La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 56: Assaig

A mi caballero quisiera

tenerlo una noche, desnudo, en mis brazos

y que se diera por feliz

con que yo hiciese de almohada;

...pues estoy más enamorada

que Floris por Blancaflor:

le otorgo mi corazón y mi amor,

mi juicio, mis ojos y mi vida (1)

 

¿Cómo llegó a esa decisión? Ya no lo sabía. Aún tenía tiempo de arrepentirse, pero no quería. Bruna estaba decidida a probarse algo, y con lo terca que siempre fue, no iba a dar marcha atrás.

Era verdad que pasó varios días pensando en el assaig, que llamaban también "la prueba de fuego". Sabía que de alguna forma fue escogida por Dios para portar una reliquia, y quizá debería mostrar un comportamiento ejemplar, no rendirse a sus deseos. Esos arrebatos inquietantes que empezaron a ocupar su mente eran propios de diablo, no de alguien que debería intentar acercarse a la santidad.

Pero, ¿y si estaba equivocada? ¿Y no fue escogida para nada? ¿Si solo era lo que creían? Se suponía que mamá también fue elegida, y murió por una larga y dolorosa enfermedad, ¿castigo divino? ¿O fue una persona más como cualquiera? Esas preguntas la llenaban de angustia, y lo único que tenía claro era que quería estar a solas con Guillaume. A solas de verdad, en un assaig. Necesitaba probar hasta donde era capaz de resistir.

Pudo arrepentirse a último momento, pero decidió dejar que pasara. Si Dios quería detener esa locura, rogó, que le diera una señal. La que sea, ella obedecería. Pero sucedió al contrario, todo parecía favorable. Guillenma decidió acompañar a Peyre Roger a Queribus para visitar a su familia, y Orbia iba a pasar la noche afuera, en casa de una de las damas que siempre le hacía compañía y que estaba de cumpleaños. Estarían solos en el castillo, sin nada interponiéndose.

Las únicas que estaban enteradas de lo que iba a pasar eran sus doncellas. Valentine parecía muy entusiasmada. A pesar de ser seguidora de las creencias de los albigenses, su doncella se tomaba muy a la ligera esos temas. Sabía, porque ella misma se lo contó, que para los albigenses las mujeres y los hombres eran iguales. Nadie debería tener más derechos que el otro, y si la mujer quería retozar alegre con su ser amado, el hombre no tenía razón para juzgarla. A Bruna le escandalizaba ese pensamiento pecaminoso, ¿cómo podían ser iguales a los hombres? ¡Había tantas cosas distintas entre ellos! Jamás serían iguales, no podía imaginar un mundo así.

Por su lado, Mireille era la más cautelosa. Mientras que Valentine le preparó un baño y peinó sus cabellos, su joven doncella preguntó varias veces "¿Estáis segura, señora?" para hacerla dudar. Sabía que Mireille solo quería protegerla, y eso estaba bien. Pero no iba a responder a las preguntas, ya había decidido seguir con los planes.

Esa noche ni siquiera cenó, pensó que se le iba a revolver el estómago de puros nervios. Valentine encendió las velas, cambió la ropa de cama y la dejó dispuesta. Incluso colocó flores. Ella y Mireille prometieron vigilar para que nadie escuchara. Bruna llevaba puesta una capa que le cubría el cuerpo, pero bajo esta se encontraba desnuda. Eso no la hacía sentir muy cómoda, y solo pensar que él la vería así estuvo a punto de hacerla flaquear en su decisión.

Cuando la puerta sonó se puso de pie de inmediato. El momento llegó. Mireille salió a abrir, y Bruna escuchó los susurros. Las doncellas se escabulleron, y cerraron la puerta. Estaban a solas. Detrás de los tapices se encontraba un Guillaume ocultando su desnudez, algo que ella pronto vería. Una idea que le hizo sonreír de lado, en medio de sus nervios.

Sintió el corazón galopando con fuerza en su pecho cuando escuchó sus pasos acercarse, y luego lo vio entrar en la habitación. Bruna bajó la mirada, tenía las mejillas sonrojadas. Guillaume seguía acercándose, y cuando estuvo frente a ella la tomó de las manos y dejó un beso en ambas. Ese simple gesto, tan tierno y encantador, logró relajarla un poco. Eso no tenía que ser malo y apresurado. Confiaba en él, sabía que nunca le haría daño.

—¿Estás lista? —le preguntó el caballero con voz calmada y suave. Bruna suspiró hondo, ni siquiera le salía la voz.

—Supongo que sí —contestó mostrando una sonrisita—. Estoy lista.

Guillaume la condujo de la mano hasta llegar frente a la cama. El olor de las flores era exquisito, eso sumado a la tenue luz de la habitación, y la cama sin tender que los esperaba para albergar sus cuerpos le daba un aire de sensualidad a todo. Siguiendo con los pasos del assaig, se pararon frente a frente delante de la cama. Era el momento de desnudarse. Pero ninguno parecía dispuesto a dar el primer paso.

—Las damas primero —dijo Guillaume mirándola con una sonrisa. Ella rio de pronto, quizá de nervios o quizá porque se sentía un poco más relajada. Ya ni sabía.

—¿Por qué tiene que ser así siempre?

—Porque es así, y yo respeto mucho a las damas. Así que, Bruna, eres la primera. Tranquila, cariño, todo saldrá bien —añadió, y le guiñó un ojo.

—No quiero ser la primera —dijo ella manteniendo la sonrisa—. Eres mi caballero y juraste obedecerme también. Así que quiero que nos saltemos el "las damas primero" y seas tú el que se desnude ahora.




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