Isabella caminaba por la ciudad, perdida en sus pensamientos, mientras las luces de los edificios iluminaban las calles. El sol ya se había puesto, y la brisa nocturna acariciaba su rostro. La sensación de vacío, esa que había sentido en su pecho desde que Azrael había llegado a su vida, parecía más intensa que nunca. Él estaba cerca, pero, al mismo tiempo, tan distante. La realidad de que él no pertenecía a este mundo la golpeaba con cada paso que daba.
Las palabras de Azrael resonaban en su mente: “Lo único que podemos hacer, Isabella. Vivir.” Vivir con lo que había entre ellos, con lo que no podían cambiar, con lo que ni el amor podía salvar.
Pero ¿era eso suficiente? ¿Era suficiente vivir con lo que sentían, sabiendo que todo tenía fecha de caducidad? Isabella no podía dejar de preguntarse si el amor que sentían era tan real como el dolor que ambos cargarían si él se iba, como debía hacerlo, tarde o temprano.
Azrael no era un ser común. Él venía de un lugar lejano, un lugar en el que las leyes del destino no se regían por el amor de los humanos. Estaba atrapado en un propósito mucho más grande, algo que ni siquiera él podía controlar. Y eso, en el fondo, la aterraba.
Al llegar a su apartamento, Isabella vio que la puerta estaba entreabierta. Algo en su interior le dijo que Azrael estaba allí, esperando en las sombras, como siempre lo hacía. Pero hoy era diferente. Hoy, ella sentía una necesidad de confrontarlo, de hacerle una pregunta que llevaba días rondando en su mente.
Entró con paso decidido, dejando atrás las inseguridades, la frustración y la tristeza. Necesitaba respuestas, y las quería de él.
—Azrael, ¿estás aquí? —su voz resonó en la quietud del apartamento.
Una sombra se deslizó desde la esquina del salón, y Azrael apareció ante ella, como una visión inalcanzable. Sus ojos brillaban con una intensidad que la hizo sentir un nudo en el estómago.
—Isabella, has vuelto. —Su voz era suave, pero su presencia era abrumadora. En el aire, flotaba una mezcla de tensión y deseo, como si ambos supieran que algo importante estaba a punto de suceder.
—Tengo que preguntarte algo, Azrael. —Isabella se acercó a él, no pudiendo ocultar la tormenta de emociones que pasaba por su pecho—. ¿Por qué no me has contado todo? ¿Por qué me dejas vivir con esta incertidumbre, sabiendo lo que somos?
Azrael no respondió de inmediato. En cambio, se acercó a ella, sus pasos lentos y medidos. Con un suspiro profundo, miró fijamente a sus ojos, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Es difícil, Isabella. —Dijo finalmente—. Es difícil para mí porque todo lo que he vivido me ha llevado a este punto. Pero debo ser honesto contigo, aunque me cueste.
Isabella esperaba una respuesta clara, algo que aliviara la carga que sentía en su pecho. Pero la respuesta que Azrael le dio fue todo lo contrario.
—Mi misión es observar, guiar, pero no pertenecer. No soy como tú. Mis raíces están en el Cielo, no en la Tierra. —Se detuvo, como si las palabras le pesaran más de lo que podía soportar. —No puedo quedarme para siempre, Isabella. Mi presencia aquí tiene un fin, y ese fin no depende de nosotros.
Un silencio pesado cayó entre ellos, como una barrera invisible. Isabella sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor. El amor que sentía por Azrael era real, pero él no podía ofrecerle lo mismo. No podía quedársela, no podía prometerle el futuro que ella deseaba.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó ella, su voz quebrada, cargada de desesperación.
Azrael la miró fijamente, su rostro impasible pero su mirada reflejaba una tristeza profunda que no podía esconder.
—Lo que podemos hacer, Isabella, es vivir cada momento como si fuera el último. Vivir con lo que tenemos, sin promesas vacías. Vivir el aquí y ahora, sin miedo al final, porque el final siempre llegará, pero eso no hace que lo que compartimos sea menos valioso.
Isabella lo miró, sintiendo una mezcla de ira y tristeza. ¿Cómo podía él hablar de vivir sin promesas cuando el amor entre ellos era tan fuerte, tan palpable? ¿Acaso no merecían algo más? ¿Algo más que solo un “vivir” sin futuro?
Azrael avanzó un paso hacia ella, tomando su mano con suavidad. Era como si todo su ser estuviera gritando que no quería perderla, pero también sabía que no podía atarse a este mundo.
—Te prometo que no quiero que te vayas. —Isabella soltó las palabras sin pensar, y en sus ojos brillaba una desesperación que ella misma no entendía—. Te prometo que lucharé por ti, incluso si eso significa que tengo que aprender a vivir sin ti en algún momento.
Azrael cerró los ojos por un momento, como si esas palabras lo atravesaran, como si, por fin, entendiera lo que ella sentía.
—No tienes que luchar por mí, Isabella. Ya lo has hecho. Ya has luchado por algo más grande que tú, por algo más grande que nosotros. Y eso es lo que hace que lo que tenemos sea especial. Porque, a pesar de todo, no te he dejado ir. Y aunque no sé lo que nos depara el futuro, quiero que vivas sin miedo. Que vivas por ti misma.
Isabella no respondió. En ese momento, las palabras ya no eran suficientes. La distancia entre ellos, aunque breve, parecía infinita. Y aunque su corazón latía con fuerza por el deseo de estar con él, algo en su interior le decía que ella tenía que aprender a vivir sin él, al menos en este mundo.
Azrael la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho. Y, por un breve instante, ella cerró los ojos, dejando que el calor de su cuerpo la envolviera, sabiendo que no importaba cuánto tiempo quedara, este momento, al menos, era suyo.