Capítulo 42: Promesa

Mujer, tu bondad y tu ira, a la par,

me dieron alegría en muchas ocasiones.

¿A mi espíritu quieres consolar?

Acaba de una vez con mis lamentaciones.

Con una palabra me salvarías:

tendré otra vez confianza el resto de mis días (1)

No se sentía con valor para volver a dar la cara en esa fiesta. Lo lamentaba mucho por Peyre, pero de verdad prefería quedarse en su alcoba, ya hablaría con el trovador al amanecer. Una vez pasado el alboroto se despidió de Guillaume y Arnald, no podía dejar que se quedaran con ella a esas horas, con tanta gente rondando por el castillo. Claro que le hubiera gustado que el caballero pasara más tiempo a su lado, pero esa noche iba a tener que contener sus ansias. Cosa imposible, pues solo imaginar que pronto estarían más próximos que nunca antes la llenaba de emoción. No podría dormir esa noche.

Una vez a solas con sus doncellas, le pidió a Mireille que la ayudara a desvestirse. A pesar de su felicidad sabía que había cierta tensión entre ambas, incluso con Valentine. No se atrevían a preguntarle, pero ellas ya lo sabían. Al mirar a Mireille, Bruna sintió culpa. No fue capaz de confiar en ella, de hecho apenas lo hizo con Peyre. Solo dos veces habían hablado de forma directa sobre lo que era, siempre todo se manejó por mensajes. ¿Fue vergüenza? Tal vez, nunca esperó llegar tan lejos.

Cuando empezó esa aventura de ser Rosatesse no imaginó que sus composiciones se harían tan famosas, que recibiría tantos halagos. Siempre fue capaz de tratar su identidad secreta como una persona aparte, pues para ella "Rosatesse" no era la misma Bruna de Béziers. No, Rosatesse era la compositora, pero Peyre era el de la música y el que las cantaba. De alguna forma, para ella, Rosatesse era una trobairitz inventada por Peyre y ella. Por eso fue capaz de emocionarse con cada nueva canción, pues en realidad nunca sabía qué melodía iba a ponerle Peyre, o cuando iba a revelar algo nuevo.

Se le fue de las manos, cierto. Cuando se dio cuenta la música de Rosatesse era tan famosa que no se vio capaz de dar la cara o siquiera insinuarlo. Tuvo miedo de que la juzgaran, que al enterarse de la verdad la magia se rompiera y empezaran a mirarla con otros ojos. Peor, que todos se enteraran de que hubo un hombre que la amó y la abandonó. "Ya está hecho", se dijo al tiempo que se sentaba al borde de su cama y observaba a sus doncellas. Estas le devolvieron la mirada con curiosidad, esperaban que hablara. Sí, merecían una explicación, ya era muy tarde para callar.

—Mireille... Valentine —dijo al fin, apenas le salió la voz—. Lo siento tanto, no quería que lo supieran de esa manera. La verdad es que no quise que nadie se entere.

—No tiene que pedirnos disculpas, mi señora —contestó Mireille en voz baja—. No soy nadie para exigirlas.

—No hables así. ¡Claro que tienes derecho! Compartimos muchas cosas juntas, tú sabes tanto de mí. No eres solo mi doncella, eres mi amiga. Y no he sido buena contigo, hace mucho que parezco la sombra de la Bruna de Béziers.

—Es normal eso —respondió Mireille con timidez—. Sois señora ahora, no podéis hablarle a una doncella como una amiga, no está bien...

—Pero lo eres —le dijo, y se puso de pie—. Eres mi amiga, y te aprecio. Y tú, Valentine. Puede que no me conozcas lo suficiente, pero siempre estás en mis oraciones. No sé qué sería de mí sin tu ayuda, tú y Miriam me han salvado varias veces.

—Señora, no estamos ofendidas. Al menos yo no lo estoy —replicó Valentine—. Tenéis vuestras razones, son vuestros secretos después de todo. Solo quiero saberlo, por favor, decidlo. ¿De verdad sois Rosatesse?

—Peyre Vidal es el de la música, pero... —Oh, era una historia muy larga que nació en medio del secretismo absoluto. Tampoco sabía explicar ese pensamiento de que Rosatesse en realidad era una trobairitz construida entre dos personas, era algo íntimo que jamás había expresado. Así que solo dijo lo que era cierto, y lo más fácil de explicar—. Sí, lo soy.

Apenas dijo eso, las doncellas estallaron en un grito de emoción. Fue contagioso, cuando se dio cuenta ella también estaba temblando, y de felicidad. Las muchachas hasta se pusieron de pie y se tomaron las manos entre ellas. Mireille fue la primera en dar un salto, Valentine la imitó. En ese momento quiso llorar, no imaginó que la revelación de su secreto sería así. Pensó que la juzgarían, que todo cambiaría para siempre. Pero Guillaume se lo tomó tan bien que no podía creerlo, incluso ellas estaban eufóricas. Era increíble ver que al fin algo le salía bien en la vida, que al fin tendría un poco de felicidad.

—¿Cómo hacéis para enviar las letras? —preguntó Valentine—. ¿Cómo las componéis?

—¿Peyre Vidal os consulta antes sobre la melodía? —añadió Mireille—. ¿Cómo se siente ser Rosatesse?

—Ehhh... muchas preguntas a la vez —dijo algo nerviosa. Tenía las mejillas rojas, ni siquiera sabía por dónde empezar. Era una mezcla de vergüenza, o timidez, con cierto orgullo que no podía evitar. Nunca pensó en cómo responder esas preguntas, pues en realidad la idea fue que eso jamás saliera a la luz.

—Pero nosotras no tenemos sueño... —murmuró Mireille—. Si queréis contarnos hoy, claro...

—Si, sí. Está bien. De todas maneras no podré dormir pronto. Solo deben prometerme que jamás se lo dirán a nadie, ¿si? Bajo ningún concepto.