Azrael no había dejado de pensar en Isabella desde su encuentro en el parque. Cada vez que cerraba los ojos, su rostro se aparecía ante él, como una imagen que se desvanecía y regresaba con más fuerza. Había algo en ella que lo desconcertaba, algo que desafiaba todo lo que él conocía de los humanos.
Sus deberes seguían intactos. Observar a la humanidad y evaluar su bondad o maldad era su misión. No había espacio para las emociones, ni para los deseos. Sin embargo, en su corazón algo comenzó a despertar, algo que él no había experimentado en los milenios que llevaba existiendo.
En el Cielo, el amor entre ángeles y humanos era algo casi prohibido, una debilidad que los despojaba de su poder divino. Y Azrael sabía que si sucumbía a esos sentimientos, todo lo que había construido, todo lo que había sido, podría desmoronarse. A pesar de eso, la tentación seguía allí, imparable.
Se encontraba una vez más en la ciudad, observando desde las sombras mientras Isabella caminaba por la acera, su silueta iluminada por las luces cálidas de los faroles. Su presencia irradiaba una energía peculiar, algo que Azrael solo había sentido en los momentos más cercanos a la humanidad. La fragilidad, la vulnerabilidad, y sin embargo, también una fortaleza que no podía comprender del todo.
Esa noche, ella parecía más introspectiva que nunca. Su paso era lento, como si estuviera meditando sobre algo profundo. Azrael no pudo evitar seguirla, su mente llena de preguntas sin respuestas.
Isabella se detuvo frente a una tienda cerrada. Miró el escaparate vacío con una mirada perdida. Azrael sabía que algo la atormentaba, algo más allá de lo que podía ver a simple vista.
Sin pensarlo, se acercó un poco más, permaneciendo en las sombras. La tentación de hablarle, de acercarse y ofrecerle su consuelo, era casi insoportable. Pero la voz de la razón, esa que aún quedaba en su mente, le recordaba que no debía. No podía involucrarse. Sin embargo, sus pies seguían avanzando, llevándolo hacia ella.
—¿Estás bien? —la voz de Azrael salió casi en un susurro, pero lo suficiente para que ella lo escuchara.
Isabella se giró rápidamente, sorprendida. Sus ojos se encontraron una vez más, y Azrael notó cómo la expresión de ella cambiaba. De sorpresa pasó a una ligera tensión, como si estuviera decidiendo qué hacer con él.
—Te he visto antes... —dijo ella, y su voz era baja, pero no podía ocultar la curiosidad que había en ella.
Azrael asintió, sin palabras. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad. ¿Cómo le explicaría que su presencia en la ciudad no era una casualidad, sino parte de una misión divina?
—A veces la ciudad puede ser abrumadora —continuó Isabella, como si estuviera buscando una forma de llenar el vacío de la conversación. Sus palabras parecían dirigidas más a sí misma que a él.
Azrael observó en silencio. Ella no lo veía como algo extraño, sino como una figura que, por alguna razón, le ofrecía una especie de consuelo sin saberlo. ¿Era eso lo que él provocaba en ella?
—¿Sabes? A veces creo que hay algo en este lugar que me consume, algo que me está robando la paz —Isabella añadió, sus palabras flotando en el aire entre ellos.
Azrael no sabía cómo responder. En ese momento, sus propios sentimientos de confusión parecían coincidir con los de ella. La conexión que sentía hacia Isabella era más fuerte que cualquier obligación divina, y eso lo aterraba.
—A veces, solo necesitamos detenernos y respirar —respondió Azrael, con una sabiduría que no sabía de dónde venía, pero que sentía profunda en su interior.
Isabella lo miró por un largo rato, sus ojos examinándolo como si intentara descubrir quién era realmente. Azrael deseaba que pudiera ver más allá de su apariencia, que pudiera ver lo que él estaba dispuesto a mostrarle.
Finalmente, ella sonrió, pero era una sonrisa triste, como si supiera que algo estaba a punto de cambiar, pero no pudiera evitarlo.
—Gracias —dijo ella, y con un suspiro, se dio la vuelta para continuar su camino.
Azrael permaneció allí, observándola alejarse. Cada paso que daba Isabella lo alejaba más de su misión y lo acercaba a algo que no podía controlar. ¿Era este el propósito de su existencia, estar tan cerca de los humanos, pero jamás poder tocarlos? ¿O había algo más en juego?
Con un último vistazo a la ciudad que lo rodeaba, Azrael se desvaneció en las sombras, sin respuestas, solo con más preguntas y una creciente sensación de que había algo más grande esperando.