La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 16: El peso de lo eterno

Las horas pasaban lentamente mientras Isabella se sumergía en pensamientos que parecían perderse en el horizonte. Azrael no estaba a su lado, pero su presencia persistía en cada rincón de su hogar. Desde que había llegado a su vida, todo se había vuelto más complejo y, al mismo tiempo, más claro. Como si la oscuridad que había rodeado su existencia durante tanto tiempo empezara a disiparse con la llegada de alguien que no pertenecía a este mundo.

Esa mañana, al despertar, ella lo había sentido antes de verlo. Había una especie de conexión inexplicable, como si su alma pudiera reconocerlo incluso cuando sus ojos aún no lo habían encontrado. Azrael había llegado a su apartamento de madrugada, y aunque ella no le había pedido nada, él había permanecido allí, silencioso, observando el paisaje desde la ventana.

Era como si, a través de su presencia, quisiera comprender el mundo de los humanos en su totalidad. Y ahora, mientras ella se preparaba para salir a trabajar, él no estaba, pero la sensación de su cercanía era aún palpable.

"¿Dónde estás, Azrael?", pensó Isabella mientras se vestía. No podía evitar preguntarse si había algo más que no le estaba contando. La conversación de la noche anterior había sido profunda, más de lo que ella había esperado. Y había algo en sus ojos, algo que lo había hecho vulnerable, incluso ante ella.

Finalmente, la puerta se abrió. Azrael entró con su paso silencioso, como una sombra que se deslizaba por el aire. Isabella lo miró y sonrió débilmente.

—¿Vienes conmigo a trabajar? —preguntó, medio en broma.

Azrael la observó en silencio, pero su mirada tenía un brillo que la hacía sentir que estaba viendo algo mucho más allá de lo que él quería mostrar. Su rostro seguía siendo tan hermoso, tan lleno de misterio, pero había una suavidad en su expresión que no había notado antes.

—No puedo, Isabella. No soy de este mundo —respondió él, con una voz grave, como si las palabras tuviesen el peso de siglos sobre su ser—. Pero puedo acompañarte en tu camino, aunque sea de una manera diferente.

Isabella frunció el ceño, sin comprender completamente lo que quería decir.

—No entiendo. ¿Cómo es que, siendo tan… diferente, entiendes tanto de este mundo?

Azrael dejó escapar un suspiro, y por un momento, parecía que la distancia entre ellos se había vuelto más grande, como si él mismo no pudiera explicarse del todo lo que sentía.

—He visto muchas cosas. He caminado por campos de batalla, he sentido el sufrimiento de millones, pero nunca había conocido a alguien como tú. Tus dudas, tus miedos… esos que compartimos los humanos, me tocan de una manera que nunca imaginé que sucedería.

Isabella lo miró fijamente. Esa era la diferencia, pensó. Azrael no era solo un observador, sino un ser que había llegado a sentir. Y eso lo hacía, de alguna forma, más humano.

—Pero no puedes quedarte para siempre —dijo, más para sí misma que para él. La verdad de sus palabras parecía pesarle más que cualquier otra cosa.

Azrael no respondió de inmediato. En cambio, se acercó a ella y, por primera vez, la tocó de manera más tangible: con su mano sobre su hombro, con una delicadeza que parecía estar fuera de lugar para alguien que había visto tantas vidas marchitarse.

—Yo también deseo quedarme, Isabella. Más de lo que crees. Pero mi destino no está en tus manos. Ni siquiera en las mías. Mi propósito es otro, y ese propósito involucra decisiones que no puedo controlar.

Isabella no sabía si debía sentirse aliviada o asustada. La verdad, aquella verdad que él escondía bajo cada palabra, parecía demasiado grande para cargarla sola. No quería que Azrael se fuera, pero sabía que había algo mucho más grande que los dos. Algo que ni ellos ni el amor podían desafiar.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora? —preguntó ella, con un suspiro cansado.

Azrael la miró fijamente, su rostro impasible, pero sus ojos brillaban con una intensidad que la hizo temblar por dentro.

—Lo único que podemos hacer, Isabella. Vivir. Vivir con todo lo que somos y con lo que nos queda por vivir.

La frase resonó en su mente mientras se despedía de él para ir a trabajar. Azrael no la acompañó, como había prometido. Pero sabía que, de alguna forma, él estaría allí, en cada paso que diera. No físicamente, pero sí en su corazón.

A lo largo de esa jornada, Isabella no dejó de pensar en lo que él había dicho. Vivir. Eso parecía lo único que quedaba por hacer. Vivir con los miedos, las dudas, las inseguridades y, tal vez, con el amor que había comenzado a florecer entre ellos. Pero ella sabía que ese amor no podía ser como los demás. No podía ser solo un amor humano.

No cuando él era un ángel.

El día pasó lento, pero su mente seguía atrapada en las mismas preguntas: ¿cómo podría ella vivir en ese mundo con Azrael, sabiendo que él no pertenecía a ella? ¿Qué futuro podría tener algo tan efímero como el amor entre un ángel y una humana?

Cuando regresó a su apartamento esa noche, Azrael estaba allí, esperando en silencio. Su presencia, siempre tan imponente, parecía más suave esa vez, como si él también estuviera buscando respuestas.

—¿Cómo fue tu día? —preguntó él, y por un momento, parecía que las palabras entre ellos eran lo único que realmente importaba.

Isabella lo miró con una mezcla de cansancio y algo más, algo que ni ella misma entendía.

—No lo sé, Azrael. No sé si puedo seguir viviendo entre los humanos con toda esta verdad en mi pecho.

Él la miró sin decir palabra, pero su rostro reflejaba una tristeza profunda. Azrael se acercó lentamente, pero esta vez no tocó su hombro. En cambio, se quedó a unos pasos de ella.

—No tienes que tomar ninguna decisión ahora. Lo que tenemos es un camino largo, y cada paso nos llevará a lo que sea que el destino nos tenga preparado. Pero recuerda, Isabella: la debilidad que siento no es algo que deba temer. Es la clave para comprender lo que realmente importa.




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