Señora, no puedo ni la centésima parte
de mis penas ni de mis males enumerarte;
ni de los sufrimientos, angustias y dolores
que padezco, señora, por tu amor. Amor es
causa de mis tormentos: me abraso estando vivo
y en medio de esta hoguera me consumo cautivo (1)
Del manuscrito de Arnald
La noche de la fiesta descubrí por qué tanta gente adoraba a Peyre Vidal y lo consideraban el mejor trovador. Quedé maravillado con su talento, y aunque ya había escuchado versiones de Rosatesse antes, esa me dejó mudo. Tampoco fue una sorpresa que mi señor le dedicara una canción a la dama Bruna. Debo confesar que me gustó mucho, reconozco que esa vez se esforzó en serio en crear algo bonito y conmovedor. No entendía la razón por la que Peyre Vidal lo ayudó con la música, luego tendría las explicaciones.
Yo sabía de los errores de Guillaume, y que Bruna no lo iba a perdonar tan fácil. Ay, pero aunque suene extraño, deseé que eso se solucionara. Mi señor había cambiado mucho desde que dejó París, las presiones por ser parte de la orden le hacían diferente al zángano con quien conviví allá. O quizá era que el afecto a Bruna lo que motivó ese cambio, y esa idea se me hacía más hermosa. Después de tocar su canción se veía muy animado, así que decidí aprovecharme de la situación. ¿Hice mal? En ese momento no sentí culpa por mi oportunismo. Hoy tampoco.
Le pedí permiso para ir hasta Carcasona a visitar a mi amigo Luc de Béziers solo por ese día. Él aceptó gustoso, incluso me pidió que observara si estaba pasando algo raro y cómo andaba el vizconde Trencavel. No tenía intención de espiar, pero aun así acepté. En fin, a la mañana siguiente estaba listo para ir a Carcasona. Conocía el camino, era muy fácil de hallar. Se dice que "todos los caminos llevan a Roma" cuando se habla en general, pero si de Languedoc se trata me atrevo a decir que todos los caminos pasan por Carcasona o muy cerca de ella.
No era el único en la ruta, así que me uní a un pequeño grupo para no pasar inconvenientes con proscritos. Llegué poco antes del mediodía y hallé Carcasona tal y como la atesoraba en mis recuerdos. Una próspera ciudad con altos e impenetrables muros, con sus iglesias y casonas sobresaliendo en lo alto, con hermosas banderas de las familias colgadas en sus casas y siempre tan llena de vida, de gente dedicada a sus comercios, de personas de gran valor. Quien diría que tiempo después de esa ciudad no quedaría ni uno solo de los habitantes, y que sería propiedad del infame que llegó desde el extranjero en busca de riquezas. Infame ahora, pero que alguna vez consideré un gran señor.
Me apresuré a llegar hasta la zona de la villa donde vivía el vizconde Trencavel, de seguro que ahí estaría también Luc. Los pajes como él y yo no solíamos andar con los escuderos y otros hombres de armas, al menos no durante el día. Tuve que entrar al castillo principal y preguntar. Habían pasado más de cuatro años desde la última vez que nos vimos, ambos éramos muy jóvenes cuando nos separamos. Me bastaron algunas preguntas para orientarme sobre su paradero, hasta que al fin nos volvimos a encontrar.
La alegría me invadió, él me observó con una sonrisa. Casi sin poder evitarlo corrimos al encuentro uno del otro y nos abrazamos como si fuéramos dos niños. Él había cambiado, me atrevo a decir que parecía más un caballero que yo mismo. Sentí deseos de llorar de alegría por verlo, pero él se me adelantó y cuando lo vi derramar un par de lágrimas de emoción no pude contenerme. Nos separamos un momento a observarnos bien, como para confirmar qué tanto habíamos cambiado, y luego volvimos a darnos un abrazo fraternal. Las lágrimas dieron paso a las risas y carcajadas. ¡Qué gran encuentro! No podía creer que al fin estábamos frente a frente.
—Pero miren, nada más y nada menos que Arnald de Maureilham —dijo Luc con la voz más gruesa de lo que recordaba—. ¡Imposible de creer! Quien te viera y quien te ve. ¡Pareces todo un caballero!
—Eso debería decir yo de ti. Has cambiado para bien, por supuesto. Ha pasado mucho tiempo. ¡Te extrañé tanto en París! ¡No hay tipos como tú en ningún lado del mundo!
—Ni yo he logrado encontrar un amigo como tú en estas tierras, y eso que he recorrido el Mediodía hasta llegar a Foix. Ven conmigo, debes estar cansado y con hambre. Podemos ir a recorrer la villa, quiero llevarte por Carcasona.
—Pero, ¿no estás ocupado? ¿No requiere el vizconde de tus servicios?
—Oh no, hoy no está en la villa y no me llevó con él, descuida. Podemos disfrutar el día tú y yo —agregó animado—. Por cierto, ¿de dónde vienes? ¿Estabas en la ruta? ¿O vienes del hogar? —preguntó en referencia a Béziers. Siempre le llamamos así.
—No, estoy en Cabaret por ahora.
—¡Ah! ¡Cabaret! ¿Puedes creer que aún no conozco la montaña negra? Y he escuchado maravillas, ¿es cierto todo lo que cuentan? ¿Es cierto lo que se dice de la dama loba?
—Se dicen muchas cosas de ella y de Cabaret, y me atrevo a decir que todo es cierto. Es un lugar maravilloso, tiene una bella vista del valle. Siempre hay fiestas, el joy está presente en cada cosa que hacen. Y bueno, escuché muchas leyendas de la dama loba que de seguro tú mismo has oído. Todas son ciertas, es una mujer muy hermosa y encantadora.
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Editado: 08.09.2022