En gozarse y quererse el uno al otro
está el amor de los verdaderos amantes.
Nada puede salir bien
si los dos no quieren lo mismo.
Y está loco de nacimiento
el que no hace lo que ella le pide
o alaba lo que no le gusta (1)
Del manuscrito de Mireille
Habían pasado unos días desde el incidente del mercado con aquella mujer. Todo lo que sucedió dejó muy perturbada a Bruna, estuvo largo rato en la iglesia buscando la calma, pero sé que ni aun así lo logró. El padre Abel intentó convencerla de que esa manifestación demoniaca no dijo la verdad, que solo Dios sabía lo que estaba escrito en su destino, y que no podía creer en las tragedias que le contaron. Para nosotras, en especial para ella, era difícil de aceptar.
Debéis entender, estimado lector, que para nosotras eso era real. No, es real. Las profecías son reales, y sí existen personas capaces de romper el tiempo y ver cosas inimaginables. Yo sabía que Bruna había creído en las palabras de la mujer, ella ya tenía claro que le aguardaba un futuro lleno de dolor.
Como si fuese una confirmación de sus temores, o de lo desgraciada que sería, una de esas noches el señor Peyre la buscó en el lecho. Lo recuerdo bien, porque al amanecer de aquel día la encontré llorando en la cama. Ella decía que él no le hacía daño, pero Bruna siempre sufría cuando tenía que cumplir su deber de esposa. Le pregunté por qué lloraba, pues nunca lo había hecho antes. Solo callaba y aceptaba, con resignación, que era lo que tenía que hacer.
—Porque no quiero volver a entregar mi cuerpo a quien no me ama. No me importa lo que digan, este cuerpo es mío y se lo daré a quien me plazca. Es lo que pienso, y sé que no está bien. Sé que seré castigada por mis ideas llenas de pecado en esta vida o en la otra. Dios lo sabe todo —contestó, la recuerdo atormentada al pronunciar esas palabras.
Por aquel entonces empezamos a hablar más que antes, como cuando éramos más jóvenes y ella soltera. Desde su matrimonio aprendió a callar, así lo entiendo ahora. Dejó de ser la joven que reía y cantaba sin culpa, a ser la mujer que sufría en silencio. Así que podéis imaginar que para mí fue una gran alegría sentir que de alguna forma la tenía de vuelta. Bruna pasó mucho tiempo callando todo lo que sentía, y con timidez empezó a buscar una confidente en mí. Era poco lo que podía aconsejarle, en aquel entonces yo jamás había tenido relaciones carnales. Igual me sentaba a escucharla, pues ella deseaba ser comprendida.
Me quedó claro que, de alguna forma, quería darle la contra a la maldición de esa profecía tenebrosa que recibió. Siempre fue tan terca, pienso con ternura ahora. Si una pagana le dijo que sufriría, ella se empeñó en hacer todo lo contrario. Y para dejar de sufrir, tenía que perdonar. Siendo específica, ella quería olvidar lo que pasó con el señor de Saissac.
—Lo he decidido —nos dijo un día Valentine y a mí—. Si vuelvo a verlo, si él me lo pregunta, le diré que sí. Que todo quedará olvidado.
—¿Y en verdad es así, mi señora? —le preguntó Valentine, hasta yo estaba sorprendida—. ¿Ha olvidado todas las ofensas?
—No puedo, después de todo cada cosa que nos pasa deja una huella perpetua en el alma. Pero ya no me lastima como antes, ya no me causa lágrimas ni rencor. Ya no tiene sentido que sigamos sufriendo por eso, ni él ni yo nos lo merecemos.
—Creo que eso está bien, señora —dije yo—. Y si una vez perdonado, él vuelve a pediros ser vuestro caballero, ¿qué le diréis?
—Voy a aceptar a Guillaume de Saissac como mi caballero. —Las dos nos sorprendimos al principio, pero no pudimos evitar emocionarnos al escuchar eso. Ella empezó a enrojecer, y pronto rio con nosotras—. No aceptaré que algún demonio o pagana dicten mi destino. Me niego a ser infeliz por el resto de mis días.
—¡No lo seréis, señora! —le dijo Valentine con entusiasmo—. Todo va a arreglarse, ya vais a ver.
—He pensado mucho —continuó ella—. Ya soy mayor, ya debería tener hijos. Eso mi marido lo tiene muy claro, yo también. Si no he concebido esta vez, será la próxima. Y quizá sea cada vez más frecuente... —agregó, incómoda—. Es lógico, Peyre Roger quiere herederos y solo yo puedo dárselos. Estoy segura de que todo cambiará pronto, y no solo para mí. Para él también, Guillaume tendrá que volver a Saissac, ¿y qué va a ser de nosotros? No puedo desaprovechar esta felicidad que Dios quiere darme. Tengo que ser feliz mientras aún hay tiempo.
Estábamos muy animadas, ansiando que llegara el momento de que Guillaume se lanzara a la conquista otra vez. ¿Debí decirle a Arnald para que él informara a su señor? Lo pensé, pero no me animé a delatar las intenciones de mi señora. Tampoco pienso que Guillaume necesitara de mucho esfuerzo para notar la buena disposición de Bruna: Él nunca había dejado de buscar la oportunidad de abordarla. Si bien hubo un tiempo en que entre ambos solo parecía existir incomodidad y vergüenza, poco a poco las cosas fueron mejorando.
También recuerdo la noche en que pasó. Nadie lo esperó, pero sé que de alguna forma intuyeron que iba a suceder. Algo bueno, quiero decir. Hubo una fiesta para despedir a Peyre Vidal, pues él había recibido una invitación desde Aquitania y no podía tardar. Por primera vez en mucho tiempo, Bruna demoró en arreglarse. Nos dijo que quería verse hermosa, y sabíamos que no era por el trovador. Era por el señor Guillaume, quería que no despegara los ojos de ella.
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Editado: 08.09.2022