Me negué rotundamente a despertar. Escuchaba mi alarma sonar, pero me negaba a abrir mis ojos. Quizá si hacía algo diferente hoy, algo cambiaría. Valía la pena intentarlo, o eso supuse.
7:01 a.m.
Escuché mi alarma sonar más fuerte, de una forma que sobrepasaba lo irritante. Sentía que mis tímpanos se romperían. Fue tanta la agonía que me cubrí los oídos, pero me negué a abrir los ojos.
Pero el ruido del despertador se volvió aún más frustrante. Fue doloroso; los oídos comenzaron a dolerme de una manera que creí que sangrarían. Mientras más me esforzaba por cerrar los ojos, más fuerte sonaba la alarma. Mi cuerpo no podía soportarlo; mis tímpanos ardían, y abrí los ojos de golpe. El ruido cesó, pero el dolor seguía en mis oídos. El ruido se esfumó al instante en que abrí los ojos, y eso me hizo pensar con curiosidad. Miré la alarma, pero no encontré ninguna. De hecho, estaba en una habitación que no reconocía, hecha de ladrillos, con plantas por doquier. Y si tuviera que asociar el ambiente con algo conocido, lo más cercano sería… antiguo.
Me levanté tensa, buscando algo con qué defenderme. No estaba segura con qué me encontraría ahora. Tenía miedo; mi cuerpo temblaba mientras buscaba algo con lo que defenderme, y encontré una vara de metal. La sostuve cuando la puerta se abrió. Apunté, esperando ver a otra copia de mi madre… Pero a quien vi me dejó aún más helada.
Erynn.
El chico vestía con un traje blanco, estaba descalzo y me miraba con absoluta curiosidad. Por su atuendo, me recordaba a una de las antiguas personas de la Antigua Grecia. Sin embargo, lo que más le atribuyó fue el oro que estaba usando. Sus ojos negros me observaban con algo entre curiosidad y furia.
Le apunté con la vara de metal, pero de pronto fui consciente de mí misma y me miré el cuerpo. Yo también estaba usando una túnica blanca y tenía un cinturón atado a la cintura. Miré a Erynn confusa y completamente asustada.
—¿Qué está pasando? ¿Qué haces aquí? —pregunté con cautela, con miedo subyacente en mi subconsciente—. ¿Por qué estamos usando esto?... ¡Responde, maldición!
Estaba aterrada. No había más palabras para explicar lo que comenzaba a sentir: absoluto miedo. No sabía qué estaba pasando, solo sabía que este lugar no era mi casa ni mi línea temporal siquiera.
—Estamos en Grecia. —La voz de Erynn sonó frívola y serena, pero en sus ojos pude notar un fragmento de duda antes de que desapareciera, reemplazado por la ira—. ¿Quién fue?
Lo observé mientras se sacudía los mechones de cabello con frustración, como si estuviera intentando calmarse.
—¿Quién fue qué? —pregunté, aun apuntándole con la vara de metal.
—El que te asesinó. —dijo sin rodeos, completamente furioso ahora—. Es evidente que no fui yo. ¿Creí haberte dicho que tu vida es mía? Solo yo puedo asesinarte, Lila. ¿Quién se atrevió a desafiarme? ¿Quién?
Su tono fue más duro y frío que cualquier cosa que jamás hubiera visto. Erynn voló sobre el aire, y su cola se retorció detrás de sí. Su rostro se acercó peligrosamente al mío, buscando ser amenazante.
—¿Quién? —preguntó con un gruñido que daría miedo a cualquiera—. ¿Quién es el maldito causante de que la línea temporal se haya deshecho? ¡¿Quién?!
Su aliento estaba en mi cara, y lo aparté de un empujón. Intenté recordar… Ver el rostro, pero solo pude apuntarle a Erynn con la vara de metal.
—No te acerques, maldita sea. —dije con severidad y frialdad, pensando un momento—. Realmente no lo sé. Me atacaron por detrás y…
Erynn se echó a reír histéricamente, alborotándose el cabello con frustración. Pude ver cómo miraba a la nada por unos momentos. Yo no había bajado la guardia, pero no me atrevía a hacerle nada porque estaba confundida. Quería saber dónde estábamos y por qué. ¿Cómo diablos terminamos en Grecia?
Erynn dio un largo suspiro furioso y un bufido de puro estrés antes de mirarme.
—Por tu “jueguito” con quien sabe quién, nuestra línea temporal se ha deshecho. —dijo con absoluta frustración—. Solo yo puedo matarte, solo yo podía matarte, pero no lo entendiste, ¿cierto? Ahora estamos en un bucle aún peor. No sabemos dónde o qué nos vamos a encontrar cuando abramos los ojos mañana, idiota. Hoy estamos en Grecia; mañana puede ser en una maldita guerra. ¿Entiendes lo que tu descuido nos hizo?
Lo miré con los ojos abiertos por la sorpresa. No podía entender… No entendía a qué se refería con “no sabemos lo que encontraremos cuando abramos los ojos mañana”.
Pero al observar el lugar comencé a tensarme, aunque miré a Erynn con total furia.
—¿No lo sabes? Bienvenido. Desde que desperté en este puto bucle, yo no he sabido qué encontraría cuando despertara cada maldita mañana. Solo me preguntaba: “Oye, ¿de qué forma moriré hoy?”. ¿Crees que eso es saber qué mierda voy a encontrar cuando abra los ojos? —pregunté, cada palabra cargada de sarcasmo e ira, apuntándole al cuello con la vara de metal—. ¿Y todavía te atreves a culparme a mí? Cuando lo único que has hecho es confundirme más, ¿es mi culpa acaso que me hayan asesinado? ¡Malas noticias, imbécil, no es mi maldita culpa, porque nada de esto tiene ningún sentido!
Con eso, le di un golpe fuerte en el abdomen con la vara de metal. Exhalaba con fuerza, agitada por la intensidad de mi furia, y miré con total odio al tipo frente a mí. Erynn solamente pudo mirarme con una expresión indescifrable, furia de vuelta. Tomó mi mano y la dobló de una manera que me hizo jadear de dolor. Erynn me observó con puro enojo; estaba a punto de decir algo cuando un grito resonó por los pasillos.
—¡Corran! ¡¿En dónde?! ¡¿Por dónde?! ¡Huyan, es Odiseo! —Una voz masculina se oyó desesperada y al instante fue reemplazada por gritos de agonía que venían del salón.
Al instante nos tensamos. ¿Odiseo? Entonces caí en cuenta de dónde estábamos, y me tensé: en Ítaca, en el palacio donde ahora mismo estaba sucediendo una matanza en la recepción. Ambos nos miramos con total terror, pues Odiseo en esta historia no se tentaría el corazón al matarnos.
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Editado: 15.04.2025