden aquella que siempre interfirió en nuestras vidas, incluso cuando no sabíamos nada de esta.

—¿Por qué hace esto Mireille? ¡No tiene ningún derecho! —exclamó Bruna muy alterada.

En ese momento estaba tan indignada como ella. Lo he dicho antes, siempre consideré a Bruna una amiga, y estoy segura de que nadie quiere ver sufrir a una amiga del alma. Por más señora que sea, por más que el tiempo hubiera pasado. A una amiga también le duele cuando otra persona lastima a quien queremos.

—Claro que no, mi señora. Ningún derecho, y tampoco merece sus lágrimas —le dije muy segura. Ella se las secó en silencio, y luego me miró a los ojos.

—¿Cómo que no, Mireille? Si se supone que yo... Que él y yo... Yo lo... —Esas palabras me confundieron. ¿Quiso decir que aún lo amaba? No, eso era imposible. Me sentí enojada en ese momento. ¡Cómo podía siquiera pensar en algo así! Me indigné, me dije que no iba a permitir que a Bruna se le pasara por la cabeza serle fiel al miserable aquel.

—¿Lo ama? ¿Está segura de eso? ¿En serio? —soné más irritada de lo que quise, y ella se dio cuenta. Bruna dudó, bajó la mirada y se quedó en silencio—. Mi señora, ¿está segura de lo que dice? —Aquello sonó más a un reclamo. Estaba a nada de ponerme en la misma condición a ella, a nada de regañarla para que reaccionara.

—No lo sé... —contestó aún sin mirarme. Por supuesto, tenía vergüenza. De seguro ella también intuía cuál iba a ser mi reacción.

—¿Y el señor Guillaume? ¿Acaso no lo quiere a él? —reclamé. Ahora que lo pienso... ¡Fui tan atrevida! ¿Cómo pude decirle todo eso y de aquella manera? Tengo excusa, el cariño por ella y la desesperación por ayudarle me ganaron.

—Sí... —contestó aún sin mirarme—. Yo lo... ¡No lo sé, Mireille! No es tan simple. He pasado cuatro años llorando en silencio por él, cantando por él. Cuatro años de desilusión y tristeza, aguantando la vida a la que me arrojó con su abandono.

—Entonces, ¿por qué se confunde? No hay razón para eso. No hay motivo para mantenerse fiel a quien traicionó todas sus promesas.

—Pero esa canción fue mensaje directo para mí, sé que ha sido así, me quedó claro. Él quiere volver, Mireille.

—¿Qué importa eso? —dije irritada, ya no aguantaba más esa situación—. ¡Él la dejó! No cumplió sus promesas, no respetó su honor. No merece que siquiera lo recuerde, no merece nada. Lo que él pretende es volver a su lado como si nada hubiera pasado. ¡Y sí pasó! Pasó tiempo, pasaron cosas, ¿acaso cree que puede disponer de su tiempo y de su vida? —Estaba alterada, no pude contenerme. Bruna me miró perpleja, pero al menos puedo decir que estaba reaccionando al fin.




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