El aire dentro de la iglesia abandonada se volvió denso. La presencia de Gabriel parecía doblar el espacio, como si el tiempo mismo se detuviera en su honor. Azrael se puso de pie lentamente, enfrentando a su hermano celestial.
—¿Qué significa todo esto, Gabriel? ¿Por qué apareces ahora?
El arcángel mayor no respondió de inmediato. Se acercó al altar y posó una mano sobre la superficie de piedra, observando las grietas como si leyera en ellas un antiguo lenguaje.
—Porque has comenzado a recordar —dijo finalmente—. Y eso lo cambia todo.
Azrael frunció el ceño.
—¿Recordar qué?
Gabriel lo miró con una mezcla de ternura y autoridad. Sus ojos dorados parecían ver a través del tiempo.
—Tu caída.
Un silencio pesado se instaló entre ambos.
Azrael retrocedió un paso.
—Yo no he caído.
—No en esta vida —respondió Gabriel—. Pero tu alma lleva cicatrices que ni el cielo ha podido borrar.
El corazón de Azrael se agitó con fuerza.
—¿Qué estás diciendo?
Gabriel dio otro paso, ahora más cerca.
—Estás viviendo una segunda oportunidad, hermano. Fuiste uno de los primeros en amar a una humana, en desobedecer la orden de no intervenir. Pagaste el precio. El Padre te perdonó, pero solo con una condición: olvidar. Ser enviado nuevamente, limpio… para demostrar que habías aprendido.
Azrael sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
—¿Ella…?
—Sí —Gabriel asintió con suavidad—. Sophie.
Azrael recordó su rostro. Su voz. Sus sueños. Su alma llamándolo incluso antes de que él supiera su nombre.
—Ella era la razón —susurró.
—Lo sigue siendo —respondió Gabriel—. Su alma recuerda lo que tú has olvidado. Y ahora, con Isabella en tu vida, el conflicto se ha reactivado.
Azrael se llevó las manos a la cabeza. Un millar de imágenes cruzaban su mente: un templo dorado, una mujer con el cabello al viento, una batalla, la voz de Dios rompiendo el cielo con tristeza.
—¿Por qué nadie me dijo?
—Porque debías elegir sin memoria —Gabriel habló con calma—. El amor verdadero no nace de la obligación, sino del corazón. Si volvías a caer… entonces sabríamos que la humanidad no tiene remedio.
Azrael bajó la mirada. El peso de esa revelación lo oprimía por dentro.
—¿Y si no quiero regresar?
—Entonces no podrás quedarte en ninguno de los dos mundos.
Mientras tanto, Sophie se despertó con el corazón latiendo desbocado. Había soñado con el mismo templo que ahora Azrael recordaba. En su sueño, él le prometía algo… antes de desvanecerse en la luz.
—"Aunque me borren de tu alma, volveré a encontrarte" —susurró, recordando cada palabra.
Se levantó de la cama, sin pensarlo demasiado, y tomó su abrigo. Su cuerpo la guiaba, como si supiera a dónde debía ir, como si una fuerza superior la estuviera conduciendo a él.
Isabella se sentía inquieta. Estaba en su estudio, pero no lograba concentrarse. El cuaderno de bocetos seguía sobre la mesa. Lo abrió, resignada.
Y ahí estaba.
Un nuevo dibujo. No recordaba haberlo hecho, pero sus manos debieron moverse por sí solas.
Azrael, arrodillado, con un ángel más grande detrás de él. Una escena que jamás había visto… ¿o sí?
Sintió que algo se movía en su interior. Como si estuviera conectada a un destino más grande de lo que imaginaba. Como si estuviera enamorándose no solo de un hombre… sino de un misterio divino.
Gabriel puso una mano sobre el hombro de Azrael.
—Tienes que tomar una decisión. Pronto. Antes de que el velo se rompa del todo.
—¿Y si no elijo?
—Alguien más lo hará por ti. Y podría no ser misericordioso.
En ese momento, Sophie cruzó las puertas de la iglesia.
Sus ojos se encontraron.
Azrael sintió un latido en su pecho, como una campana que resuena en el vacío. No hubo palabras. Solo la certeza de que todo lo que Gabriel había dicho… era verdad.
Sophie no lo miró con miedo ni con duda. Lo miró con el amor de alguien que había esperado siglos para volver a ver a la persona que una vez lo fue todo.
Azrael dio un paso hacia ella.
Y todo su mundo tembló.