Dios bendecido,
que no hizo reo
de sus pecados al centurión ciego,
deje, si quiere, que ella y yo yazcamos
allí en el aposento que indiquemos;
cita feliz, y cuando sin dejar
de besar y reír muestre su cuerpo bello,
yo pueda contemplarlo a la luz del candil (1)
Guillaume cabalgaba de regreso a Cabaret junto a Arnald. El caballero supuso que su joven paje iba a entristecerse por volver a su labor y dejar atrás Béziers, pero el chico parecía satisfecho y agradecido con tofo. Arnald estaba feliz, nunca lo había visto tan sonriente.
Recordaba esos lejanos días en París cuando recién lo conoció, un jovencito insolente e imitando de forma exagerada los ideales de lo que debía ser un caballero a su parecer, hasta pensó que era una copia mal hecha de Trencavel, y se lo decía para ofenderlo. Recordaba las bromas que le hacía junto con Amaury, pero más recordaba cómo hablaba de su amada villa. Le alegrada haberle dado la felicidad de volver a ver ese lugar y de juntarse con su familia. A pesar de todo el chico siempre estuvo a su lado, le aconsejó bien y nunca lo abandonó. En ese momento Arnald parecía un poco cansado, pero sabía que era feliz.
Quizá él también debería estarlo. La visita a Moix le salió mejor de lo esperado. Quedó en buenos términos con Froilán de Lanusse, y además este le facilitó la información que necesitaba para contactar a los miembros de la orden que existían. Todo era bueno porque al fin ejercería sin problemas y sin traba alguna su papel como gran maestre. Por un tiempo pensó que iba a decepcionar a su padre, pero ya estaba en el rumbo que este quiso para él. Guillaume se dijo que ni bien llegara a Saissac iría a visitar la tumba de Bernard, y hablaría de lo sucedido. No tenía idea si su padre lo escuchaba donde quiera que estuviera, pero sentía una necesidad imperiosa de hablar con él, de contarle todo a pesar de no obtener respuestas.
Había muchas cosas que resolver a partir de ese momento. Tenía que organizarse para ir a visitar a algunos de los miembros más importantes de la orden, enviar cartas para pedir informes, entre otras cosas. También debería emprender un largo viaje hasta las tierras del rey Pedro de Aragón. Pensó si quizá no sería mucho atrevimiento enviarle una misiva como gran maestre del Grial pidiéndole que fuera hacia las tierras de Mataplana para un encuentro. Ambos eran algo así como "colegas", estaban en el mismo rango. Pero él seguía siendo un rey después de todo.
Decidió iniciar su primera visita oficial como gran maestre dirigiéndose a Béziers. Al fin conoció la tierra de su amada Bruna, y quizá al ver como el sol se reflejaba en sus paredes, al escuchar el rumor del río y al cruzar el antiguo puente romano entendió por qué Bruna añoraba tanto esas tierras. Cabaret tenía su encanto, pero Béziers gozaba de una belleza singular que lo fascinó. Le hubiera gustado llegar cabalgando al lado de su amada, pero fue a la villa por un asunto más serio.
El padre de Bruna le cayó de las mil maravillas, parecía ser un hombre con mucha experiencia, centrado, cauteloso y fiel. Sí, también se arrodilló, besó su anillo y le juró fidelidad a él y a la orden. A Guillaume no le gustaba eso, se sentía incómodo cuando alguien lo hacía. A su parecer eran personas que tenían más rango, autoridad y sabiduría que él. ¿Qué hizo para merecer una mejor posición que obligara a otro a ponerse de rodillas? No debería ser necesario.
En cierto modo, Bernard de Béziers se parecía a su padre, y no solo por el nombre. Además, tenía mucho en común con Peyre Roger. También fue escogido para ser esposo de la dama del Grial, y padre de la siguiente dama.
Padre. Se suponía que Bruna debía de tener una hija también, ¿cierto? ¿Y si tenía un hijo? ¿Acaso iba a verse obligada a tener hijos hasta que naciera una niña? El senescal le comentó que él y Marquesia tuvieron varios hijos e hijas que murieron a corta edad, que Bruna de hecho tuvo suerte de mantenerse con vida toda la niñez.
Para el padre de Bruna ese asunto parecía ser importante, y quizá él debería considerarlo. Bruna debía de tener una hija algún día y el padre tenía que ser Peyre Roger, ¿verdad? Aunque dudaba que sea necesario. Él mismo podría serlo, nadie tendría que enterarse.
Tener hijos con Bruna. Por un instante la idea se le antojó hasta maravillosa. Tener un hijo de la mujer que tanto amaba sería sin dudas increíble. Un hijo de ambos, un bebé que llevase su sangre, en el que pueda ver reflejado muchas cosas de él, y la belleza de ella.
Descartó la idea pronto. Bruna era una mujer casada, y como tal debía de tener hijos con su esposo. Y aunque el hijo no fuera de Peyre Roger, este lo criaría como tal. Un hijo que vería a otro como su padre, que quizá hasta lo odie. No le gustaba mucho esa idea. Durante su permanencia en Béziers decidió alejar de su cabeza la idea de Bruna embarazada, o en el hecho de que quizá pronto la orden le exija tener una niña para que sea su sucesora como dama del Grial.
Los días en Béziers fueron agradables, Bernard le explicaba de sus labores como miembro de la orden y le informaba de algunos asuntos. Le sugirió que, ya que se encontraba cerca, fuera a Montpellier a visitar a Sybille. Pero por alguna razón la idea de ver a una profetisa le causó rechazo, por no decir pavor. Descartó la idea de inmediato, señaló que estaba de paso y que debía de volver lo antes posible a Cabaret para seguir hasta Saissac.
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Editado: 08.09.2022