No veo que pueda tener bien, ni consuelo ni gozo,
cuando estoy separado de ella,
pues nunca hice nada tan a mi pesar como dejaros,
si no os vuelvo a ver.
Por ello estoy muy triste y afligido.
Muchas veces me arrepentiré,
cuando evoco vuestras dulces palabras,
de haber querido emprender este viaje (1)
Marzo de 1209
El clima había mejorado. Nada de nieve, la brisa era fresca, y pronto volvería el verde de los prados. Cuando llegara la primavera, pensó Guillaume, cumpliría un año en Provenza. Y un año de conocer a Bruna también.
Y era justo por anhelarla que iba camino a Cabaret. Arnald lo seguía de cerca, junto con los otros hombres de su reducido séquito. Le gustaba andar solo, pero después de vivir un par de asaltos en la ruta, entendió que era mejor tomar precauciones. En especial cuando el invierno apenas estaba cediendo, y los proscritos y otra gentuza muerta de hambre andaban al acecho. ¿Pero quién tiene tiempo para reflexionar sobre la seguridad en el camino, cuando al llegar le esperaba el placer? O tal vez no, tal vez Peyre Roger andaba por allí.
Aunque el marido estuviera presente, había otras formas de ser feliz a su lado. Su simple compañía, sus besos furtivos, sus conversaciones, o solo verla reír. Todo era más que suficiente para él, y no había forma de describir lo mucho que deseaba llegar a Bruna. Apenas un par de semanas de no verla, y eso lo estaba sacando de quicio. "¿Es que tanto la necesitas? ¿Casi tanto como respirar?", se dijo. Y ya sabía la respuesta, cosa que tal vez debería asustarle. Pero le encantaba.
Una vez más, como tantas veces, divisaron Lastours. Y los primeros guardias les salieron al encuentro para cederles el paso. Guillaume esperaba que su visita esta vez fuera un poco más larga, pues tenía pensado planificar encuentros y entrevistas con otros caballeros de la orden desde Cabaret. Usaría la excusa de pasar el tiempo honrando a su dama para dedicarse a asuntos del Grial... ¿O era al revés, y estaba usando a la orden como excusa para quedarse con Bruna?
"¿Qué más da? El orden de los factores no altera el producto, o algo así dijo Pitágoras", pensó, y rio de su propio chiste mientras los demás lo miraban extrañados.
Sería bien recibido, como siempre. Arnald, quien ya sabía de memoria cuál era su deber, se adelantó y fue de inmediato a avisar a las doncellas de Bruna de su presencia. Así que, para no parecer tan ansioso, caminó con calma y se aseó un poco. En esas estaba, cuando reconoció una figura familiar. Dando órdenes como si fuera la señora, o tal vez eran otro tipo de instrucciones. La dama se giró al sentirse observada, y pronto notó su presencia.
No habían tenido mucho contacto en esos meses, cosa que lo hizo sentir repentinamente culpable. Guillenma fue la primera en revelarse ante él como miembro de la orden, y se encargó de instruirlo en los misterios también. Fue un ingrato al no hablar con ella, y no solo se refería a asuntos del Grial. Quizá nunca fue el hombre más atento del mundo, pero algo le dijo que las cosas no estaban muy bien del todo.
Cuando despidió a la doncella se quedó ahí parada, pensativa. Se atrevía a decir que hasta triste. Y la tristeza no era una postura que conociera de la dama Guillenma de Barvaira. Algo pasaba, algo grave. Y esperaba que no tuviera que ver con el Grial. Entonces se acercó a ella para saludarla, y la dama apenas correspondió.
—¿Sucede algo, Guillenma? —preguntó con preocupación luego de las formalidades—. La noto extraña el día de hoy. ¿Acaso Peyre Roger se encuentra ausente?
—No, mi señor, no es nada de eso. Ojalá fuera tan simple...
—Entonces, ¿qué es? Si se puede saber... —dijo, temiendo haber sido indiscreto. No quería que la dama le contara sus intimidades, y tampoco sabría qué cara poner si Guillenma empezaba a hablar de algún asunto privado.
—Oh, señor, ¿es que aún no lo ha escuchado? —Se le quebró la voz. Parecía que la dama estuviera conteniendo el llanto. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas que se apresuró a secar con discreción.
—Guillenma, ¿qué sucede? —La tomó de los hombros con suavidad. Quizá no era propio hacer eso, pero en verdad se estaba preocupando.
—Es el principio del fin, ha comenzado ya.
—¿Qué pasó? —preguntó más serio. Sabía que hablaba del Grial o de la profecía, no podía ser de otra cosa.
—Han excomulgado al conde de Tolosa —dijo para sorpresa de Guillaume.
Él sabía que eso iba a pasar, incluso envió misivas a todos los caballeros de la orden diciendo que estuvieran atentos. Desde que la noticia del asesinato de Peyre de Castelnou en enero de ese año se hizo conocida, y además aseguraron que el responsable era el conde de Tolosa, Guillaume supo que las cosas iban a ir muy mal. Y sí, al fin se había cumplido. Con el de Tolosa fuera de la Iglesia Católica, todo se complicaría.
—Rayos... —dijo, tratando de asimilar la idea.
Aunque la orden había aislado a ese hombre, nunca se sabía que era lo que podía hacer. Froilán y los demás aseguraban que de alguna forma Raimon de Tolosa les cubría las espaldas con los legados papales. Pero con la excomunión era distinto. Había otras cosas en juego, algo que ni el conde más honrado querría perder: Sus tierras y poder.
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Editado: 06.08.2024