La mañana siguiente llegó sin previo aviso. Las primeras luces del sol se filtraron a través de las cortinas, iluminando la habitación con una suavidad que contrastaba con el torbellino de emociones que Isabella llevaba en su interior. Había dormido poco, y sus pensamientos no dejaban de dar vueltas en su mente. La conversación con Azrael la había dejado marcada, no solo por lo que él había dicho, sino por lo que no había dicho. La promesa de vivir cada momento como si fuera el último resonaba en su cabeza, pero ella no sabía si eso era suficiente. Vivir en el presente era lo que Azrael necesitaba, pero, ¿era lo que ella deseaba?
Mientras se preparaba para comenzar su día, una sensación de inquietud se apoderó de ella. Algo dentro de su corazón le decía que esta relación, por complicada que fuera, estaba destinada a algo más grande. Pero ¿qué tan grande podía ser ese destino? El amor que sentía por Azrael parecía estar atado a un tiempo limitado, y ella temía que, cuando ese tiempo se agotara, todo lo que habían construido se desmoronara en un abrir y cerrar de ojos.
El sonido de un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Isabella se acercó a la entrada y, al abrirla, se encontró con Carter, su buen amigo. Sus ojos siempre tenían una chispa de simpatía, pero hoy había algo en su expresión que la hizo sentir incómoda, como si estuviera al tanto de algo que ella no comprendía.
—Hola, Isabella. —Carter sonrió de manera cálida, pero había una tensión en su voz que la hizo dudar. —¿Puedo hablar contigo?
Isabella asintió, invitándolo a entrar, aunque no sabía qué esperar. Carter siempre había sido su confidente, el amigo en quien confiaba cuando el peso de la vida se volvía demasiado grande. Pero hoy, parecía como si hubiera algo más que palabras por decir.
—Claro, ¿qué pasa? —Preguntó ella mientras cerraba la puerta detrás de él.
Carter miró alrededor, asegurándose de que estuvieran solos. Luego, se acercó a Isabella, quien ya empezaba a sentir una leve inquietud por su actitud.
—He notado que estás más distante últimamente. Y no es solo por el trabajo, sé que algo más está pasando. —Sus ojos se clavaron en los de ella, como si intentara leer su alma. —¿Es por Azrael?
Isabella no sabía cómo responder. Durante semanas había intentado mantener su vida lo más normal posible, pero la presencia de Azrael en su vida lo había cambiado todo. A veces sentía que estaba perdiendo el control de su propio destino, y el dolor de la incertidumbre la asfixiaba. Azrael, con su belleza celestial y su aura imponente, la había envuelto en un amor que parecía tan profundo y tan fuera de su alcance.
—No es tan simple, Carter. —Respondió finalmente, buscando las palabras que pudieran explicar el caos que sentía en su pecho. —Azrael... no es de este mundo. No pertenece aquí, y yo... yo no sé qué esperar. Sé que me ama, pero no puedo evitar pensar que esto es solo un juego para él, algo que no tiene futuro.
Carter se acercó más, poniendo una mano reconfortante sobre su hombro.
—Isabella, mira, yo sé que es difícil, pero ¿realmente crees que Azrael te vería de esa manera? Él está tan atrapado en su misión como tú lo estás en tu duda. No estás sola en esto. Si alguna vez alguien pudo llegar a tu corazón, él fue ese alguien. Pero también debes recordar que tú eres humana, que tu tiempo es finito, y que el amor... el amor no siempre es suficiente para superar todo.
Las palabras de Carter calaron hondo en su corazón. Ella sabía que su amigo tenía razón. La relación con Azrael estaba llena de amor, pero también de dolor, de incertidumbre. Y esa incertidumbre era lo que más le dolía. No saber qué vendría después, no saber si lo que estaban construyendo duraría o si, al final, solo quedaría en un recuerdo.
Mientras Carter seguía hablando, Isabella se perdió en sus pensamientos. Sabía que las palabras de su amigo eran sabias, pero también sabía que, cuando el corazón se ve involucrado, la razón pierde su poder.
—Tienes razón, Carter. —Respondió con voz baja—. Pero hay algo en mí que me dice que no puedo dejarlo ir. Tal vez sea un error, tal vez sea una locura, pero no puedo simplemente ignorarlo.
Carter suspiró, como si estuviera luchando con sus propios pensamientos.
—Solo recuerda que el amor no siempre tiene un final feliz, Isabella. A veces, el amor significa dejar ir, aunque duela.
Las palabras de Carter resonaron en su mente mientras él se despedía y se marchaba. Isabella sabía que él tenía razón, pero también sabía que no estaba lista para dejar ir a Azrael. No aún. No cuando sentía que, por primera vez en su vida, estaba experimentando un amor tan profundo, tan puro, que no podía simplemente abandonar.
A medida que las horas pasaban, la incertidumbre se hacía más pesada en su pecho. Sin embargo, algo en su interior le decía que debía seguir adelante, que debía aferrarse a lo que sentía, sin importar las consecuencias. Si Azrael era su destino, entonces tendría que aprender a vivir con esa verdad, sin miedo al futuro. Porque, al final, el amor era todo lo que tenían, y eso, aunque fugaz, era suficiente.
Al caer la noche, Azrael apareció en la puerta de su apartamento, su presencia inconfundible. Isabella no dijo una palabra, pero lo invitó a entrar con una mirada. Azrael, con su rostro impasible y su aura sobrenatural, entró y la observó con una intensidad que la hizo sentir vulnerable.
—Isabella, he estado pensando en lo que dijimos ayer. —Dijo con voz grave, mientras se acercaba a ella—. Quiero que sepas que no te he dejado ir. Que no te dejaré ir, aunque mi misión lo demande.
Isabella lo miró, buscando consuelo en sus ojos oscuros, pero también sabiendo que, en algún lugar profundo de su ser, la respuesta a sus temores ya estaba escrita. Azrael no podía quedarse. No debía quedarse. Pero eso no significaba que lo perdería. No lo perdería sin luchar.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora, Azrael? —Su voz era un susurro, cargado de la incertidumbre que ambos compartían.