La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 34: Confrontación

No sé a qué hora me adormecí,

al despertar, muy poco vi,

mi corazón casi partí

con ese mal,

no voy a fiarme ni de ti,

por San Marcial (1)

 

No esperó el golpe, al menos no de parte de ella. La señora Guillenma no se ensuciaría las manos así, para eso estaba el hombre de armas, quién por poco la llevó a rastras hasta esa parte del castillo. Valentine sintió la cachetada mientras ese hombre la sujetaba. No pensó que una dama pudiera golpear tan duro, poco después sintió el sabor de la sangre en su boca. No conforme con eso, el hombre que escoltaba a la señora la empujó al piso con fuerza.

—¿De verdad creíste que no me iba a enterar? —preguntó la dama Guillenma entre dientes, mientras la doncella hacía lo posible por contener las lágrimas—. ¿Cómo pude creer que eras de fiar? ¡No eres más que otra doncella estúpida! ¿Qué tenías en la cabeza? ¡Preferiste serle fiel a Orbia y me has traicionado! No solo a mí, ¡sino a toda la causa de la orden!

Desde el suelo, Valentine empezó a llorar. Ya no pudo contenerse, y ni sabía por qué lloraba. Por los golpes, por sentirse así, porque pensaron que era una traidora. Ah, pero bien merecido que se lo tenía. Bien que supo que tarde o temprano Guillenma iba a llegar a la verdad, por eso pasó varios días escabulléndose por Cabaret, evitando salir para que la dama no la encontrara. Pero Guillenma se las arregló para entrar al castillo y acorralarla por otro lado. Se había acabado todo, y tal vez era lo mejor. Durante esos días la culpa había sido tal que apenas pudo dormir.

—¿No vas a decir nada, infeliz? —le dijo esta, insensible a sus lágrimas

—Señora, juro que no fue mi intención. ¡Yo también fui engañada! —exclamó. Era verdad, podía jurarlo, pero sabía que nadie iba a creerle.

—¡No me mientas más! Ahora vas a dejarte de tonterías y dirás todo.

—Hablaré, hablaré. Lo juro —contestó mientras se ponía de pie. Miró con temor al guardia que acompañaba a Guillenma, uno de sus hombres de confianza. Y, supuso, también era parte de la orden.

—Espera fuera del pasillo —le pidió—. Este es asunto privado.

—Como deseéis, señora —contestó el hombre. Sus pesados pasos se escucharon por el pasillo conforme se alejaba, y al menos eso significó un alivio para Valentine. No recibiría más golpes.

—Habla de una vez —insistió Guillenma—. Y no quiero escuchar ninguna maldita excusa de tu parte. Quiero la verdad.

—Sí... sí —dijo titubeante. Hizo lo posible por contenerse y calmar sus nervios antes de seguir—. La señora Orbia me obligó a hablar. No sé cómo se enteró de que yo le di un mensaje al señor Guillaume, y me exigió saberlo. No quise decirle, pero me amenazó. Me dijo que si no le contaba todo, ella le diría a mi señora Bruna que Raimon de Miraval sí la quiere. Me amenazó diciendo que le contaría que sois vos quien todos estos años impidió que los mensajes de su caballero llegaran. Por favor, comprendedme, no tuve alternativa en ese momento, sabéis de lo que Orbia es capaz —explicaba nerviosa—. Le dije dónde y a qué hora se encontrarían el señor Guillaume y mi señora, jamás imaginé que las cosas llegarían a ese punto.

—Ya veo —dijo Guillenma pensativa—. ¿Cómo está Bruna? No ha querido recibirme, y eso ya es muy extraño. ¿Acaso sus heridas son muy graves?

—¡Oh no, señora! No es eso, son heridas de las que podrá recuperarse. No quiere recibir a nadie, apenas nos soporta a Mireille y a mí. Pero juro que he cuidado de ella, jamás dejaría que le pasara algo. ¡Si supiera como me siento!

—Es lo mínimo que te mereces por abrir la boca cuando no debías —contestó aún con fastidio, pero Valentine notó que ya no estaba tan furiosa como al inicio cuando pensó que ella traicionó a Bruna a conciencia—. Muchacha, creí que ya habías entendido la importancia de Bruna dentro de todo esto. Creí haber sido lo suficiente clara para que no cometas ningún error. Esto no es un juego, confié en ti y mira lo que haces. Si algo le pasaba a Bruna, si ella no despertaba después de los golpes que se dio... —La dama suspiró. Detrás de esa furia había también una mujer asustada por lo que pudo pasarle a Bruna, lo entendía—. Todo estaría perdido ahora —continuó—. No hemos trabajado tanto para arriesgarla justo en este momento.

—Señor, lo juro. No tenía idea de los planes de la dama loba, yo solo hablé para evitar un mal mayor —dijo con un gesto culpable.

Se había criado bajo la tutela de Orbia, la conocía muy bien. Sabía que era caprichosa, seductora, decidida. Y se había dado cuenta de que miraba con recelo y envidia a Guillaume y a su señora. Por supuesto que debió intuir que esa mala mujer iba a hacerles algo con la información que le dio, tal vez tuvo la oportunidad de detener eso convenciendo a Bruna que no saliera de su habitación esa noche. Ya era demasiado tarde para lamentarse, pero nadie le quitaba la idea que todo lo que estaba pasando era en parte su responsabilidad.

—Escúchame ahora —continuó Guillenma—. Tú estás siempre cerca a Bruna, vas a colaborar. Tenemos prioridades.

—Por supuesto, ¿qué debo hacer ahora? Juro que no fallaré —prometió, y en eso decía la verdad. Ya había provocado una tragedia, y haría lo que fuese por solucionarlo.




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