La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 60: Noticias

No falté por negligencia;

conservo pues la ilusión

de que el mal mude a favor

porque el bien tan bien comienza (1)

 

Guillenma pasó un día entero meditando cómo iba a revelar aquella información. Tenía que decírselo, sería peor si no actuaban pronto. Solo que no imaginó que las cosas llegarían a ese punto. No la creyó capaz.

No la reprochaba, pues la dama entendía bien lo que era el amor y dejarse envolver por la pasión sin importar otra cosa. Pero Bruna no era así, o al menos no lo fue hasta que se enamoró de verdad, y todas las ataduras que antes la atormentaron dejaron de importarle. Tenía que hacer algo, no podía dejar las cosas al azar. No en ese momento tan delicado para la orden, no cuando había profecías que tenían que cumplirse a toda costa. La dama tenía claro que aquello era más que un asunto doméstico, y Peyre Roger debería pensar lo mismo. Pero era un caballero después de todo, uno que estaba por enterarse de que era un cornudo, y que fue traicionado bajo su techo. No esperaba que lo tomara con calma.

—¿Y bien, Guillenma? ¿Qué es lo que querías contarme? —le dijo. Apenas habían regresado esa mañana del viaje desde Queribus, y lo primero que hizo Valentine fue contarle lo que pasaba con la señora del castillo. Peyre estaba cansado, y con algo de vino, logró relajarlo. Así al menos no tomaría tan mal la noticia.

—Bruna está embarazada —contestó. Peyre Roger se enderezó, se quedó pasmado un momento antes de hablar.

—No puede ser cierto. Me hubiera dado cuenta, la última vez que fui a verla... —se calló. Por supuesto, a esas alturas ya debería saberlo. El señor frunció el ceño, y la miró conteniendo su furia—. Acaso ella...

—Si está embarazada y no has sido tú, es obvio que fue Guillaume —respondió sin rodeos.

—Eso es... ¡Es una traición! Yo soy su esposo, ella no... ¡No creí que fuera capaz! —exclamó. Al hablar, golpeó fuerte la mesa. El vino por poco cae al piso, pero las copas no tuvieron la misma suerte.

—Calma, Peyre —pidió ella, y posó una mano sobre la suya—. Intentaron pasar la prueba del assaig, y no funcionó. Así como tú y yo tampoco lo hemos hecho durante estos años. Nos amamos, ellos también. ¿O acaso piensas que tú si puedes hacerlo y ella no?

—Es mi esposa, no estamos hablando de lo mismo. 

—No la amas, no debería importarte —insistió ella, tenía que lograr que se calmara.

—Todos sabrán que ese hijo no es mío, será obvio que se embarace justo después de mi partida, la gente no es tonta.

—Sí, se darán cuenta. Empezarán a hablar, eso lo sabemos.

—¿Acaso ella pensaba engañarme? ¿Mentirme diciendo que es hijo mío? —Peyre Roger se puso de pie, caminaba furioso de un lado a otro, incluso pateó una mesilla y dejó caer todo al suelo—. ¿Qué sabes de eso? ¡Habla ya!

—No, Peyre, no va a engañarte. Hasta donde sé, Guillaume espera solucionar el asunto contigo. Es el gran maestre después de todo, y tú hiciste un juramento.

—Proteger al Grial y a la dama del Grial. No juré hacerme cargo del hijo bastardo de mi mujer, esto es intolerable.

—Vamos a encontrar una manera de solucionarlo —dijo con cautela. Ella ya tenía un plan en mente, por más duro que fuera.

—Ese niño no va a nacer, y es el fin de la discusión —respondió él con firmeza. Lo conocía bien, y sabía que nada iba a hacerlo cambiar de opinión.

—Lo sé, Peyre. Esa criatura no nacerá. —El caballero la miró de lado con cierta sorpresa. Tal vez esperó que se opusiera, que le dijera que habría otra manera de manejarlo. Pero no sería así, pues Guillenma había memorizado cada una de las profecías de la madre del gran maestre. No tenían otra opción.

—¿Qué has pensado? —preguntó el hombre con interés.

—Hay maneras, querido. Las mujeres sabemos de esas cosas. Existen yerbas que harán que el embarazo se acabe.

—Así que vamos a hacer que aborte.

—Es la única opción que nos queda. Bruna debe creer que ha sido espontáneo, será mejor para todos. Ni siquiera Guillaume debe saber lo que estamos haciendo, seré muy discreta.

—Si me aseguras que ese embarazo acabará pronto, entonces confiaré en ti. Ahora, esos dos...

—Déjalos, Peyre, ¿vas a intentar separarlos acaso? No puedes impedirles que estén juntos y lo sabes. Nosotros también lo hacemos, no veo cuál es el problema.

—Es diferente, Guillenma —expresó con molestia.

—Olvídalo, Peyre, es mejor. Ya les haremos suficiente daño matando a su hijo, ¿qué más quieres de ellos?

—¿Y crees que voy a seguir tolerando la traición? ¿Qué tengo que ignorar como me ponen el cuerno?

—Bruna lo ha tolerado todo este tiempo.

—¡No es lo mismo, Guillenma! ¿Puedes dejar de repetirlo? Ella es mi mujer.

—¿Y acaso yo no lo soy también? ¿Qué soy en realidad para ti, Peyre?

—Nosotros nos amamos.

—Ellos también.




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