La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 6: Luces y Sombras

El cielo de la ciudad estaba cubierto por un manto gris. Una tormenta amenazaba con caer, y el aire arrastraba una electricidad inquietante, como si el universo contuviera el aliento.

Isabella caminaba con prisa bajo su paraguas, mientras Azrael la observaba desde lejos. Después del encuentro de la noche anterior, algo dentro de él se había removido. Había cruzado una línea. Se había mostrado. Había dicho su nombre.

Y, lo más peligroso de todo: le había hablado como si fuera uno de ellos.

Intentó regresar a su centro. Recordó las palabras del Creador: “No debes involucrarte. Solo observa. Evalúa.” Pero ¿cómo evaluar a una humanidad que se resumía para él en una sola mujer?

Ese día decidió alejarse de Isabella. Por su bien. Por el suyo. Y para recordar quién era.

Azrael caminó por calles que olían a humo y ansiedad. Escuchó las súplicas silenciosas de personas solas, las risas falsas, los pensamientos rotos de quienes ya no esperaban nada. Fue entonces cuando lo sintió: una vibración diferente, luminosa.

La encontró en una iglesia antigua, casi abandonada. Allí, entre los bancos vacíos y el eco de un coro olvidado, un niño encendía una vela.

—¿No es peligroso jugar con fuego? —preguntó Azrael, acercándose.

El niño se giró con calma. Tenía unos trece años, cabello claro, ojos intensos y una serenidad que no era común en los mortales.

—No juego. Hablo con Él —respondió, mirando hacia el altar—. A veces creo que me escucha. Otras, solo me gusta el silencio.

Azrael lo observó con atención. Ese niño no era normal.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Elías. ¿Y tú?

Azrael dudó. Pero ya había dicho su nombre antes.

—Azrael.

Elías lo miró con una chispa en los ojos.

—Ese nombre está en los libros antiguos —dijo sin miedo—. El Ángel de la Muerte… pero tú no das miedo.

Azrael frunció levemente el ceño. ¿Cómo podía ese niño saber tanto?

—¿Quién eres, Elías?

El pequeño se encogió de hombros, volviendo la vista a la vela encendida.

—Solo alguien que ve más de lo que debería.

Y con eso, guardó silencio.

Azrael lo dejó, con la certeza de que Elías era una señal. Quizá Dios aún no había cerrado todas las puertas. Quizá había esperanza, incluso en medio del caos.

Esa noche, Isabella sintió su ausencia como una sombra extendida sobre su pecho. No sabía por qué, pero extrañaba a ese extraño de ojos oscuros. Había algo en él que la hacía sentirse a salvo, aunque no lo entendiera.

Se sentó frente a su viejo cuaderno y escribió unas líneas que no pensaba mostrarle a nadie:

"Hay personas que llegan como tormentas, pero traen paz. Él es eso. No sé quién es Azrael… pero desde que lo vi, algo dentro de mí dejó de temerle a la oscuridad."

Azrael reapareció en lo alto de un edificio. El cielo estaba oscuro, y su silueta se dibujaba como una estatua celestial. A lo lejos, un trueno rugió.

Entonces escuchó la voz que había evitado por días.

—Estás perdiendo el enfoque, Azrael.

Era Gabriel. Otro arcángel. Hermano de batallas. Voz de advertencia.

—No lo estoy —respondió sin mirarlo.

—Te has acercado demasiado.

Azrael bajó la mirada hacia la ciudad.

—Y si eso fuera lo correcto… ¿si acercarse es la única forma de entenderlos?

Gabriel se acercó unos pasos. Su aura dorada contrastaba con la tormenta.

—Tú no viniste a entender. Viniste a juzgar.

Azrael cerró los ojos. Por primera vez, no estaba seguro de querer hacerlo.

Y mientras la tormenta rugía, comprendió que la verdadera prueba no era la humanidad.

Era él.




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