La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 30: Sentimientos e ilusiones

Triste y alegre me separaré

cuando vea este amor de lejos,

pero no sé cuándo lo veré,

pues nuestras tierras están muy lejos.

¡Hay demasiados puertos y caminos!

y por eso, no soy advino...

¡Que todo sea como Dios quiera! (1)

 

Guillenma caminaba con el ceño fruncido hacia las habitaciones de Orbia. Dos sirvientas la siguieron, pero con una mirada fiera hizo que se alejaran. No le importaba si la dama loba estaba ocupada o no, abrió las puertas y entró. La encontró acompañada de unas doncellas que la ayudaban a arreglarse. Tan tranquila, como si nada pasara. Eso le dio más rabia a Guillenma, quien se acercó con rapidez. Cuando Orbia percibió que tenía una visitante no deseada, fue demasiado tarde. Una fuerte cachetada le viró el rostro.

La dama loba se llevó la mano a la mejilla afectada y la quedó mirando sin comprender. Las doncellas estaban mudas, no tenía ni idea de qué hacer ante una situación así. Guillenma les ordenó que se fueran, quería conversar a solas con la dama loba. Se mantuvieron en silencio hasta que no quedó nadie, y esperaron un momento antes de hablar.

—¿Estás loca o qué, Guillenma? ¡¿Por qué me has golpeado?! —le reclamó la loba de Cabaret.

—¿Qué rayos tienes en la cabeza, Orbia? ¡Qué te pasa! Eres tú la que está loca, ¿acaso creíste que nunca iba a enterarme?

—No sé de qué estás hablando —dijo ella, mirando hacia otro lado como si no le prestara atención.

—¡Sabes muy bien a qué me refiero! —exclamó la dama—. ¿Cómo has sido capaz de esa bajeza? ¿Acaso no le tienes un poco de estima a Bruna?

—Claro que la tengo, por eso mismo hice que escuchara un mensaje que el pobre trovador de Miraval lleva años intentando hacerle llegar.

—¡No creas que soy estúpida! No tienes que meterte en mis asuntos. Me he encargado yo misma de interceptar toda la correspondencia de ese hombre para Bruna. Sabes que lo hice por orden de Bernard, era mi labor.

—Pero no esperaste que esta vez enviara una canción, ¿verdad? —dijo Orbia con una sonrisa burlona. No lo iba a tolerar.

—Lo que no esperé es que tú decidieras traicionar al propósito de la orden —admitió—. Esa canción tampoco tenía que llegar. Tú debiste avisarme, ¡no llevarle el mensaje!

—Guillenma, ¿no crees que es un poco cruel tu misión? Apartar a Bruna de su gran amor, ¿por qué haces eso? Todos estos años te has dedicado a ocultarle la verdad. Que él siempre la amó, y que la sigue amando.

—Ese no es asunto tuyo, tú conoces muy bien la historia —respondió firme—. Él no era su destino, así tenía que ser. Y no te salgas del tema, Orbia, que sé que no hiciste aquello por cariño a Bruna. Tú deseas a Guillaume, y por eso quieres impedir que se haga su caballero, ¿no es cierto? —La dama no respondió con palabras, solo le dedicó una sonrisa que lo dijo todo—. ¡Eres cruel! ¿No te has dado cuenta de que esos dos se quieren? ¿Acaso no te importa en lo más mínimo? Y lo que es peor aún, ¡te finges ser la dama del Grial!

—¿No fue esa la misión que me dio Bernard de Saissac? Ser el primer anillo de seguridad para llegar a la verdadera dama. Eso es lo que tengo que hacer.

—Pues ya no es necesario que lo hagas. Él está tan cerca, ¡tan cerca! ¿Por qué quieres arruinar a la orden? ¿Solo por complacer tus caprichos?

—No son caprichos.

—Entonces, ¿qué son? ¿Tener a un hombre no es un capricho? ¿Acaso querer llevártelo a la cama no eso? ¡Eres baja, Orbia! ¡Jamás pensé que fueras capaz de hacerle eso a la pobre Bruna!

—¡Oh! ¡Mira quien habla! ¡La que se acuesta con su marido cada noche! —quiso seguir ofendiéndola, pero una nueva cachetada la hizo callar.

—Cuida tus palabras, Orbia, que no soy una niña con la que puedas jugar. Peyre Roger es mi caballero, y yo no tengo dueño. Bruna jamás lo ha amado, no hay motivos para que sea infeliz por eso. Pero lo que tú estás haciendo es diferente. ¡No dejaré que te salgas con la tuya! No vas a jugar con esos dos. Además, también me he enterado de que tu esposo te ha amenazado. Si te metes con Guillaume, lo matará.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Orbia sorprendida.

—Yo lo sé todo, entiéndelo. Así que te advierto, si Jourdain se atreve a hacer algo en contra de Guillaume por tu culpa, los dos me las van a pagar. No tienes ni idea de lo que soy capaz —respiró hondo tratando de calmarse. Orbia la conocía muy bien para saber que no estaba jugando, y más le valía tomarla en serio.

—Somos de la misma orden, Guillenma —dijo esta, y ya hasta parecía inofensiva.

—Pero no del mismo rango —aclaró con autoridad—. Nuestro nuevo gran maestre está aprendiendo por su cuenta, se acerca poco a poco a los primeros secretos que un iniciado deberá conocer. Cuando sepa que ya tiene suficiente información, Peyre Roger y yo nos acercaremos a él para ayudarlo a iniciarse. Ahora mismo está por buen rumbo, no te entrometas más.

—Oh, ustedes en verdad son nefastos —contestó ella con fastidio—. ¿Quieres que te recuerde la situación en la que estamos? ¿Te parece que la orden está en condiciones de esperar la paciencia de Guillaume para iniciarse?




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