La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 3: El Encuentro Inesperado

Azrael se encontraba en un callejón oscuro, observando cómo la gente se apresuraba a pasar sin siquiera notar su presencia. Había algo peculiar en este lugar: la ciudad parecía un reflejo distorsionado de la perfección que había conocido en el Cielo. Aquí, la vida era cruda, llena de luces y sombras que luchaban constantemente por sobresalir.

Sus pasos lo habían llevado nuevamente a la plaza del parque, donde había visto a Isabella por primera vez. Aunque no la conocía, había algo en ella que lo atraía, como si su alma tuviera un lazo invisible con la suya. Sin embargo, él no podía dar ese paso, no podía acercarse sin quebrantar las leyes divinas que lo mantenían en su misión. Los humanos, sus vidas efímeras, eran solo una parte del paisaje que debía observar, no tocar.

A lo lejos, Isabella apareció nuevamente, esta vez con un café en mano y su mirada perdida en el horizonte. Había algo en su expresión que la hacía parecer aún más distante de lo que él había percibido antes. Azrael observó cómo sus labios se curvaban ligeramente en una sonrisa, una sonrisa triste que revelaba más de lo que ella pensaba.

¿Por qué me atrae tanto? pensó Azrael, sintiendo el tirón de su propio corazón, aunque no comprendiera aún lo que eso significaba.

Caminó hacia el banco en el que ella estaba sentada, dispuesto a observarla una vez más. No quería acercarse más de lo necesario, no quería romper las reglas. Sin embargo, su presencia parecía llenar el aire de una tensión que Azrael no podía ignorar. Y entonces, ella lo miró, de nuevo. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, todo el ruido del mundo desapareció.

Isabella no dijo nada, solo lo observó con una expresión que no podía descifrar. Azrael se sintió vulnerable bajo su mirada. Era como si ella pudiera ver algo en él que los demás no podían. Algo profundo, algo que ni él mismo entendía.

—¿Te importa si me siento? —preguntó ella, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos. Su voz era suave, pero había una firmeza en ella, como si ya hubiera tomado la decisión de enfrentar lo que fuera que estaba sucediendo.

Azrael asintió, sin poder evitar una leve sonrisa que se dibujó en sus labios. Un gesto que, a pesar de todo su entrenamiento celestial, sentía completamente ajeno a él. La mujer se sentó junto a él, sin vacilar, como si este encuentro fuera algo inevitable, como si sus destinos estuvieran entrelazados de una manera que ninguno de los dos comprendía aún.

Ambos se quedaron en silencio durante unos momentos, el sonido de las hojas secas moviéndose con el viento llenando el espacio. Azrael no sabía qué hacer ni qué decir. No estaba acostumbrado a este tipo de interacción humana. Las conversaciones en el Cielo siempre eran directas, lógicas, sin lugar para la incertidumbre o el misterio.

—¿Es tu primera vez en la ciudad? —preguntó Isabella, rompiendo la quietud.

Azrael dudó antes de responder. ¿Cómo podría explicarle su presencia aquí, sin revelar quién era realmente? No podía. Pero al mismo tiempo, había algo en la pregunta que lo hizo sentirse… normal. Como si, en ese momento, fuera solo una persona más, sin las expectativas divinas que siempre lo acompañaban.

—Sí, algo así —respondió, sin dar más detalles. La respuesta era vaga, pero también era la verdad, aunque no completa.

Isabella lo miró nuevamente, y por un momento, Azrael pensó que podía leer algo en sus ojos, algo que le decía que ella también sabía que había algo diferente en él. Sin embargo, no dijo nada más al respecto.

—A veces siento que todo lo que hago es para llenar un vacío que no sé cómo explicar —murmuró Isabella, mirando al frente, casi como si hablara consigo misma. Su voz estaba llena de una tristeza sutil que Azrael no había notado antes.

El ángel se quedó en silencio, el corazón latiendo más fuerte que nunca. ¿Era ella tan diferente a los demás? ¿O quizás él estaba empezando a ver algo que otros no podían ver?

No respondió a sus palabras, pero su mente se agitó con preguntas. ¿Por qué no puedo ignorarla? pensó. ¿Por qué siento que su dolor es también el mío?

Isabella se levantó del banco, y Azrael la siguió con la mirada. Aunque no lo quería admitir, sentía una necesidad creciente de acercarse más a ella, de entenderla, de ofrecerle algún tipo de consuelo. Pero eso significaba romper las reglas, algo que no podía permitirse.

—Nos vemos pronto, ¿verdad? —preguntó ella, deteniéndose por un momento, como si ya estuviera anticipando su partida.

Azrael asintió sin palabras, y ella se alejó con una ligera sonrisa que le dejó una sensación agridulce en el pecho.

Cuando desapareció entre la multitud, Azrael se quedó allí, inmóvil, pensando en lo que acababa de suceder. Había algo en ella, algo que lo hacía sentir… débil. Y esa debilidad era la que más temía.




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